PRÓLOGO

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Para Ibia Didier el peligro acechó en la media noche cuando decidió ir donde conseguiría lo que por años y meses había buscado. Nada la haría cambiar de opinión. Ni las constantes advertencia de su padre, mucho menos lo que es comentario de cada día en Rouxtown <<muertes, desapariciones y asesinatos>>, se resumía las historias que ocurrían sin reparo en las frías noches. Había escuchado tantas historias que ninguna era agradable escuchar. Le dolía, a pesar que ninguna le pertenecía y ahora caminaba posiblemente a la suya.

Si bien, ninguna noche es perfecta en aquel lugar. Se aferró a la idea de que nadie contaría haber vivido una hermosa noche, quería pensar que nadie hacía aquello porque alimentaría al monstruo haciéndolo más grande y hermoso.

Ella lo hizo, pero no de la manera correcta.

Bajo la penumbra del granero abandonado se había montado una lujosa cena. Sus miembros se encontraban de pie a la espera de la joven, en ella atisbaron confusión sin una pizca de miedo, lo tomaron como una combinación exquisitamente extraña. Por otra parte, Ibia reconoció a cada uno a pesar de sus máscaras, una nube negra la invadía pero se vio obligada a despejarla.

Ibia, marcó cada uno de sus pasos en dirección de quien estaba a la cabeza, mismo que en sus manos le ofrecía el cuchillo de plata a la joven, ella no dudó en tomarlo y cortó la palma de su mano al mismo que él lo hacía. Tomaron las copas de piedra ágata y derramaron su sangre sobre ellas, las intercambiaron para beberla pero dudó.

— Tienes que hacerlo, lo necesitas. — Murmuró en su oído.

No dejó pasar más tiempo y lo hizo. Ambos bebieron.

No confiaba pero se arriesgó. El plan no se cambiaría.

Todos los presentes tomaron lugar en la mesa. Nadie habló. Nadie hizo nada.

A excepción de la joven, quien levantó el cloche y sacó las carpetas con la información que tanto había buscado. Una sonrisa se dibujó en su rostro al tener la verdad en sus manos después de tanto tiempo.

Aquella felicidad que la embargó pronto se vio esfumada cuando la sangre dejó de transportar oxígeno por su cuerpo.

— ¿Qué hiciste?. — Logró pronunciar mientras intentaba expulsar el contenido de su cuerpo.

Apoyó sus manos en la mesa y trató levantarse. Él se acercó a ella dispuesto a sostenerla, de forma inútil trató de apartarlo, sin embargo, no lo logró. Su cuerpo no podía más, lo miró a los ojos a través de la máscara hasta que ambos cayeron al suelo.

— Lo necesario. — Había respondido.

Se aproximó al rostro de ella mientras le decía:

— Quién quiera destruir a mi familia no vive. Nadie. Hasta siempre mi.... — Lo último lo murmuró al oído de la joven.

Ibia Didier había cerrado sus ojos...

Inquebrantable OscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora