Para ti, cuatro meses después

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Ningún San Valentín se había sentido tan jodido como aquel.

Observó a todos los sujetos sentados en un círculo, viajando entre la niebla del humo de la marihuana que flotaba como un fantasma en el cuarto. Debería sentirse en la misma sintonía que todos estos idiotas, flotando en la misma nube paradisiaca de cannabis, pero juró que no podía estar más sola y perdida que en ese momento, en esa pequeña habitación llena de luces de neón y música amortiguada, sentada en la esquina junto a una chica castaña que no paraba de reír y golpearle el brazo accidentalmente con el codo. Todo esto era una mierda, una a la que sin duda Adora no pertenecía.

Entonces la única cosa sensata que hizo ese día de San Valentín fue esperar a que la lluvia torrencial parara al menos un poco para marcharse.

En el momento en que los golpes de las gotas en la ventana disminuyeron exponencialmente, salió de ahí. No echó un vistazo hacia atrás, no extrañaría a nadie. Quizás a la chica boba, pues acaba de ser el contacto más cercano al toque de otro ser humano que tuvo en días. Caminando entre los cuerpos, dedujo que todavía era bastante temprano (a pesar de que el tiempo en ese sitio fue simplemente una tortura para ella) porque todos seguían en su mayoría suficientemente lúcidos. La música fue más fuerte ahí, y las luces neón tenían menos intensidad.

La temática de San Valentín de la fiesta estaba hecha añicos, con globos de helio semi inflados esparcidos por el lugar y los peluches con corazones en el centro manchados con alcohol y mugre. También olía algo mal ya, no a la fuente de rosas que al principio perfumaba la casa con eficiencia. Adora se imaginó caminando entre toda esa juerga caótica, y por alguna razón eso la hizo estremecerse con el llanto amenazándole en los ojos. Picor.

Cuando se mudó a esa ciudad, dejando a toda su vida por detrás gracias a una excelente oferta de trabajo, no creyó en convertirse en una persona tan íngrima. Al parecer a nadie le interesaba intercambiar algo de intimidad para dar inicio a una buena amistad, todos se ocupaban de su propia mierda. Tal vez eso fue algo que le faltase a Adora, autonomía, aprender a lidiarse sin tener que procurar a nadie, pero luego de crecer en compañía de sus dos grandes mejores amigos era tan difícil tocar fondo y que no hubiese ni una persona apoyándote con un bote de helado y un maratón de Crepúsculo en la sala.

No, en realidad, se sintió más en compañía que nunca cuatro meses atrás. Probablemente "compañía" no era la palabra más adecuada, pero describirlo de la forma en que era hacía al corazón de Adora constreñirse en una jaula de espinas dolorosas.

Salió al asfalto y la lluvia se había convertido en apenas una llovizna menuda. Dio por sentado que terminaría tan mal que conducir no sería una opción viable, por lo que decidió llegar a la fiesta en taxi y hacer exactamente lo mismo a la hora de salir; desgraciadamente apenas se tomó una lata de cerveza y le dio dos largos toques al pen. Ya que se sentía desolada y el escenario de camino a casa se veía prometedoramente sombrío, quiso alimentar su flagelo marchando hacia su dichoso departamento a pie. Así que se metió las manos a los bolsillos para encerrar su calidez y empezó a andar, con pisadas húmedas rechinando sobre el pavimento. Al menos la lluvia había creado un aroma agradable entre las calles, porque el hedor de la fiesta le causó náuseas.

Mientras caminaba, las tiendas de su alrededor guardaban las chucherías de San Valentín que tenían en los estantes, pero una en particular le llamó la atención: un gran gatito blanco de peluche sosteniendo un globo rojo que rezaba "I Love U" en letra cursiva. Lo que despertó el interés en Adora fue que el gato tenía un ojo color azul marino y el otro amarillo canario. Se le escapó un suspiro estupefacto. El muñeco fue apartado de su vista cuando una señora (supuso, dueña del local) cerró la persiana abruptamente, casi como si hubiese adivinado que Adora estaba embelesada acechando su maldito juguete.

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