PUÑALES EN EL CORAZÓN

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Mi nombre es Naiala. Vivo en un barrio de mala muerte en una ciudad que nunca he sentido como mía. Mi padre, un hombre de lo más estricto, abandonó a mi madre con una niña recién nacida, dejándola sin dinero ni medios para sobrevivir. Ahora, mi madre ha vuelto a casarse con un hombre quizás mucho peor que mi padre. Lo he visto engañando a mi madre, lo he visto gastándose nuestro dinero jugando a las cartas, y lo he visto llegar bebido a altas horas de la noche. Odio a mi "padre". Me maltrata, cada noche viene a buscarme bebido y borracho como una cuba. Contarlo, aunque sea en una hoja, duele casi lo mismo. Pero me callo. Me lo guardo. Y escribo.

Escribo para ser yo misma.

Escribo para soñar todo lo imposible, posible.

Escribo para ser todo lo que no soy.

Y sonrío.

Le sonrío a la lluvia, le sonrío a la tormenta, le sonrío a la vida.

Y vivo.

Vivo porque es lo único que me queda.

Y la vida se me esta escapando de las manos.

Cada día es peor que el anterior. Levantarme cada mañana con la voz de mi padre mientras me maltrataba en los oídos, dormir y que mis amigas las pesadillas me visiten cada noche. Todo esto es una tortura en vida, literalmente.

Me toca aguantarme.

Lo único que me mantiene cuerda en estos momentos es Mi Ritual. Cada día, mejor dicho, cada noche, a las doce en punto me despierto y me permito a mí misma soñar unos treinta minutos con lo imposible. Sueño que soy una heroína, y que salvo a mi madre de las garras de Miguel. Sueño que soy yo misma, y que me convierto en una gran escritora. Y sueño que salvo el mundo, con ayuda de un chico guapo que me amará como soy. Y, luego, me voy de nuevo a la cama, y dejo que la oscuridad y las pesadillas vuelvan.

Me levanté por la mañana el lunes temprano. Lo que sí tenía que agradecerle a Miguel era el cambio de instituto. Me había matriculado en un instituto más bonito y cuidado que el del barrio. Tendría que coger el autobús, pero realmente no me importaba. De lo que tenía miedo era de que el primer día resultase tan desastroso como solían ser siempre. Ojalá las cosas pudieran ser diferentes, pero, tal como dijo una vez Hazel, "El mundo no es una máquina de conceder deseos". Cierto, el libro lo cogí de la biblioteca del instituto, pero me encantó. Ojalá mi padre me dejase ver la película, se lo pediré a mi madre. Si he de decir la verdad, Bajo La Misma Estrella es oficialmente mi libro favorito, pero no he leído ninguno más, así que no tengo donde opinar.

Llegué al nuevo instituto media hora antes de que empezaran las clases y me fui a la biblioteca. Me habían dicho que esta era más grande, y pude comprobar que era perfectamente cierto. Las paredes llenas de libros se alzaban metros por encima del suelo, las escaleras de caracol hacían que me marease solo de verlas dar vueltas a las pilas interminables de libros, las distintas secciones divididas por carteles, y montones y montones de filas enteras llenas de todos los tipos de libros que puedas soñar. Una de mis palabras se me vino a la cabeza. Omnia, del latín. Desde muy pequeña, había sabido que el límite de mi mundo era el de mi lenguaje, por tanto había aprendido tantas y tantas palabras de otros idiomas que en el español no existían. Es verdad que en el español podíamos decir todos, pero realmente omnia me gustaba mucho más.

Ingresé lentamente en la biblioteca, admirando todo a mi alrededor. Durante el tiempo que estuve allí, me dediqué a curiosear por todos lados, buscando libros y libros. Había tantas cosas que leer, un mundo nuevo tan grande por descubrir que supe que querría pasar allí todo el tiempo que pudiera. Estaba viendo un libro bastante interesante cuando alguien me interrumpió.

Puñales en el corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora