Parte única

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Sonata claro de luna.

Era una mañana soleada cuándo Ho ShiTsuki despertaba luego de su confortable siesta de todos los días. Los cánticos de los pájaros resonaban de fondo al hacerse su querido cereal de nueces, los granos de este resonando en el cuenco donde después colocaría la leche. Sin duda este podría ser un día como cualquier otro.

Excepto que no lo era.

Hace dos semanas exactamente, se encontraba el peliazul hablando con su madre luna, su discusión objeto de la misma de siempre: quería ser parte del cielo nocturno al igual que su progenitora y sus hermanas las estrellas.

La luna muy amablemente le explicaba a su hijo terrano que no podía unirse a el bello cielo para estar junto a ella, que para nada sería una opción a la cual recurrir ya que era en extremo innecesario considerando el amor que le tenía Tsuki a los mortales de la tierra.

Como todas las ocasiones en las que esa discusión hacía presencia, Shi se terminaría yendo a dormir con notable molestia en sus facciones y acciones, diciendo cosas que muy posiblemente en un futuro no muy lejano se arrepentiría de siquiera pensar.

Pero ya iban 10 noches completas en las que el satélite de la tierra no hacía aparición, condenando a las noches en el planeta a horas de eterna oscuridad, provocando pánico entre los humanos y pavor en los astrólogos, este sin duda era un fenómeno único en la vida que afectaba de demasiadas maneras a la vida.

No lo comprendía, simplemente no lo hacía.

Ho entendía que dijo cosas no muy apropiadas en su momento de pelea, pero no había razones para castigar a las personas por su tremendo error, ¿acaso su madre le ha dado una lección haciendo tal vil acto? No lo entendía.

Él solo había prometido que iría en su búsqueda, pero no sabía cómo hacerlo, su madre jamás revelando datos más allá de los necesarios en su aprendizaje sobre el funcionamiento de la tierra.

Dejando el cuenco de cereales ya terminados en el lavabo, continuó con la tarea que se impuso la semana pasada. Necesitaba descubrir como subir al cielo y hacer a su madre entrar en razón y, por fin, viviría junto con sus hermanas en el bello manto negro que cubría al planeta.

Montañas de libros adornan la simple sala de la cabaña de Shi, la mayoría sobre la astrología humana, aunque habían unos tantos sobre religión y leyendas que, supuso, podrían servirle.

Pero no encontraba nada.

Y eso, le frustraba.

Cerrando el penúltimo libro que tenía a su disposición, decidió salir a caminar, demasiado abrumado por las emociones tan negativas que dominaban su mente en esos momentos.

Los cervatillos que estaba a la vista se acercaron inmediatamente al joven, sabiendo de antemano que los alimentaría y mimaría como era ya costumbre. Demás animales del bosque se arrimaban, como siempre, al olisquear el ambiente y detectar el olor a café que, por alguna extraña razón, siempre acompañaba al chico de múltiples lunares.

Algunos pájaros se posaban sobre su cabeza, mientras algunas liebres rondaban por en medio de sus piernas, y ardillas hacían un desastre su ropa, pero no podía importarle menos. Tsuki tenía una gran afición con los seres de la tierra, podía ser en su mayoría introvertido con los humanos, tal vez un poco agresivo, pero con los animales era una cosa diferente. Él los amaba, y ellos lo amaban a él, era simple.

Pero ni siquiera el amor que les tenía a los seres vivos que lo rodeaban, lograban distraerlo de la penumbra que trajo consigo desde que salió.

Solo le quedaba un solo libro. Ahí debía encontrar la respuesta o podía hacerse la idea de que jamás lograría su objetivo, su sueño, su deseo.

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