GENSHIN IMPACT FANFIC
A la noche aún le quedaba por terminar. De hecho, todavía no había empezado.
Apoyada en la fría pared de piedra frente a la taberna, Lisa aguardaba leyendo un libro cualquiera. No prestaba la mayor atención a las líneas, era s...
Disclaimer: los personajes así como la historia original de la que proceden, han sido extraídos del juego Genshin Impact y a la compañía MIHOYO.
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A la noche aún le quedaba por terminar. De hecho, todavía no había empezado.
Apoyada en la fría pared de piedra frente a la taberna, Lisa aguardaba leyendo un libro cualquiera. No prestaba la mayor atención a las líneas, era solo un paripé. Lo verdaderamente interesante ocurría en el subsuelo y tras el denso muro a sus espaldas, abierto parcialmente al exterior por un diminuto tragaluz enrejado situado a ras de suelo.
La luna llena asomó tímida sus rayos en un resquicio descuidado del velo nuboso que cubría el cielo de Mondstadt. Bajo su sombrero morado, Lisa desvió sus ojos de las hojas amarillentas del tomo al cristal empañado que tenía junto a sus pies. Elevó una de las comisuras de sus labios, se puso en pie, cerró de golpe el libro que sostenía con una mano y caminó de vuelta a la biblioteca, contoneando las caderas al son del repiqueteo de sus propios abalorios al pisar el empedrado de la calle.
Tras la opacidad del cristal, se ocultaban unos vinos mundialmente renombrados, en el lagar de la taberna más famosa de la ciudad-reino de Mondstadt. El obsequio del Ángel se llamaba la cantina y, entre sus gruesos muros de piedra y sobre la acogedora tarima de madera, un pizpireto bardo cantaba a los parroquianos loas sobre el misterioso héroe de la ciudadela: el Héroe Oscuro.
—¡Es el más fuerte de Mondstadt! —jaleaba un hombre desde su mesa, copa de vino en mano.
—¡Dirás de todo Teyvat! —convino otro levantándose de su taburete y dando un traspiés por el efecto del alcohol.
—¡De eso nada! —se opuso otra persona al otro lado de la tasca, ataviado con un uniforme negro con peto, botas y guantes blancos, rematados con ribetes dorados—. ¡La más fuerte es mi señora Jean!
—¡Habla con propiedad, zopenco! —le recriminó con un golpe en la nuca su compañero de mesa, que vestía de la misma guisa—. Es la Gran Maestra Intendente de la orden, llámala por su nombre.
—¡Ay! ¿Qué haces, imbécil? —se quejó rascándose la cabeza—. Es lo que he hecho, se llama Jean, ¿no es así?
Tras unas sonoras carcajadas y varios manotazos en las mesas de madera, el cantar del trovador fue sustituido por un acalorado debate sobre quién debía merecerse el honorable título de protector de la Capital de la Libertad, como se nombraba a aquella ciudad en las Siete Naciones.