Ella lo hará

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Querida señorita Cuadros,

A pesar de mi reputación, puedo asegurarle que no tengo la costumbre de entablar correspondencia clandestina con todas las jóvenes hermosas que me gustan...

Al día siguiente, mientras Andy bajaba a tientas por la curvada escalera que conducía al corazón de Mercury Park, casi se sentía como si se hubiera quedado ciega. No habían abierto ni una sola ventana de la mansión, como si la casa, al igual que su amo, se hubiera sumido en el reino de la oscuridad eterna.

Al pie de las escaleras había una vela que daba la luz suficiente para ver que las huellas que había dejado en la barandilla estaban cubiertas de polvo. Haciendo una mueca, las quitó con su falda.

Con el tono pardo del cachemir dudaba que nadie se diera cuenta. A pesar de la sofocante penumbra era imposible ocultar por completo la legendaria riqueza de los Mercury, que había hecho que la noble familia fuera la envidia de todo el mundo.

Intentando no sentirse intimidada por el despliegue de tantos siglos de privilegio, Andrea bajó de las escaleras al vestíbulo. La casa se había modernizado desde los tiempos de los paneles oscuros y los arcos Tudor de sus sombrías raíces jacobinas. Las sombras bailaban sobre el reluciente mármol italiano de veta rosada bajo sus pies. Todas las molduras y las cornisas, todos los relieves de flores y jarrones que adornaban los revestimientos de madera habían sido dorados o bronceados. Incluso la modesta alcoba que la señora York le había asignado tenía una vidriera sobre la puerta y tapices de seda en las paredes.

Johnson había insistido en que su amo era «un auténtico príncipe». Contemplando la opulencia que le rodeaba, Andy suspiró. Quizá no fuese tan difícil reclamar ese título si uno había crecido en un palacio.

Resuelta a encontrar a su nuevo paciente, decidió emplear una de sus propias armas. Inclinando la cabeza hacia un lado, se quedó quieta y escuchó. No oyó gritos ni golpes, sino el tintineo musical de platos y vasos. Un sonido que acabó siendo menos musical cuando hubo una explosión de cristales rotos seguida de un juramento salvaje. Aunque Andy hizo una mueca, en sus labios se perfiló una sonrisa triunfante.

Recogiéndose la falda, atravesó el salón donde se había realizado su entrevista y salió por la puerta opuesta siguiendo el ruido. Mientras recorría las estancias desiertas tuvo que esquivar varias señales del paso del Conde. Sus sólidos botines crujieron sobre la porcelana rota y las astillas de madera. Al detenerse para enderezar una delicada silla Chippendale, la cara agrietada de una figurita china se rió de ella.

La destrucción no era sorprendente dada la inclinación de Aaron a deambular por la casa sin tener en cuenta su falta de visión. Luego pasó por debajo de un bonito arco. La ausencia de ventanas en el comedor negaba a la cavernosa estancia incluso un resquicio de luz. Si no hubiera sido por las velas que resplandecían a ambos extremos de la

majestuosa mesa, Andrea podría haber pensado que se encontraba en la cripta familiar.

Un par de criados con librea custodiaban el aparador de caoba bajo la atenta mirada de Johnson. Ninguno de ellos pareció darse cuenta de que Andy se encontraba en la puerta. Estaban demasiado ocupados observando todos los movimientos que hacía su amo. Mientras el conde daba un codazo a una copa de cristal empujándola hacia el borde de la mesa, el mayordomo hizo una discreta señal. Uno de los criados corrió hacia delante para coger la copa antes de que pudiera caerse. Alrededor de la mesa el suelo estaba lleno de trozos de cristal y porcelana, evidencia de sus anteriores fracasos.

Ella observó los anchos hombros y los musculosos brazos de Aaron, sorprendida una vez más de que fuera un hombre imponente. Seguro que podía romperle el delicado cuello con los dedos pulgar e índice. Si era capaz de encontrarla, por supuesto. Su pelo brillaba con la luz de la vela, peinado sólo con unos dedos impacientes desde que se había levantado de la cama. Llevaba la misma camisa arrugada del día anterior, pero ahora estaba manchada de grasa y chocolate. Y se había subido las mangas de cualquier manera hasta los codos para no arrastrar los volantes de los puños por el plato.

ME REHUSODonde viven las historias. Descúbrelo ahora