Una persona en Yungay escribía una nota:
Estas tres últimas semanas fueron complicadas, te confieso que desee desaparecer; esto es curioso, porque darle vueltas a esa idea me ha producido alguna especie de paz interior. Cómo si la idea de mi inexistencia me diese un respiro de la realidad. Imagina semejante barbaridad.
Te cuento que aprendí a soportar a la familia de mi cuñado. Y me estoy haciendo cargo del negocio familiar, nos va bien; pero podría irnos mejor si tan solo todos dejasen de enfermarse. Al principio me costó llevar las cuentas pero acepté que no sé nada de administración y recién he empezado a aprender de verdad. Supongo que eso no habla muy bien de mi orgullo.
El día sábado que fue tu cumpleaños me quemé las manos cocinando y no tuve que lloriquear como otras veces buscando atención. Apreté los dientes y dejé la sartén en la cocina sin tirar la comida. No estamos para desperdiciarla. Ya está sanando, yo mismo me curé.
Luego pensé que hacía mucho tiempo que no escribía nada a mano y fui al malecón en donde nos conocimos. En donde fingiste que se te había roto el brasier solo para sentir mis manos tocar tu piel.
Te extraño tanto.
Ayer vino mi madre a visitarme, es increíble que a sus 79 años esté tan lúcida y fuerte. Me trajo un postre de mango que me supo a un pedacito de cielo. Al cielo de los devotos, ahí donde está reservado un lugar muy especial para aquellos que me amen a pesar de la frialdad de mi ser.
Mañana volveré a escribirte una carta. Porque siento que debo decirte algo que he callado durante meses para evitar asustarte.
Cuídate mucho y dale un abrazo a mi pequeño. No veo las horas de poder estar junto a él.