SIGO ESPERANDO

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—¿Es nostálgico, no crees?— dijo Kuroko viendo atentamente la figura frente a él.


Kuroko no obtuvo respuesta, Seijuuro todavía se preguntaba como de entre todos, solo él podía recordarlo todo. Quizá porque estuvo ahí ese fatídico día y al ser el primero en ser herido por sus manos.


Bajo ambas, estando algo sucias, limpiándolas con cuidado de no maltratar su piel, acostumbrado al fuerte aroma que envolvía todo a su alrededor.


—Aun aquí eres poderoso ¿Por qué aun no lo encuentras?...—




—Si lo supiera ya estaría entre mis brazos— respondió por fin Seijuuro, dándole la espalda a lo que había hecho, saliendo de la habitación. Día tras día era lo mismo, la misma figura, los mismos ojos, el mismo rostro sonriente y radiante que parecía tener vida propia a sabiendas de que era imposible. Más no podía tocarlo, no sin que se mancharan sus manos.




 Más no podía tocarlo, no sin que se mancharan sus manos

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Kouki corría en dirección a donde lo esperaban sus amigos. Ese día después de despertar se había sentido extraño, inquieto y como si a su cuerpo le faltara el calor de la vida. Un sentimiento que nunca antes había experimentado, que no sabía bien cómo explicar.

Hacía apenas un par de meses que se había mudado a Tokio desde una pequeña provincia, puesto que su hermano mayor debía estudiar la universidad y ambos de sus padres les ofrecieron buenos pestos de trabajo. Había sido un golpe enorme de suerte desde que se supo que estaba enfermo.

Kouki sabía que no era culpa suya que tuvieran que vivir en medio de la nada, ya que el campo era un buen lugar para vivir por esta condición que padecía desde pequeño.

No sabe cuándo comenzó, pero llego un momento en que solo era llanto y dolor en su hogar. Kouki un día de la nada se desmayó y de ahí comenzó todo el calvario para su familia. A veces se perdía, caminaba sin rumbo fijo por algo que sus padres le decían no existía.

Recuerdos, que al volver en si e intentar evocarlos le evadían.



Luego simplemente perdía la memoria de varios días, sufría terribles jaquecas que obligaban a sus padres a dormirlo con pastillas y cuando menos lo esperaban se soltaba a llorar, con un dolor tan palpable que sus padres también lo sentían.

Prueba tras prueba, tras visita médica, con naturistas, con sacerdotes y por ultimo hasta con hechiceros y ninguno supo que decirles. Así que un buen día, partieron como familia a esa pequeña localidad donde por fin hallaron paz.



Kouki ya no entraba en crisis como antes. Podía vérsele calmado caminando por los prados de la propiedad, de los bosques y los arroyos del pueblo.


Así que tuvieron un respiro.



Entonces un buen día, después de cumplir los 15 años, todo malestar paro. Sintió que cuando despertó una mañana, como si una nube que nublara su mente hubiera desaparecido, como si con ella se fuera el dolor y las penas. Así que un par de años después, viendo que la mejoría era duradera, decidieron apostar por otro cambio y volver a su lugar natal.


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