8. Callejon Diagon

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Las historietas mágicas resultaron ser muy buenas después de todo. El hijo de Esther, Philip, había enviado con su lechuza Azura, una enorme cantidad de tomos como regalo sobre distintas historietas.

Nunca había invertido tanto tiempo en leer libros como leer historietas. "Hechiceras de la igualdad" o "Escobas y corsés" eran lo primero que leía al despertar, pero iba a ser imposible acabarla ya que, tenía cuarenta y seis tomos por leer.

En el caso de Esther, ella pasaba cada tarde, durante al menos dos horas, tejiendo bufandas y jerseys a mi medida. Algunos días, al observar que parecía estar creciendo, ajustaba y alargaba las prendas para adaptarlas a mi nueva estatura.

Por otra parte, Ottery St Catchpole era un pueblo de una tranquilidad excesiva, con calles despejadas y casas que se encontraban  muy distantes, salvo la de los Rivers, que estaba un poco más cerca de la casa de Esther por unos quince metros. Y eso era lo único malo.

Los Rivers eran unos magos y vecinos terribles.   Por lo general, siempre que podían hacían que el patio de Esther se llenara de gnomos, que eran unos pequeños hombrecitos de veinte centímetros de altura. Era tanta la cantidad de hombrecitos que incluso Esther pensó en contratar a un experto en gnomos.

Trató de hablar con los Rivers una o dos veces la semana anterior, y también la anterior a esa, pero sólo recibió portazos en la cara como respuesta, seguida de explosivos con olor a heces.

—¡INSECTOS MUGGLES! —gritó la señora Rivers, sacudiendo su cabellera para que cayeran los insectos— ¡MERLÍN! ¡¿POR QUÉ ME HACES ESTO?!

—Solo son quinientas cucarachas, ni siquiera...

La mujer, de cabellos castaños cayendo por los hombros y estatura media, entró por la puerta trasera con diez insectos siguiéndola por detrás en fila. En seguida, por la puerta principal salió su hijo de siete años sin zapatos dando brincos por el cesped con su madre a un lado sacudiendose aún.

—¡Esto es peor que tener gnomos! —gritó el señor Rivers, saliendo de la casa con su escoba en manos y tratando de caminar más rápido trás ponerse los zapatos al revés— ¡Mujer, ya fue suficiente! ¡No vamos a estar soportando que nos piquen el rabo!

— ¡A mí creo que ya me picaron! —se quejó su hijo, lloriqueando y encaramándose a un árbol.

—¡Fue suficiente! ¡No soportaremos esto! Vamos a desaparecer y quizás a demoler la casa en cuanto nos instalemos cerca de Birmingham, lejos de estos... —dio un salto cuando pasó una cucaracha cerca de él y a pesar de la distancia, vi como sus pelos se pusieron de punta del asco— insectos.

«Qué se larguen, Dios. Que se larguen.»

—Claire —exclamó Esther tocando mi hombro, y apartandomé de la cerca— Los Rivers se van... —Me miró — ¿Qué les hiciste?

—Bueno... quizás quinientas cucarachas muggles lo expliquen —reí con pena.

—Puedo perdonartelo, Claire, o simplemente castigarte... Pero en vez de eso, ¡haremos una fiesta! —dijo esbozando una sonrisa muy grande— No soportaba a los Rivers, veinte años conviviendo con ellos...

—¡Ya se fueron a gracias a Dios!  —decia por enésima vez Esther muy alegre.

La verdad admiraba como Esther odiaba a los Rivers, hasta se puso a cantar a los cuatro vientos.

Yo solo omitia el ruido de su canto mientras pensaba en volver a Hogwarts. Ya queria volver al castillo para poder aprender nuevos hechizos, me sentia muy aburrida en la casa de Esther.

Enamorada de Potter (Harry Potter y tu)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora