Prólogo

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La Peste Bubónica, la primera gran y letal pandemia la cual mató a más de un tercio de la población de Europa en el siglo XIV. Quién diría que rebrotaría varios años después y en más de una ocasión, esta vez rebotó en 1855 en la ciudad de Yunnan, China, las fuertes conexiones de comercio entre Estados Unidos y China provocaron que la Peste llegará al continente Americano, aunque los primeros años no hubo casos solo fue cuestión de tiempo.

Estados Unidos, 12 de Febrero de 1861

En una sala se pueden observar a tres hombres vestidos elegantemente discutir de manera seria –no podemos permitirnos el pedir ayuda– dijo una de ellos, era el más viejo de todos al parecer –Nuestros señores han mandado bastantes recursos para mejorar la nación. Es mejor continuar con el plan actual y dirigir más fondos a la investigación además a penas son unos cuantos casos, será fácil contenerlos– continuó el más anciano mientras se levantaba de su silla –pero que garantía tenemos otro sujeto de entre 50 años alzó ligeramente la voz –nuestro señor expresa su furia contra nosotros por estar hundidos en el pecado– dijo el más joven de todos mientras sostenía un relicario en sus temblorosas manos –esto no tiene nada que ver con Dios el es un ser justo, esto es obra del mal– reprochó el segundo más viejo mientras veía con desaprobación al más joven –¡Podrían dejar de pelear por una vez en su vida!– gritó el anciano a los más jóvenes, los cuales voltearon asombrados hacia el estamos en apuros y si seguimos así esta enfermedad va a consumir a toda la nación– siguió diciendo más relajado el viejo –daré por terminada la asamblea hoy. Nos veremos cuando toda esta situación sea más amena– termino el anciano antes de retirarse de la habitación dejando a los más jóvenes mirándose.

Inglaterra, 23 de Junio de 1861

Se puede observar a el Rey Eduardo VII leer una carta la cual informaba sobre el gran avance de la Peste en América –pero que atrevimiento se tomaron al no informar este hecho a tiempo– decía el rey bastante indignado por el contenido de la carta –bueno, será mejor que tomemos cartas en el asunto. Envíen a cincuenta de nuestros mejores médicos a curar la peste de Estados Unidos y evitar más contagios decía el rey mientras mantenía la total calma. Así como dio las instrucciones varios hombres comenzaron a buscar por todo el continente a los mejores doctores para volverlos "Doctores de la peste". Aunque la tarea les tomó semanas por fin lo consiguieron reunir a suficientes doctores, ahora era turno de entrenarlos.

Inglaterra, 30 de Agosto de 1861

El Rey estaba sentado en su trono en total soledad –están listos Rey mío– llegó diciendo uno de los consejeros reales al Rey Eduardo –bien, es hora de darles un poco de incentivo– dijo el Rey levantándose de su trono y saliendo a su balcón. En su patio estaban formados los 50 mejores médicos de todo el continente vestidos con batas blancas. La tarea fue algo difícil ya que a los extranjeros les enseñaron el idioma día y noche para que se les facilitará, por azares del destino y su diestra habilidad lograron aprender el idioma a tiempo. –Buenas tardes honorables médicos, ustedes han sido seleccionados por su habilidad en el campo de la medicina, ustedes unos hombres de valor ejercen la profesión bajo el juramento de salvar vidas han sido elegidos para ayudar a contener el rebrote de la letal enfermedad que azota el mundo de nuevo, en sus manos está el poder de curar a la gente– el Rey decía con total seguridad mientras hacía exagerados ademanes –Su entrenamiento será por 3 meses ininterrumpidos, se que están pensando en retirarse pero lamentablemente en el contrato que firmaron dice que no pueden renunciar– el Rey guardó silencio por varios minutos tratando de ver algún hombre temeroso pero nada, al parecer los médicos habían leído muy bien el contrato y estaban dispuestos a aceptar el riesgo –¿alguna duda caballeros?– preguntó incrédulo el Rey a todos los presentes. Nadie dijo ni una sola palabra –Bien, los guardias los escoltarán para que elijan las prendas adecuadas de un doctor de la Peste. Suerte doctores– exclamó el Rey retirándose del balcón.

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