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Carl Grimes caminaba por el patio de la casa que habían encontrado, lleno de plantas muy crecidas y pequeñas flores que nacieron solas en la tierra. Los demás estaban examinando la casa, buscando vida, comida, agua, pequeñas cosas que les podrían servir e incluso la peligrosa presencia de algún caminante.

Estaba frustrado, no podía soportar más la presión de vivir en una situación así con tan sólo catorce años. No se lo merecía, sólo era un adolescente.

Paso tras paso, pisando las pequeñas flores en menores ataques de ira mientras el Sol pegaba en su querido sombrero de Sheriff, chocó con algo; un diminuto cobertizo de madera hecho con tablas medio podridas, con un agujero de ventana sin vidrio y una diminuta puerta.

Pensó que ahí se podría quedar a reflexionar y tranquilizarse, o a simplemente estar solo. Nada le podía hacer daño ahí.

Se puso de puntillas y se asomó por la ventana, asegurándose de que no hubiese un caminante o algo que lo pudiese herir de alguna forma adentro, sólo se encontró con la conocida ausencia de vida, o muerte, ajena. Carl decidió abrir la puerta lentamente y entrar, para luego cerrarla detrás de él y sentarse como indio; jugueteando con una flor amarilla que había recogido afuera y pensando en la única persona que le brindaba paz al estar cerca suyo, Daryl Dixon.

El ambiente tranquilo le daba sueño, la luz del Sol que tanto añoraba sobre su ser ahora era sólo una estela que entraba por la ventana y alumbraba vagamente el lugar. Luego, algo perturbó su quietud: alguien intentaba abrir la puerta.

-¿Eh?-exclamó, esperando por una respuesta-

Al fin se abrió y pudo ver la silueta de un hombre mientras estaba medio cegado por la luz brillante que venía del exterior.

-¿Carl?-pronunció la figura-

Pudo reconocer esa suave voz de tono grave, era Daryl, su amado Daryl.

-¿Qué haces aquí?-le preguntó Grimes, mientras lo miraba con una expresión inmensa de curiosidad-

-Exploraba, ¿qué haces tú aquí?

Su voz lo volvía loco, su presencia lo volvía loco; pero de una manera romántica.

-Este es mi escondite.

Dixon se agachó para quedar un poco más cerca de su altura y lo miró con un gesto conmovido como si aún fuese un ingenuo niño de 10 años. Un poco de viento entró por la puerta, haciendo que su medianamente largo cabello ondeara levemente.

-¿Escondite?-preguntó, con una sonrisa tonta de esas que le dan los psiquiatras a los niños con esquizofrenia-

-Sí-afirmó con un poco de vergüenza, escondiendo la cara entre sus brazos por un instante-, para estar solo.

Parecía un animalito escondido, sentado en un rincón y cubriendo su cara. Sólo sus pequeños y achinados ojos de color claro, como los de su padre, eran visibles para Daryl.

-¿Por qué querrías estar solo?

El mayor se acercó un poco más, haciendo que a Carl le latiera mucho más rápido el corazón. No podía hablar, los labios finos de Dixon estaban tan cerca de los suyos, sentía su respiración caliente chocando en su rostro, sus ojos penetrantes mirándolo fijamente; estaba temblando, a punto de llorar.

Ni siquiera tuvo tiempo de procesar la pregunta que le hizo. Quedó hipnotizado por los nervios que le provocaba.

-Tus labios.

Se arrepintió de lo que dijo inmediatamente, pero la incitante mirada del contrario lo hizo querer continuar con el desastre que estaba a punto de cometer.

-¿Qué?-susurró el hombre, con una voz más grave que antes-

-Tus labios. Están muy cerca de los míos.

Daryl quiso reaccionar, pero no pudo; algo lo mantenía atado a Carl, a ese pequeño bastardo de Carl Grimes, el maldito hijo de su maldito amigo.

Se acercó más y más hasta que ya no podía verlo, su vista se desenfocaba al estar tan próximo a él.

Grimes se inclinó sólo un par de centímetros y pegó sus pequeños labios brillantes junto a los de Dixon. No fue un ósculo salvaje, no fue uno pasional, fue un beso tierno, uno de esos que sólo un chico como él sabría dar.

El hombre castaño y desaliñado se apartó de él y bajó la mirada levemente. No era bueno demostrando emociones ni sentimientos, pero estaba perdidamente enamorado de la persona más inoportuna y no podía soportar la carga social y la culpabilidad que eso le traía.

-Carl... Dios-suspiró Dixon-. ¿Qué me has hecho?

Carl lo miró con curiosidad y se volvió a acercar a él. Quería pedirle perdón, sabía bien que lo que hizo estuvo mal, pero las palabras no le salían de la boca.

-Fue... Fue mi culpa...

Daryl giró la cabeza para mirarlo nuevamente y lo besó. Ahora fue un beso pasional; recorría la boca del otro con su lengua lentamente, volviéndolo loco. Grimes quedó congelado al principio, pero agarraba los desordenados cabellos del mayor en un intento de comunicar que quería más.

Se separaron luego de varios segundos, todo lo que pudieron aguantar físicamente Carl y psicológicamente Daryl.

El único sonido que retumbaba en el cobertizo eran sus respiraciones un poco agitadas por la peligrosa situación en la que se encontraban.

-¿Daryl?-suspiró el menor, rompiendo el hielo-

Éste sólo lo miró, indicando con un corto sonido cerrado que continuara.

Carl abrió su mano y la miró; ahí estaba la flor amarilla con la que estaba jugando hace un rato, símbolo de inocencia y pureza; símbolo de virginidad. Había sido aplastada por él mientras apretaba ambas manos al besarlo. Volvió a mirar al hombre y le extendió el brazo para entregársela.

-Quiero que tú la tomes.

escondite [daryl dixon x carl grimes]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora