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Estoy llorando a gritos, me estoy rompiendo.

Le temo a todo

pegado a estas paredes.

Dime que hay esperanza para mí.

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La lluvia golpeaba con fuerza los cristales empañados. El intenso frío que reinaba en el exterior atravesaba las paredes, invadiendo la enorme biblioteca. Podía sentir cómo mis dedos se congelaban mientras pasaban cuidadosamente las páginas del libro que sostenía.

Aquel sitio se había convertido en mi lugar favorito durante el tiempo que llevaba viviendo en esa casa. Disfrutaba perderme entre las estanterías repletas de libros y buscar la forma de satisfacer mi curiosidad. Sabía que si me encontraban allí con un libro en las manos, sin estar limpiando como se me había ordenado, sería castigado. A pesar de ello, no podía evitar el impulso de intentar esclarecer las dudas que mi mente aún no sería capaz de responder en aquellas fuentes inagotables de conocimiento.

Era 2121, año en que la humanidad había logrado alcanzar un nivel de desarrollo y progreso nunca antes imaginado en la historia. Se obtuvieron grandes logros en todas las ciencias, como la parcial erradicación de las enfermedades contagiosas, tras un siglo de pandemias mundiales, y nuevas fuentes de energía sostenible como la fusión nuclear. Pero el mayor y más significativo avance fue la creación de los androides: sofisticados robots con forma humanoide fabricados con el único fin de servir y satisfacer los deseos de los humanos. Yo era uno de ellos, creado en el límite que separaba la vida de lo artificial. Una máquina con una batería a modo de corazón. Un ser inferior, sin el privilegio ni la capacidad de pensar. Aparentemente.

—Eren —me sorprendió la cortante voz de mi amo justo detrás de mí.

Cerré el libro que tenía entre mis heladas manos e intenté ocultarlo de su vista al girarme hacia él con lentitud. Estaba apoyado en el marco de la puerta, manteniendo los brazos cruzados. Vestía un elegante traje negro con una camisa blanca sin corbata, un atuendo que le hacía ver más apuesto de lo habitual. Su mirada se hallaba fija en mí, mostrando una expresión en la que podía leerse que estaba molesto por algo.

Recordé el momento en que me conectó. El ligero hormigueo que sentí recorrer mi espalda, que envió impulsos eléctricos a cada rincón de mi cuerpo, activándolo. Mis mecanismos reaccionaron y abrí los ojos lentamente, parpadeando hasta que la vista se acostumbró a la intensa luz. Entonces le vi por primera vez. Mis peculiares ojos ambarinos se encontraron con los suyos, rasgados y oscuros. Me observaba con detenimiento, analizándome mientras mantenía una expresión de aparente molestia en su rostro.

Era unos diez centímetros más bajo que yo, y su nívea piel contrastaba con su cabello azabache, levemente rapado en la nuca. Su mirada atrajo mi atención como un potente imán, y cuando volví a encontrarme con sus ojos, me di cuenta de que no había dejado de mirarme. Permanecimos así unos minutos que para mí fueron una eternidad, hasta que una mueca parecida a una sonrisa se dibujó en sus labios y un destello cruzó sus ojos, como una estrella fugaz surcando el cielo nocturno.

Habían pasado seis meses desde entonces, tiempo en el que pude conocerle mejor. El amo Levi tenía una extraña obsesión por mantenerlo todo en perfecto orden e impecable. Era muy estricto; pero, a pesar de eso, nunca me trató como una simple máquina, cuya única finalidad era servir y ser fiel a la humanidad, ni me puso la mano encima como harían otros humanos con sus androides. En ese aspecto, tuve la mayor suerte que podía haber imaginado.

El sabor de tus lágrimas | SAGA Siglo XXII #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora