“Hace mucho tiempo una niña seguía a un muchacho, el joven no sabía por qué era seguido, la chica cumplía con una promesa al hacerlo.
Él no quería estar solo, luego de tantos años de abandono, de luchas inciertas, de rostros extraños y lágrimas derramadas.
Ella solo quería estar con él, luego de tanto buscarlo sin conocerlo, de ver sus ojos por primera vez y de perderse en su turbia esencia.
Ella lo encontró llorando y al secar sus lágrimas, se prometió a sí misma hacer lo posible para nunca más verlo llorar. Esa niña se enamoró de aquel muchacho, de defectos y virtudes, de sus sonrisas y enfados.
Él se dedicó a protegerla, a cuidar de su inocencia, a escuchar su maravillosa risa y explorar en sus bellos ojos. Él la vio crecer, sin que sus años pasaran. La vio luchar por defenderlo, la vio sufrir por miles de injusticias.
Él no la crió como padre, ni la cuido como hermano. Él como amigo la admiraba y la encontraba de agrado. Cada día que pasaba, más lo hechizaba su encanto.
Con el tiempo esas miradas inocentes se volvieron besos apasionados, esa amistad se transformó en amor, ella finalmente se perdía en sus labios, él por fin lograba valorarla.
Él la dejó en el abandono muchas veces, para cumplir con su deber, ella lo esperó constantemente, lo despidió con días lluviosos para recibirlo con sonrisas radiantes, él la recordó en cada noche que pasaban alejados.
Él no la vio morir, pero ella murió buscándolo…
Él no dejó de verla, ni ella de acompañarlo,
No se trataba de un limbo, ni de un purgatorio estancado,
Era el amor que tenían lo que su alma no había olvidado.
Dejando ese cuerpo pero no a su amado, perdiendo poder besarse, pero poder seguir admirando, sus sonrisas en el ocaso, y sus lágrimas en la noche…”