Precious

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Jamás olvidó esos ojos, aquellos ojos que la miraban con compasión.

Su familia era de buena posición, pero de mala reputación.

Su padre era uno de los mafiosos mas peligrosos de toda Corea, trafico de drogas, armas, estafas, robos, una lista interminable de antecedentes criminales.

Nunca faltaban aquellos que decidían tomar venganza, pero hasta ese entonces nadie lo había conseguido, hasta que apareció aquel muchacho que con solo 18 años de edad poseía las habilidades increíblemente inimaginables que se volverían una verdadera amenaza para Lee Seongwoo y todo su imperio mafioso.


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Una guerra se había desatado en la planta baja de la gran mansión.

Hongjoong logró entrar a la habitación donde se encontraba el magnate.

Con furia destrozó la puerta, asesinó todos a su paso y al fin consiguió cumplir su misión.

El más grande de los mafiosos de toda Corea había caído.

Un gemido de dolor se escuchó tras el gran ropero de la habitación. Cuando el muchacho abrió sus puertas logró ver a una niña cubierta en llanto. Le apunto con su arma dispuesto a matar, pero la imagen de su hermano en las mismas condiciones logro hacerlo entrar en razón.


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- Ya cumplí con el trato, ahora suelta a mi hermano - dijo con rencor.

El hermano del mayor entró a la sala, atado de manos y con una cinta gris que le imposibilitaba hablar.

- Me temo que no cumpliste del todo la misión Kim, no veo mi diamante en ningún lado.

- Ese no es mi asunto, mi misión era asesinar a Seongwoo.

- En ese caso, no me dejas otra opción, detesto los trabajos sin terminar...-dijo el hombre grotesco, haciéndole una seña a uno de sus hombres quien disparó a quema ropa al muchacho amordazado.

No confiaba en Hongjoong, además un hombre como él era una constante amenaza.

Intentó atraparlo y asesinarlo, pero Kim logró salir de aquel lugar cargando mas muertes consigo y la de su hermano, que le dejo un gran vacío en su interior, una vida sin sentido alguno.

Pero ¿por qué seguía luchando? A pesar de haberlo perdido todo algo en su interior le recordaba que no era el fin.


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- Señorita Lee, su auto está listo.

- Gracias Yeosang - dijo la chica alejándose del gran ventanal de su cuarto para dirigirse a la entrada de la gran mansión.


Sus zapatos resonaban en la iglesia totalmente vacía, cubrió su cabeza con aquella tela bordada y se arrodilló frente al altar.

Poco después se escucharon pasos resonar y a metros de ella, un chico, rezando.

Su cuerpo se estremeció al sentir tal presencia, no podía apartar la vista del muchacho.

Varias veces lo había visto allí, siempre discreto y frecuentando el confesorio. Pensó que su pecado debió haber sido tan grande para que no pase ni un día sin que dejara de pedir perdón.

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