Promesas

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Kano despertó sudoroso de las pesadillas, que cada vez eran más habituales.

Soñaba con un ser de ojos amarillos y pelo negro, que asesinaba de mil formas diferentes a sus amigos. Tantas que era imposible acordarse de todas.

Cada una de ellas era más cruel y sangrienta que la anterior.

Aunque en la mayoría de las ocasiones, solía soñar con Ayano. En algunos recordaba su sonrisa, su felicidad y todos los buenos momentos que tuvieron de pequeños.

En otros, su suicidio.

Nunca habló de ello con nadie.

"Shuuya, lo siento. Parece que tendremos que guardarlo como un secreto, ¿no crees?"

Dijo mientras se llevaba el dedo índice a los labios, posándose en una triste sonrisa por la que caían algunas lágrimas.

Kano corrió todo lo rápido que pudo hacia ella, intentando hacer algo, pero ya era tarde. Ayano cayó hacia atrás mientras una de las serpientes le engullía.

Solo pudo limitarse a observar con impotencia la escena desde lejos, completamente paralizado. Después de eso, deseó que estuviese muerta antes de que pudiera estar atrapada en un lugar como el daze.

Aquellas fueron sus últimas palabras antes de tirarse al vacío. Una promesa que desde ese día se obligó a cumplir. Ella no deseaba que los que le querían sufrieran por lo que hizo, así que aquel sufrimiento fue un peso que debía de cargar.

Siempre lo tuvo en secreto. Cuando comunicó la noticia a sus otros hermanos, tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano por no llorar delante de ellos. Anque su poder solía ayudar a ocultar sus emociones en momentos como ese, el dolor podía con él. 

―¿Por qué nos tiene que pasar todo esto?―Dijo en un susurro.

Dijo Kano delante del lugar donde yacía el cuerpo de su Ayano.

Todo quedó como una promesa. Como una promesa parecida a lo que le dijo la serpiente hace años.

Sigue mintiendo.

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