Capítulo 1: Belleza y fragilidad

22 5 0
                                    


*Este capítulo esta pensado para leerse escuchando su canción original.*

Capítulo 1: Belleza y fragilidad

La vida deshonesta de Enzo Cafiero.

En la casa que habité cuando era niño había un jardín gigantesco, casi tan grande como la propia vivienda en sí. Era enorme, lleno de todo tipo de flores de colores, inclusive papá había plantado un pequeño huerto de hortalizas y especias aromáticas en la parte trasera. Teníamos manzanos, nogales y una enorme higuera en medio de todo. Había una gran fuente de concreto, cubierta de enredaderas, donde bebían y se bañaban las aves que sobrevolaban el lugar.

Pero recuerdo un día en especial. Un día que el jardín se lleno de cientos de mariposas. Ellas aleteaban por todas partes, con sus bellos colores vibrantes, se posaban entre las flores y revoloteaban en círculos sobre todo el jardín.

La escena era hermosa, casi hipnótica; los bellos insectos se elevaban por encima de mi cabeza. Sentí mi corazón colmado de una emoción inexplicable, como sí mi cuerpo se desvaneciera, y mi espíritu se fundiera entre las mariposas.

Recorrí el jardín en búsqueda de mamá, quería que viera lo que sucedía, quería que sintiera lo que yo sentía, pues sabía que las mariposas eran sus favoritas. Atravesé el huerto de papá, perfectamente alineado en cada uno de los surcos; el romero comenzaba a sobrepasar a las demás plantas. Seguí caminando, esta vez, apurando el paso entre la tierra negra. Con mis zapatos desanudados pasaba por encima de las rocas sueltas que hacían tambalear mi cuerpo hacia los lados; pero no había tiempo para ser cuidadoso, debía encontrarla antes de que las mariposas se esfumaran del lugar.

Entonces, paré en seco justo frente a los árboles frutales. Ahí era donde se concentraba la mayoría de las mariposas. Muchas agitaban sus alas, volando alrededor de un cuerpo que colgaba de una de las ramas mas altas del manzano. Al verle quise gritar, pero mi garganta se paralizó, no podía emitir sonido alguno. El sudor frío escurría por mi nuca, sentía los latidos de mi corazón en la garganta, casi a punto de vomitar mi propia vida.

De pronto, el cuerpo giró en mi dirección y reconocí el rostro de mi propia madre. Tenía mariposas encima de sus ojos, mientras que una pequeña se posaba en su barbilla para caminarle sobre toda la cara. La imagen macabra mostraba su cuello roto bajo la soga de donde colgaba inerte, su cabello ondulado se mecía al ritmo del viento y su vestido caía con delicadeza hasta sus piernas. Era como presenciar el cadáver de un ángel atormentado, un ser que albergaba belleza en su dolor.

Al cabo de un rato, las mariposas se aglomeraron encima de mi cuerpo, aleteando de manera violenta; era como si mi presencia las hubiese alterado. El miedo comenzó a consumirme.

Aquel día aprendí que, las mariposas son un signo de muerte.

Amaneció.

De nuevo había tenido esa pesadilla. Es cierto cuando dicen que en tu infancia pueden suceder muchas cosas que te marcan de por vida, pero entonces, ¿de quién es la culpa? ¿Cómo pude haberlo evitado, sí era solo un niño?

Repentinamente, mi madre decidió terminar con su vida y no pudo pensar en una mejor idea para hacerlo que colgándose en el jardín de la casa donde vivíamos. A veces, por las noches, cuando cierro los ojos para conciliar un poco de sueño, veo su rostro deformado, casi en estado putrefacto. Los gusanos le han comido la mitad de la cara y su piel se volvió verdosa, exponiendo la carne ennegrecida de su esqueleto. Ella murmura algo indescriptible bajo los remanentes de sus labios y abre su boca de par en par para dejar escapar hacia mí miles de mariposas negras de su interior. Los insectos me cubren el cuerpo, alimentándose de mi carne, mientras yo me revuelco del dolor hasta mi muerte.

Alas de Mariposa - Cuento musicalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora