Los fragmentos de Ian Collins.
"Este tipo es un idiota", fue lo primero que pensé al verlo. Pero no era un idiota por vestir un estúpido traje de oficina, o por caminar descuidadamente en un espacio público, no. Él era un idiota por haber reaccionado de esa manera. No necesito su condescendencia.
Las personas como yo, que no somos como el resto, estamos conscientes de ello. Yo lo sé, he nacido con esta condición y me las he podido arreglar para sobrevivir todo este tiempo. No necesito la lastima ni el trato frívolo que esta conlleva.
Pero aquí estaba, con este idiota de sonrisa incómoda, bebiéndome un café con sabor a mierda, en una cafetería olvidada por Dios, llena de cucarachas que correteaban por el piso de azulejo estrellado que se había vuelto amarillento.
"Este es mi karma por ser un maldito desgraciado", rasgué un sobrecito de azúcar para vaciarlo en la taza despintada que me había dado la camarera, quien, a juzgar por su aspecto y el olor de su aliento, hoy había decidido no asearse.
—Entonces... —carraspeó Enzo.
"Sí, creo que dijo que se llamaba Enzo", un desperdicio de un buen nombre en una persona tan ordinaria.
—¿Cómo te sientes, Ian?
—¿Eh? —no me gusto como me llamó con tanta familiaridad, pero no quería ser tan descortés, pues a pesar de todo, estaba tratando por ser amable a su manera. —Estoy bien, solo iré al baño para colocar un poco de crema sobre mis heridas abiertas.
—Al menos dejaron de sangrar —sonrió nervioso, pero vi cierta calidez en su rostro.
Por un instante me sentí un poco mal de haberle juzgado. Pero esto terminaría al beber ese café, solo tenía que resistir un par de minutos más.
—Bueno... —me sentí incómodo. —Iré al baño.
—No te preocupes, yo cuidaré de tu café.
Asentí en señal de agradecimiento.
Me levanté del sitio, pasando de largo hacia el fondo de la cafetería. Me percaté de que no había nadie mas que nosotros dos en aquel triste lugar. ¿Cómo es posible que no haya quebrado aún? Nadie viene a comer aquí, salvo los insectos que viven dentro de las viejas paredes.
Llegué hasta la última puerta oxidada. Frente a mí había un viejo anuncio despintado y roído que advertía ser el baño de hombres. La abrí con mi hombro, no quería tocar ese foco de infecciones con mis manos llenas de heridas en carne viva.
Caminé rápido hacia el lavabo. El lugar se inundaba con un desagradable olor a orines y excremento proveniente del desagüe destapado.
"Carajo", cerré los ojos y comencé a respirar por la boca.
Paré frente al espejo, mirándome reflejado en él.
—Mira eso... —susurré para mí mismo.
Mi labio inferior estaba cubierto con mi sangre seca, que se había tornado de un marrón rojizo. Tenía la cara llena de cicatrices, era como si mi piel fuese tan frágil como las alas de una mariposa; tan fácil de arrancarla al simple tacto.
Saqué un pequeño tubo de crema que guardaba en mis bolsillos para emergencias como ésta. Coloqué un poco en las zonas heridas, con la yema de mi dedo índice daba pequeños toquecitos, no quería empeorarlo.
ESTÁS LEYENDO
Alas de Mariposa - Cuento musical
Mystery / ThrillerMariposas, ¿cómo es que algo tan bello puede convertirse en el signo de la muerte? Enzo Cafiero e Ian Collins, dos personas marcadas por el pasado, cruzan su camino sin imaginar lo que les depara el destino. La belleza siempre guarda un dejo de frag...