El otoño se asomaba cuando Valerie comenzó a sentirse así. La brisa comenzaba a volverse fresca. Las hojas de los árboles poco a poco adquirían un tono amarillento; algunas ya comenzaban a caerse y otras se aferraban con todas sus fuerzas a sus ramas. La ciudad, que vestía tonos anaranjados y cafés, nunca había lucido tan hermosa ante los ojos de Valerie. La castaña, jamás se había puesto a analizar con profundidad los cambios en las estaciones, y el efecto que estas producían en las personas. Ella simplemente se limitaba a vivirlas, sin apreciarlas. Pero ahora todo era diferente. Su mundo estaba patas arriba. Y su percepción de este también. Ahora prestaba atención a los detalles. Veía cómo los niños recogían las hojas desprendidas de los árboles, sorprendidos con lo que para ellos eran colores atípicos en las mismas. Veía como sus padres los miraban con dulzura ante su inocencia, y sonreía. Sonreía mucho. Ahora sonreír era una de sus acciones favoritas. Sonreía por todo y a todos. ¿Desde cuando la vida era tan bella? ¿Y por qué ella nunca lo había notado?.
Claro que Valerie estaba bajo los efectos de un enamoramiento aunque aún no lo percibiera.
Esa alma amable la había cautivado desde el momento cero. Con sus ojos marrones, tan oscuros como los suéteres que solía usar. Confiables y atentos, desprendían simpatía. Con su andar modesto y la forma educaba que tenía al hablar. Sincera y sin rastro de condescendencia. A Valerie le gustó hablar con él. Le gustó escuchar su historia, le gustó la forma abierta y honesta que tenía de contar las cosas. Le gustó que se mostrara vulnerable con ella desde el comienzo. Hoy en día, todos temen hacerlo, porque mostrarse vulnerable es exponerse a qué te hagan daño. Valerie consideraba esa una actitud de valientes. Y a Valerie le fascinó que él fuera valiente.
Claro que ella aún no había analizado todos esos hechos para ese entonces.
Fue después de volver caminando hasta su casa en su compañía varias veces. Con largas charlas llenas de risas y anécdotas. De ir conociéndolo poquito a poquito. De esperar con ansias verlo otra vez en el colegio. Conversar con él a diario y alegrarse cada vez que notaba como él la buscaba con la mirada entre la multitud. Fue después de eso y tras varias conversaciones aleatorias, miradas de complicidad y pequeños gestos de cariño, que Valerie comenzó a comprender (o todo lo contrario) sus sentimientos.
Valerie estaba enamorada y cuando al fin lo notó, ya no había vuelta atrás. Ya era demasiado tarde.
Ella estaba extasiada y asustada al mismo tiempo. Jamás había estado enamorada. Pero era una sensación tan bonita, tan cálida y tan irresistible, que Valerie deseó estar enamorada toda su vida. Deseó haber conocido a ese chico tan carismático antes. Deseó estar con él y llevar la linda conexión que, a pesar de haber sido instantánea, fueron desarrollando con el tiempo, al siguiente nivel. Valerie deseaba abrazarlo, besarlo y decirle a la cara todas las cosas lindas que él le hacía sentir.
Pero Valerie estaba paralizada. Llevaba meses ahogándose en silencio. Llena de problemas y preocupaciones. Llevaba meses asfixiándose sin que nadie lo notase. Y tenía miedo. Aunque supiera que en el fondo que el sentimiento era recíproco, tenía miedo de arruinar esa relación tan bonita. Ella no sabía nada sobre el amor, pero estaba segura que eso, esa calidez y esa seguridad que sentía con él era amor. Ella sabía que conocerlo, había sido la bocanada de aire fresco que necesitaba. Él era el otoño. Esa estación tranquila, pacífica, ligera, llena de luz, oxígeno y vitalidad. Él era otoño; su estación favorita. Él era otoño y ella lo amaba.
~Amortentia