Lirios, camelias, rosas, crisantemos, petunias, margaritas, azucenas, claveles, esas y un largo etcétera de preciosas flores que esperaban ser compradas por cualquier persona.
Fuera de la tienda eran las mujeres quienes se tomaban el tiempo de apreciar su hermosura, entusiasmarse con algunas, e incluso pedir un precio menor por una de ellas. Las flores que se dejaban marchitar, las que no eran muy atractivas, pasaban a estar en un barril enorme de abono para ser devoradas y ser utilizadas en otras partes de la florería.
Así era la vida de una flor. Arrancada de su vida natural para ser expuesta a personas que veían sus fascinantes colores, pero que, al poco tiempo después, dejarían de prestarle atención, lo que haría que la preciosidad de vivaces colores pronto opaque y sus pétalos caigan uno por uno hasta perder el color de su único tallo.
La campanilla de la tienda de la florería sonaba en varias ocasiones, y no solo la campanilla, sino que el teléfono también. ¡Había un centenar de pedidos a todas horas!
Flores para amistad el cual su color era amarillo, flores para la paz, flores de felicitaciones, e incluso flores rojas como lo eran las rosas para demostrar una hermosa pasión.
Así se la pasaban todo el día trabajando, realizando arreglos florales y lidiando con la gran clientela.
No tenían nada que perder, de hecho, el jefe no quería perder al único vendedor estrella de su florería.
Sí, era algo ridículo no querer perder a un vendedor, pero es que ese muchacho de cabello negro con algunas ondas ligeras acaparaba la atención de las muchachitas adolescentes que iban a su tienda a comprar.
Aunque ellas no fueran por las flores, siempre cooperaban con una compra muy pequeña, pero la mismas compras pequeñas fueron creciendo debido a la amabilidad de chico.
El señor lo admitía. Cada vez que su vendedor estrella estaba entregando algún pedido a domicilio, las adolescentes iban a la florería a preguntar por él. Claramente se entristecían, pero aún así compraban algo para no dejar al jefe y dueño, el cual era un anciano con poca movilidad casi, con las manos vacías.
En una motocicleta este muchacho de carácter ligero, hacía las entregas por todo el distrito.
Cuántas veces no vio a muchachos desesperados esperando un ramo enorme de rosas para pedirle perdón a sus actuales novias, o a veces era al revés. Chicas comprando ramos enormes para pedir perdón a sus novios.
También, entregaba flores a chicos y chicas que intentaban declarar su amor. Como un extra, Shisui llevaba un oso de peluche pequeño casi del tamaño de un llavero por cortesía de la casa, siempre y cuando se tratara de una confesión.
En los matrimonios la situación era distinta, ahí simplemente conducía la camioneta hasta los hogares donde se iban a realizar las uniones.
Era divertido ir porque generalmente le ofrecían algo de comer o de beber, y aunque él tenía las ganas de aceptar, siempre ponía sus responsabilidad por delante.
Así era Shisui; un chico de clase económica regular, alguien que no tenía mucha historia por contar a sus conocidos, sobre todo porque en esos aspectos era muy reservado.
* ~ ~ ~
— ¡Hey, Shisui! ¿cómo te ha ido en la entrega? —
Preguntó el anciano acercándose con el rostro lleno de felicidad. Ese hombre se comportaba como un abuelo para el azabache. Jamás fue sobre explotador. Quería muchísimo al muchacho y no solo por las ventas, sino porque el chico se portaba como un nieto o un hijo. Tenía mucho amor y admiración. Siempre veía cómo Shisui intentaba superarse cada día.
— ¡Oh, excelente señor Urukashi! ¿hay otro pedido que entregar? —
Preguntó mientras dejaba su liviana mochila en el perchero de la vitrina trasera.
— No muchacho, es todo por hoy. Debes ir a tu casa a descansar. ¿Sí? Trabajas mucho. Por cierto, unas muchachitas han dejado unos obsequios para ti; son algunos dulces de membrillo y fresas, te los empaqué en...
— Señor Urukashi, tómelos. No me gustan muchos los dulces...
— Ay chico, tú harás que mi esposa engorde, pero si realmente no los quieres los tomaré, muchísimas gracias.
El azabache agachó la cabeza en señal de aprobación mientras se quitaba el perchero. En eso, el teléfono del local comenzó a sonar una y otra vez. El dueño iba como podía a atender la llamada con sus pies cansados y el bastón que hacía de apoyo, sin embargo, Shisui lo detuvo a mitad de camino pues él atendería la llamada.
Sin duda el mejor trabajador del mundo.
— Florería Urukashi-sama, estamos para servirle. ¿Qué se le ofrece? —
Hasta para contestar el teléfono se comportaba de manera amable.
— Ajá, ajá, ajá... déjeme ver, no cuelgue por favor. —
Cubrió el micrófono del teléfono.
— Necesitan un arreglo florar urgente, es para un evento familiar.
— Es muy tarde, además ya vamos a cerrar. ¿Lo quieren para hoy?
— Sí...
— No, diles que ya está cerrado. Imprudentes familias ricachonas que creen que...
Shisui volvió al teléfono.
— Sí señor, ahí estaré con su arreglo florar. —
Comenzó a escribir la dirección del hogar de esta familia.
— No se preocupe, adiós. —
Al cortar, el dueño casi le lanza el bastón por la cabeza.
— ¡Siempre haces lo mismo y te quedas más de lo que deberías, sabes que no puedo pagarte tus hor...
— Señor Uru, yo lo hago porque aprecio mucho este lugar y porque usted debe vender todas sus flores, así su señora estará feliz...
El viejo soltó un suspiro rendido.
— De acuerdo muchacho, pero solo haces este envío y luego te vas a tu hogar.
El azabache corrió apresurado. El imponente muchacho de un metro ochenta y cinco, comenzó a tomar flor por flor a una gran velocidad, limpió cada hoja y fea astilla que aparecían, y todas las entrelazó en un arreglo maravilloso.
La petición era de color púrpura en un lado e incluso rojo, había una preciosa variedad de colores que juntaban y pegaban a la perfección, hasta él se enamoró del arreglo, de su mano de obra.
— ¿Sabes Shisui? — Comentó el anciano en lo que hacía cuadratura de caja. — Algún día te vas a enamorar, y cuando te enamores me sentiré feliz... pero me sentiré mejor cuando haga yo mismo el arreglo florar de tu matrimonio.
— ¡Así será señor Uru, así será! — Tomó una fotografía al arreglo, y cuando ya estuvo listo, puso la cinta de color blanco. — Ya me voy, nos veremos en un rato más, ¿sí?
* * *
Una hora le tomó llegar a ese hogar. Pensó que la casa sería una muy común, pero cuando el parabrisas reflejó una enorme casa, casi como un castillo, soltó un suspiro. Gente de esos niveles eran demasiado exigente con los pedidos. Nunca en su vida tuvo problemas, pero era mejor estar antes para no causar malos ratos.
No llegó pitando la bocina ni mucho menos, solo se estacionó en el lugar correcto, bajó del auto, abrió la puerta trasera del vehículo y sacó ese magnifico arreglo florar.
— Tú debes ser el chico de la florería... —
Oyó una voz gentil y llena de amabilidad. Shisui volteó con el enorme paquete en sus brazos y pecho. Por el pequeño orificio logró ver simplemente una pequeña curvatura en unos labiales que no logró definir bien.
— Sí, soy yo. ¿Dónde lo dejo?
— Sígueme. —
La silueta era evidentemente de un chico; se lo decía su vestimenta y sus zapatos lustrosos, incluso su cabellera negra en una coleta no muy alta.
A pasos agigantados logró toparle el paso hasta que por fin llegaron a un gran salón. Definitivamente era como un castillo.
— Déjalo aquí... —
— Hermano, ¡hey! ven un momento...
— Voy... Adiós.. —
Aquel chico ni lo miró, simplemente se fue con su hermano pequeño, necesitaba ayuda con su corbata.
Shisui acomodó bien el enorme arreglo floral al lado de esa preciosa estatua de dragón. Retrocedió unos cuántos pasos para ver la majestuosidad de sus flores al lado de dicha figura.
Quería soltar un ''woow' extremadamente exagerado, pero como llegó se fue.
— Muchacho, gracias por tu envío, pero debes retirarte, es una reunión de gente de etiqueta — Decía la mujer mientras miraba su reloj de su antebrazo. —, así que si eres tan amable. — Extendió la mano a la puerta.
Shisui entendiendo el mensaje dio pasos gigantes hasta la salida, ahí vio a una mujer de dulce carácter.
— Oh, tú debes ser el repartidor de la florería. Muchas gracias por tomar tu tiempo, sabemos de sus horarios, pero... era con urgencia, lo siento. — La matriarca al parecer del hogar puso sus manos frente a su propio rostro para pedir perdón. — ¿Cuál es tu nombre?
— No tiene de qué preocuparse... — Miró hacia atrás, aquella mujer que lo había corrido como si fuese un trapo hizo una reverencia de disculpas. — solo hago mi trabajo. Y mi nombre es Shisui...
— Mi nombre es Mikoto. Recomendaré tan lindo y amable servicio. Gracias por todo. —
Cuando acortó la distancia hasta el chico, le entregó una pequeña propina, pequeña para ella, pero para Shisui fue casi exagerado. — Señora no es...
— Jamás, debes aprenderlo, jamás se regresa un obsequio de mi persona... ¿sí? Ten buena tarde, joven Shisui. —
Callado y anonadado, simplemente vio como la matriarca del hogar entró con sus otros familiares. Las puertas se cerraron dejándolo ahí, sin saber qué hacer.
— Con esto puedo pagar el mes de atraso de mi dividendo... —
Como un grandulón feliz, caminó hasta el vehículo, una vez arriba, dividió el dinero de la paga de las flores y, aparte, esa enorme propina.
Las manos le temblaban, es que era mucho dinero.
¿Qué era esa familia? ¿narcotraficante?
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Si tú eres feliz
FanfictionLo había olvidado por completo. Tenía frente a sus ojos a la persona más preciada de su vida, a quien buscó por tanto tiempo, pero parecía que los recuerdos no eran mutuos. ¿Es eso o simplemente una confusión? (Personajes de Masashi Kishimoto)