Gótico Americano pierde una pata

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Cuando sales del huevo y una granjera pestilente vocifera a su esposo “Ej grande, mi amó. Ejte tiene guena pechuga. Como pa’cé una cena familiá,” sabes que tu vida estará marcada por la tragedia. La granja Gótico Americano solo cumple con la segunda parte de su nombre, y por momentos cuestiono si un par de manzanos resecos y cuatro repollos mordisqueados pueden ser considerados una granja.

Necesito ir al lago. Y sí, sabía desde el principio que para salir de la granja debía pasar frente a la jaula de los cerdos. Aquí estoy.

“Eh, tú. Cenafamiliar,” ese es mi nombre. Pero, por suerte, la creatividad de la granjera es ilimitada.

“¿Qué puedo hacer por ti, Pardebuenosjamones?”

El cerdo me observa con intriga, mientras se pregunta si dejarlo pasar o mandar a la cabra para encargarse de mí esta noche. De todas formas, no será preciso. Por la forma en que sus dientes deformes quedan expuestos en lo que se adivinaría una sonrisa cerda –en todo el sentido de la palabra–, supongo que no habrá consecuencias.

“Esta noche.” Gruñe.

Me encamino hacia el lago nuevamente. Esta noche será la gran fuga: los animales de la granja –tres cerdos raquíticos, una vaca con más años que manchas, media docena de gallinas infértiles, una cabra con problemas de ira y un pato viudo. Ese soy yo– intentarán fugarse, y por la ominosa mirada de Pardebuenosjamones, no perderán la oportunidad de matar a los granjeros.

Después de lo de Cuellodeganso juré no marcharme de la granja. Podría graznarse que los patos somos un poco dramáticos cuando vemos a nuestra pareja girando sobre sí misma en una caja caliente que los humanos llaman horno, para luego ser servida sobre una cama de lechugas mustias y tomates verdes.

Creo que los granjeros quedaron con hambre, y yo quedé con el corazón roto. Cuellodeganso era la pata más graciosa que he conocido. Cuando pequeña sufrió una herida en el ala con un perdigón del granjero –el muy lerdo llevaba unas gafas con las que veía menos que un topo jugando a la gallina ciega.

Pensé que no poder volar la afectaría mucho, pero Cuellodeganso era una amante de la vida. Siempre parpaba durante las noches que le encantaría conocer el lodo blanco que los granjeros ven en su caja luminosa llamada televisor –los humanos ponen nombres muy raros a sus cajas.

Le respondí una vez que el lodo blanco se llamaba nieve, y que estaba lleno de pingüinos que, como ella, no podían volar. La idea le entusiasmó de tal manera que, después de la eclosión de nuestro primer huevo, me hizo prometer que la llevaría con los pingüinos.

Ese fue otro problema. Cuando nuestra primera cría murió tan solo unos minutos después de salir del cascarón, su mundo se derrumbó por completo. No comía. No bebía. Apenas batía las alas. Y se fue consumiendo hasta no ser más que un amasijo de plumas grisáceas.

Los granjeros se vieron obligados a sacrificarla, con tal de poner fin a su sufrimiento y tener algo más que huesos para llevarse a la boca. En realidad fue una comida bastante espartana, casi vulgar, como la mayoría de las cosas en Gótico Americano.

A la salida de la granja veo el cartel que señaliza el nombre del rancho. Según Rechonchón el perro –sin dudas el más culto de toda la granja, incluidos los granjeros–, tomó el nombre del más famoso lienzo rural, pues su primer propietario resultó ser un pintor que intentó recluirse de las banalidades mundanas para alcanzar un estado mental superior. Por lo visto, su mujer se sintió un tanto solitaria y buscó afecto en un campesino de la zona. El pintor descubrió a su esposa jugueteando con la banalidad mundana del campesino y cortó de cuajo el matrimonio, la banalidad del amante y su estadía en la granja. También abandonaron al pobre Rechonchón.

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