Rompiendo el hielo

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Max desvió la mirada del frente de la barra en el momento justo para ocultar un bostezo imprevisto. Sus ojeras eran dos semicírculos oscuros bajo sus brillantes ojos verdes.

─ ¿Necesitas que te conecte a la corriente? Tal vez así tendrías más energía. ─ mencionó Dylan con tono divertido. Se encontraba limpiando la cafetera con un paño que había perdido su color blanco hacía mucho tiempo.

─ Lo que de verdad necesito es otro café. Anoche dormí fatal. ─ contestó Max pasándose el dorso de la mano suavemente por los ojos.

─ Pero si ya llevas tres en lo que va de mañana. Te va a acabar dando un ataque al corazón. ─ negó su amigo observando con detenimiento la pulcritud que ostentaba ahora la máquina de café. ─ ¿Estuviste liado con la disertación?

El joven desvió la mirada al suelo, no pudiendo evitar sentir una breve punzada de remordimiento.

─ No realmente. Pero me tuve que levantar de la cama en mitad de la noche... dos veces. ─ respondió de forma escueta.

Dylan enarcó una ceja.

─ Levantarse a mear por la noche es la peor sensación del mundo. ─ anotó, asintiendo levemente.

Max no dijo nada al respecto, pues no tenía demasiadas ganas de explicarle a su amigo lo equivocado que estaba con aquella asunción.

En realidad, la razón por la que no había conseguido dormir bien era porque Liam Underwood seguía apareciendo en la oscuridad de su mente una y otra vez. Este hecho le hacía sentirse terriblemente mortificado, pues la parte racional de su cabeza le gritaba que estaba comportándose como un obseso. No había más en aquel chico que en cualquier otro en el que se hubiera fijado antes y, sin embargo, su mente volvía a él de forma continuada. Era la primera vez que le sucedía algo como aquello, y eso lo descolocaba todavía más. ¿Qué podría haber en él como para causarle ese revuelo de sentimientos?

Taylor se encontraba aquel día en el interior de la cocina. Max lo sabía porque siempre que le tocaba a ella aquel turno surgían de la sala innumerables y sucesivos golpes. Su amiga definitivamente detestaba ese puesto, pero dado que el de los tres era rotativo, tampoco podía hacer nada. Por suerte, y para alivio de ambos, aquel viernes habían tenido una mañana tranquila y no faltaba mucho para que el turno de ambos acabara.

El joven mantuvo la mirada fija en el reloj de pared, repasando mentalmente el horario que se había establecido para aquel día. Llegaría a la universidad, seguiría investigando para mejorar la idea que le presentaría la semana siguiente al comité de disertación y luego acudiría al seminario. Gracias al cual vería a Liam cuatro sesiones más...

De pronto, la mano de Dylan osciló delante de su rostro, sacándolo de su ensimismamiento.

─ Estás en otro planeta, Max. ¿Te pasa algo? ─ le preguntó cruzándose de brazos.

El aludido miró a su alrededor. El local se encontraba vacío en aquellos momentos, por lo que suspiró y apoyó la cadera en la barra.

─ Hay un chico. ─ admitió sin dirigirle la mirada a su amigo. Tenía la vista fija en sus brazos plagados de pequeños lunares.

Dylan esbozó una amplia y pícara sonrisa tras su barba. Sus ojos, como era costumbre, se volvieron pequeños y las pecas de su rostro los obnubilaron.

─ ¿Y quién es? Cuéntanos. ─ le pidió, divertido.

La cabeza de Taylor se asomó desde la cocina al instante. Parecía haber estado escuchando todo desde el silencio de la sala trasera.

Max emitió una breve risa.

─ Menudo par de cotillas estáis hechos. ─ los acusó. Entonces se mantuvo en silencio unos segundos, sopesando sus palabras. ─ Se llama Liam. Acude conmigo al seminario al que me apunté ayer.

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