Capítulo 9

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Capítulo 9

Aunque más de uno de los actores olvidó su guión, y el personaje principal tropezó con la espada que
llevaba al cinto y se cayó todo lo largo que era sobre el escenario, la obra de teatro fue un éxito. Para celebrarlo, un grupo de profesores de la escuela, Catalina, Diego Torres, Fiona y su joven acompañante, fueron a un restaurante a tomar algo. Fiona había pasado la mayor parte de la velada coqueteando con descaro con su amigo, mientras Diego bebía una cerveza tras otra. Al final, la pelirroja y su pareja se fueron juntos, y Diego se ofreció a acompañar a Cat a su casa.

—Quizá debería haberte acompañado yo a ti —comentó la joven al notar, preocupada, que Diego se tambaleaba por el excesivo consumo de alcohol.

—No digas tonterías, ángel mío, controlo perfectamente —respondió él trabándose un poco con las palabras.

—¿Quieres que llame a un taxi?

—Cat, puedo recorrer sin problemas las tres manzanas que me separan de mi casa —contestó Diego, ofendido.

—En ese caso, buenas noches —Catalina se acercó para darle un beso en la mejilla, pero el hombre, que era casi de su misma estatura, volvió la cabeza y Cat no pudo impedir que sus labios se tocaran.

—Cat… —susurró él rodeándola con los brazos y estrechándola con fuerza, mientras su boca se volvía más insistente. Catalina apoyó las palmas contra su pecho y lo empujó con fuerza tratando de apartarse. No le resultó muy difícil, Diego estaba tan borracho que por poco lo tira al suelo.

—Diego, no soy Fiona —le recordó, armándose de paciencia.

—Ya lo sé, Cat, ¿por qué piensas que me gustaría que fueras Fiona? Fiona es una bruja, tú en cambio eres guapa y buena. ¿Quieres ser mi novia, Cat?

—Baja la voz, Diego, vas a despertar a los vecinos.

—¿Qué me importan a mí tus vecinos? —respondió él a voz en grito—. ¡Oídme bien, le he pedido a Cat que sea mi novia!

En ese momento, un taxi vacío acertó a pasar por ahí y Catalina alzó el brazo para detenerlo. Con esfuerzo, consiguió montar a su amigo en el asiento trasero y cerrar la puerta. Luego le indicó al conductor la dirección a la que debía llevarlo y se despidió de Diego, no sin asegurarse antes de que su amigo tuviera suficiente dinero para pagar la carrera.

—¡Adiós, ángel mío!— vociferó Diego con medio cuerpo asomando por la ventanilla agitando los brazos, frenético, mientras el taxi se alejaba.

Catalina dio un suspiro de alivio y se disponía a entrar en el portal cuando una sombra de un tamaño amenazador surgió de la nada. Aterrada, Cat se llevó una mano a la boca tratando de ahogar el grito que pugnaba por salir de su garganta pero, casi al instante, reconoció la alta figura de su vecino, tan impecable como de costumbre.

—¡Caramba, Leo, casi me da un infarto! —protestó Catalina, llevándose la mano al corazón, que parecía que fuera a escaparse de su pecho.

—No me extraña que no me hayas oído, Catalina, menuda escenita —comentó su vecino con desdén, mientras clavaba la mirada en los labios enrojecidos de la chica, signo evidente de que acababan de ser besados con intensidad.

—¿Qué ocurre, acaso nunca has tenido un amigo que estuviera pasando por un mal momento? Tienes la misma empatía que la uña del dedo gordo de mi pie derecho —replicó ella. Por primera vez, Leopold había conseguido enojarla de verdad.

—No me pareció que lo pasara tan mal, al contrario, me dio la sensación de que disfrutaba bastante besándote —declaró, sarcástico, mientras que, con los brazos cruzados sobre el pecho, clavaba en ella una mirada desaprobadora.

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