Ryomen Sukuna

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Titulo: Diosa de la muerte

  Ser la diosa de la muerte era mucho más difícil de lo que parecía, desde tener que ayudar a las almas en pena el aceptar su muerte hasta tenerlos que guiar al más allá

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  Ser la diosa de la muerte era mucho más difícil de lo que parecía, desde tener que ayudar a las almas en pena el aceptar su muerte hasta tenerlos que guiar al más allá. Muchos humanos e incluso otros dioses pensaban que me encantaba que sacrificaran vidas a mi honor o torturabas a dichas almas, pero era todo lo contrario, yo siempre tenía un gran respeto a la muerte de los demás, ya que lo consideraba como algo importante y sagrado, y el que jugaran con ello y arrebataran vidas por capricho o ira era algo que no me agradaba del todo. Pero cierto demonio parecía no importarle eso y no se cansaba de mandarme varias almas y a montones con cada conquista que hacía.

- Hola querida – saludo el rey de las maldiciones entrando a mi santuario como todos los días – ¿Recibiste el regalito que te mande? Era una aldea completa –

- Por todos los cielos Sukuna, ¿Cuántas veces debo decirte lo mismo? Sabes que odio lo que estás haciendo – explique frustrada – Además mataste a niños esta vez, ¿sabes lo difícil que fue el decirles que estaban muertos? –

- Si, si, si, lo que sea – contesto sin darle importancia y se sentó enfrente de mi

- Te estas ganando el odio de muchos chamanes – continúe mientras servía algo de té para después extendérselo – He escuchado que se están volviendo más fuertes, deberías dejarlo ya –

- Eso me tiene sin cuidado cariño – dijo tomando un sorbo de su té – Sabes que no pueden matarme ni aunque lo intenten, ni tu que eres la diosa de la muerte puede hacerlo –

-Yo no puedo hacerlo porque es contra las reglas – conteste acariciando una pequeña flor que había entrado por la ventana

-  Y por que me amas ¿cierto? –

-  Puede ser, pero eso no significa que apruebe lo que estás haciendo – dije

- Sabes que odio que me des sermones – dijo frustrado y se levantó no sin antes terminarse el té que le había servido – Será mejor que me vaya, quiero llegar a la siguiente aldea al anochecer, así que espera más almas cariño – y se fue saliendo de mi santuario

-  El que no pueda matarte no significa que no pueda ayudar a otros a hacerlo – susurre con algo de tristeza viendo aquella taza de té vacía – Lo siento amor mío, pero debía acabar con esto de alguna u otra forma –

   Y tal como lo había predicho, los chamanes mas poderosos lograron acabar con él, con ayuda mía obviamente, lamentablemente no habían logrado destruir su cuerpo del todo por lo cual tuvieron que resguardar sus dedos en lugares diferentes para impedir que alguna maldición o idiota decidiera juntarlos y traerlo de nuevo a la vida.

    Esos últimos años habían sido bastantes tranquilos y llenos de paz, pero todo empezó a desatarse cuando un chico torpemente había comido uno de los dedos de Sukuna, trayéndolo nuevamente la vida. En un principio creí que se trataba de algún rumor, pero supe que no era así cuando lo vi entrando nuevamente a mi santuario después de tantos años.

-  Oh amada mía ¿me extrañaste? –

-  Así que todo lo que escuche es verdad – dije ignorando su pregunta mientras terminaba de acomodarme mi kimono – ¿En serio ese es tu recipiente? Un mocoso, no hagas reír –

- Debes de admitir que no esta tan mal – defendió Sukuna – Además aun con este cuerpo puedo hacerte mía ¿sabes? –

-  Si claro – conteste riéndome – Aun te faltan 18 dedos ¿no es así? –

-  Por eso estoy aquí, necesito tu ayuda para encontrarlos –

-  ¿Me estas pidiendo ayuda acaso? – pregunte socarronamente – El gran Sukuna, El rey de las maldiciones ¿pidiéndome ayuda? Eso si que es nuevo –

-  Maldición, ¿me ayudaras o no? –

-  Aunque quisiera hacerlo querido, no puedo, porque no sé dónde están, los antiguos chamanes fueron muy cuidadosos con respecto a la ubicación de esas cosas que no quisieron decirme nada – confesé y vi su molestia ante mi respuesta

-Bueno, me voy, gracias por nada – y se dio la vuelta, dispuesto a irse

- ¿No piensas quedarte? – pregunte coqueta desatando un poco mi kimono causando sorpresa por parte de él – Han pasado cientos de años de no vernos y... - no dejo que terminara de hablar ya que se había apoderado con fiereza de mis labios callándome al instante

-  Ya extrañaba esa parte coqueta tuya – admitió levantándome para llevarme a mi habitación

Esta noche no dormiría, estaba segura.

Esta noche no dormiría, estaba segura

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