EL PRINCIPIO DEL CAOS

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El trayecto en autobús hasta la universidad no ha sido tan aburrido como esperaba, lo peor ha venido cuando he tenido que llevar todo el equipaje hasta el edificio que será mi hogar los próximos cuatro años. Las maletas son grandes y pesadas, y el asfalto no ayuda a desplazarlas con facilidad. Tengo que mantener el brazo que me queda libre en un ángulo antinatural para que no se me caigan al suelo ni la bolsa de deporte ni las chaquetas. Madre mía, estoy sudando a mares. Mala idea, Sam, tenías que haber pedido ayuda a alguien.

El ascensor hasta el tercer piso me da un respiro demasiado corto, pero saber que al fin he llegado a mi destino me tranquiliza. Pronto podré darme una ducha y descansar hasta que empiecen las clases. Ojalá hubiera podido llegar antes para pasar el fin de semana ubicándome y conociendo un poco a la que será mi compañera de cuarto; pero siendo domingo ya, imagino que ella estará completamente instalada.

Cuando me detengo ante la puerta de la habitación, toco con los nudillos para avisar de mi llegada, pero al no obtener respuesta, saco la llave del bolsillo de mi pantalón y abro lentamente. ¿Cuál es mi sorpresa? Aquí no hay absolutamente nadie. Pero con nadie me refiero a que solo están los muebles y la ropa de cama: Estoy sola.

Tras mi súbita sorpresa decido entrar todos mis trastos y echar un vistazo alrededor. La habitación es bastante amplia y luminosa; hay una cama y un armario para cada una, un amplio escritorio con dos lamparitas y dos sillas, un par de cómodas y estanterías de pie para colocar todo lo que necesites. Las paredes están lo suficientemente despejadas para poder decorarlas a mi gusto, así que eso es prácticamente lo primero que hago. Elijo el lado derecho de la habitación y rebusco en una de las maletas hasta sacar uno de mis objetos más preciados: una bandera de Metallica que tengo desde los diez años, pero que a pesar de todo sigue siendo mi favorita, con esa enorme calavera en llamas y su estela, como un cometa.

 Elijo el lado derecho de la habitación y rebusco en una de las maletas hasta sacar uno de mis objetos más preciados: una bandera de Metallica que tengo desde los diez años, pero que a pesar de todo sigue siendo mi favorita, con esa enorme calaver...

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En un par de minutos está bien colocada sobre la pared en la que está mi nueva cama y, aunque parezca una tontería, ya me hace sentir un poco más como en casa. Tras más o menos dos horas de andar colocando y ordenando todo, decido que ya está bien. Estoy agotada, pero por lo menos ya está casi todo en su sitio. Me tumbo un momentito en la cama y al parecer me quedo dormida, porque un ruido inesperado me despierta, poniéndome en alerta.

La puerta se abre con tanta fuerza que choca con la pared y por poco vuelve a cerrarse. Me pongo en pie de un salto, pero me quedo mirando como una estúpida al tío que hay al otro lado de la puerta, el cual la sujeta con el pie mientras me mira con una expresión de sorpresa en la cara. Es alto, de piel bronceada y con los ojos muy oscuros. Parece mayor que yo, así que imagino que será el hermano o el novio de mi compañera, pero no parece venir nadie más tras él. Decidida a no crear ningún tipo de conflicto, le sonrío y me acerco un poco, extendiendo la mano para saludarle.

- ¿Qué haces aquí? – pregunta súbitamente, y la sonrisa se me congela en la boca.

Mira hacia todos lados con muy poco disimulo y, sobre todo, centra su atención en la bandera que cuelga sobre la pared. Luego decide escanearme de arriba abajo, mientras su cara intenta decidir las expresiones que debería mostrar. Deja caer la bolsa de deporte que lleva sobre el hombro y suelta el asa de la maleta para adentrarse en la estancia y mirarlo todo de nuevo con lo que parece ser una mueca entre desconcierto y furia contenida.

Prejuicios y orgullo (Si no existieras...)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora