El hacedor de protocolos

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Norman Trisk se despertó con el sol entrando por el ventanuco de su cuarto. En lo que acababa de desperezarse, procedió a vestirse con la típica bata de científico, caricaturesco pero sin almidonar, lo suficientemente suave para no quitarle la sensación de comodidad de su cama, ni las ganas de volver a ella.
Abrió la puerta de su cuarto y salió al pasillo; tan pulcro, blanco y organizado como casi todo en la división. Salvo por el escritorio de la guarda de seguridad, que esperaba a pocos metros atiborrado de papeles, envoltorios de sánguches y dibujos infantiles. Un golpeteo con los dedos en el cristal le hizo levantar la vista de su celular, y luego de un breve "Hey Norman" abrió la barrera de contención.
No es que Norman tuviera una especial ansiedad por ir a trabajar, pero ese día el movimiento de la barrera se le hizo un poco más lento que otras veces.
Miró a Judy, la guardia. Su mano estaba aún sobre el láser que abría la barrera, aunque sus ojos casi no se habían despegado de la pantalla del celular. Norman sabía que el pequeño hijo de Judy se levantaba para ir a la escuela en ese momento, y hasta que el transporte del niño llegara, su madre no despegaría la vista del contacto electrónico que tenía con su pequeño.
Al fin la barrera se abrió. Más pasillos blancos, otro poco de guardias, hasta finalmente llegar al "Departamento de Contingencias", o como Norman le decía, el Hacedor de Protocolos. Pues nada más llenaba esos altos ficheros grises en los que sus colegas invertían años, o incluso décadas, de cálculos e hipótesis. Protocolos y más protocolos de contingencia, para lo que se buscara... epidemias de todo tipo, mutaciones, armas biológicas, bombas nucleares que destruyeran "parcialmente" la tierra, invasiones, catástrofes naturales y un largo etcétera. Absolutamente todo lo que se pudiera contener en lo imaginariamente posible.
Como creador de ciencia ficción, la parte de "imaginariamente posible" era su trabajo, así que procedió a tomar su lugar habitual y comenzar con el proceso de análisis de ideas.

Algunas veces se sentía bastante tonto, figurándose como un niño rodeado de adultos con preguntas muy elaboradas cuya finalidad no conseguía entender.
Pero claro, esas veces eran muy escasas. En el fondo comprendía que plantear una situación de peligro hipotética, estudiar sus bases y llegar a fondo en las comprobaciones científicas (lo suficiente para verlo como algo remotamente posible) les permitiría prepararse de la forma más adecuada ante esa posibilidad.
"Mejor prevenir que lamentar" decía Judy, y metía la fruta en una bolsa con cierre hermético en el bolso de su hijo, para que el niño no acabara llegando a la escuela con sus útiles cubiertos de puré de banana.
Tal vez tenía razón. Como fuera, eso era lo que hacían en el Departamento de Contingencias. Cuando una situación ficticia se volvía demasiado probable, se estudiaba hasta la extenuación en el ámbito científico.
Norman se alegraba de no formar parte de las pruebas matemáticas. Se figuraba como un verdadero dolor de cabeza intentar llevar una idea descabellada del imaginario a la realidad comprobable.
No, por suerte él sólo analizaba probabilidades, junto a un par de antropologos, psicólogos, sociólogos, teólogos, en fin...unos cuantos "ólogos" para evaluar como se desarrollaría una situación X llevado al ámbito humano. Y él con sus cálculos de probabilidad aportaba el toque justo de objetividad para que el debate no se fuera por las ramas (algo aprendido a las malas, ya que el fichero Prot. Sec 244: "Dominación del mundo por parte de una secta religiosa masiva" fue un completo caos de análisis, y habría ido a peor sin el aporte objetivo de las probabilidades).
En el pequeño anfiteatro reinaba un aire formal, pero despreocupado. Norman contestaba las preguntas con la parsimonia de quien quiere volver a su cama. Rara vez prestaba atención a las gélidas miradas de los ficheros expectantes, apostados en fila india contra la pared rodeando el precinto. Si acaso le hacía gracia cuando uno de sus interlocutores pronunciaba la clásica: "Eso suena demasiado improbable" o "Eso no es una posibilidad realista". Tenia ganas de sonreír y decir "Señores, entre esos ficheros hay una carpeta roja titulada Prot. X 434 que trata ni más ni menos que de un apocalipsis zombie, no vamos a meter realismos ahora", pero no iba a poner en juego la buena relación que tenía con muchos de ellos.
Al fin y al cabo, seguía siendo un creador de ciencia ficción, alguien con ideas demasiado elaboradas, y poco más. Siquiera el origen de las ideas le hacían un poco mas especial, pero sólo eso... Sin duda no era un Asimov ni un Bradbury. Ni así lograba ser de los mejores.
Sus ficheros favoritos iban dedicados a Julio Verne, aquel misterioso escritor que tanto admiraba, y que de normal tenía más bien poco. También pensaba en los estudios que se le dedicaron: la influencia que tuvo en el viaje a la luna, los intentos fructíferos de ingresar al volcán sneffels, o que fue el gobierno el primero en hallar el original Nautilus.
Y mucho más que Verne.
Los secretos de los masones, los antiguos mensajes en lenguas muertas, las puertas señaladas por los jeroglifos encontrados en las profundidades del lecho marino, ubicados por meros libros de fantasía: Los imaginarios que habían descubierto fragmentos encriptados de los albores de la tierra, del pasado de una humanidad que dejaba visos residuales a través del subconsciente, ese que se escapaba en los sueños y pesadillas, abriendo una ventana al inconsciente colectivo; su pasado oscuro y también el luminoso, las aberraciones y lo extraordinario. Todo seccionado y catalogado dentro de la misma Área en, como no, más ficheros.
Y finalmente se preguntó el porqué de todos los porqués.

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