Mientras residía en París durante la primavera y parte del verano de 18..., conocí a un hombre llamado C. Auguste Dupin. Procedía de una excelente familia, pero, por una serie de motivos, se había vuelto muy pobre. Como resultado se encontraba muy deprimido y no tenía el temple necesario para recuperar su fortuna. Sin embargo, aún poseía una pequeña parte de su patrimonio y, con la renta que éste la producía, se las arreglaba para sufragar sus necesidades básicas. Los libros eran su único lujo y en París son fáciles de conseguir.
Nos encontramos, por primera vez, en una pequeña librería de la calle Montmartre donde, por casualidad, ambos buscábamos el mismo libro.
Nos vimos una y otra vez. Yo estaba muy interesado en la historia de su familia, de la que él hablaba abiertamente. Me quedé asombrado, además, de lo mucho que había leído y su vívida imaginación alimentaba mi alma. Pensé que su amistad sería un tesoro inestimable y le confié aquel sentimiento.
Decidimos que viviríamos juntos durante mi permanencia en la ciudad. Elegimos una vieja mansión en una parte decadente del Faubourg St. Germain. Estaba abandonada desde hacía mucho tiempo a causa de las supersticiones que la rodeaban. Como mi situación económica era más holgada que la suya, yo pagaba el alquiler y compré los muebles.
Si la gente se hubiese enterado de la clase de vida que llevábamos, habría pensado que estábamos locos. Nuestro aislamiento era perfecto. No admitíamos visitantes. Mantuve el lugar en secreto a mis antiguos colegas y por entonces Dupin no tenía amigos en París.
Dupin estaba enamorado de la noche y yo lo secundaba en todos sus caprichos. Cuando llegaba el amanecer solíamos cerrar todas las persianas de nuestro viejo edificio y encender un par de velas. Bajo su tenue luz leíamos, escribíamos y conversábamos hasta que llegaba la oscuridad. Entonces salíamos a las calles y continuábamos nuestras conversaciones del día o buscábamos estímulos mentales en las sombras y las luces de la ciudad.
Yo admiraba la aptitud analítica de Dupin, que a él le encantaba ejercitar.
—Puedo ver el interior de los corazones y las mentes de los hombres —solía presumir.
Después me lo demostraba diciéndome cosas íntimas sobre mí. En ocasiones, incluso podía leer mis pensamientos simplemente por medio de su poder de deducción. Su actitud en aquellas ocasiones era fría y distinta y sus ojos adquirían una expresión de vacuidad.

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Los crímenes de la calle Morgue - Edgar Allan Poe
Mystery / Thriller"Madame l'Espanaye y su hija han sido encontradas en su departamento brutalmente asesinadas. La descripción del escenario del crimen es realizada de manera macabra. Hay un detenido por el hecho, Adolphe Le bon, última persona en ver a las víctimas...