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Finalmente el último paciente del día había salido del pequeño consultorio y el cambia formas pingüino podía tomar un descansó. Acomodó un poco su espacio de trabajo y tomando su abrigo salió del recinto médico para dirigirse a su hogar.

El camino hacia su cabaña era corto, lo cual le beneficiaba en aquellos días de invierno, ya que a pesar de ser un cambia formas de la Antártica, su cuerpo humano no era capaz de resistir las bajas temperaturas.

Cómo de costumbre llegó en poco tiempo a su hogar, dejo sus botas de nieve en la entrada y cruzo la estancia del lugar hasta la cocina; recalentó la comida que había preparado en la mañana y comió acompañado únicamente por el sonido de la leña consumiendose en la chimenea de la estancia.

Siendo el único omega antártico de su manada aún no había encontrado una pareja, normalmente los cambia formas preferían juntarse entre individuos de la misma especie o entre especies que no fuesen tan distintas entre sí.

En su manda no existía ninguna persona cuyo animal interno fuese mínimamente parecido a un pingüino y convivir con uno teniendo un animal interno acostumbrado a los climas cálidos o a invernar durante el invierno era bastante difícil y era prácticamente imposible llevar una relación que funcionase siquiera. Nadie dentro de su manada quería arriesgarse a ser su pareja. 

Para algunos podría ser fácil decir que podría simplemente ir a otro lugar a buscar a su alma gemela, pero realmente entre los planes del joven pingüino eso ni siquiera estaba contemplado, había vivido bastante tiempo en aquella manada y era el único que podía hacerse cargo de las tareas médicas del lugar; tener o no una pareja no le molestaba en el día a día; aunque no podía negar que a veces, en esos ratitos de extrema quietud, el anhelo de tener a alguien se abría paso en su corazón

Una vez que terminó su solitaria cena, limpio su plato y utensilios y con un pesado caminar se dirigió a su habitación. Tomo una corta ducha de agua caliente y se vistió con la pijama más calientita que pudo encontrar. Se recostó sobre su suave cama y se arropó con las mantas más gruesas de su hogar.

Tras un par de minutos por fin cayó en el mundo de los sueños, aquel donde su inconsciente se liberaba ante sus ojos y le mostraba aquello que su interior guardaba.

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-Lix

Joshua, El Pingüino Enfermero | TaeshuaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora