Prólogo.

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La última vez que había visto la luz del sol, había sucedido hace años. Ya no recuerda que es sentir un poco de temperatura en su cuerpo, sentir ese calor corporal que lo mantenía cálido.

Su cuerpo frío, con apenas signos vitales yacía en el suelo de esa asquerosa y pudría celda; su rostro totalmente demacrado con apenas la suficiente grasa corporal rellenar lo mínimo sus mejillas, su brazos y piernas completamente delgados, no tiene grasa corporal que cubra sus huesos a ese punto.

Su esqueleto realzando en todo su cuerpo haciéndolo más que un saco de huesos con una fina capa de piel.

El bello y delicado rostro del joven, se hayaba de más de un tono violáceo, verde, amarillos, violetas oscuros, muchas tonalidades habían en esos golpes que resaltaban como manchas en su blanca piel. Tenía más de una herida, y la mayoría aún abiertas.

Pero no sé queja, hace tiempo dejó de sentir dolor en sus extremidades. Sus ojos levemente cerrados esperando que el último pestañeo llegué a él, para que luego pase a mejor mundo.

Lo sabe, claro que lo sabe, en las condiciones que está no durará mucho tiempo más pero aún así no le importa.

No quiere sufrir más y no va a sufrir más.

— D-duermete mi niño... Duérmete ya... —susurró con la voz áspera y quebrada, su mano derecha se posó en su vientre plano y dió leves caricias— que sino... El monstruo te c-comerá...

Se encontraba acostado en el suelo, apoyado del lado izquierdo mirando hacia lo que se supone que la puerta de ese lugar. Su brazo izquierdo está estirado a lo largo sirviendo de apoyó para su cabeza y la derecha aún se encontraba dando leves caricias a su vientre. Sus piernas se encontraban levemente separas y flexionadas, pero ambas recostadas en el suelo.

Le dolían.

El dolor de toda su parte baja, piernas, y zona genial era insoportable. Sentía fuego en esas zonas, como si le hubieran apuñalado en ambas piernas o más bien, como si lo hubieran amputado.

El gran y carmesí charco de sangre que había debajo de toda su zona pelvica y que llegaba hasta cerca de sus rodillas, podría decirse que era el principal causante de su dolor.

— Arrorró mi niño... Arrorró mi sol... Duérmase pedazo, de mi corazón... —el cántico bajito apenas audible. Su lobo bajo ambas orejas totalmente triste y se hizo un pequeño ovillo escondiendo su hocico con su peluda cola— Ese lindo niño, se quiere dormir, y el pícaro sueño no quiere venir...

Sonrió levemente recordando cómo era su cachorro, su pequeña naricita, su labios fruncidos y sus cachetitos redondos... Lo habían hecho enamorarse de él. Lastima que tuvo unos minutos entre sus brazos hasta que se lo arrebataron.

Está bien.

Quizás, así todo tenía que ser.

El encerrado en ese lugar en esas condiciones y ese cachorrito en un lugar mejor. O eso espera. Ojalá le hubiera dicho a ese Alfa que se lo llevó que lo cuide que lo ame y que lo proteja, ya que él no lo haría, pero debido a su condición simplemente pudo ver cómo se lo sacaban y el no dijo una palabra.

Sus ojos poco a poco se iban cerrando, sentía como el peso de todo le venía encima haciendo que sintiera como si fuera el ultimo día de su vida.

Y quizás era así.

Iba a ser lo mejor. Dar a luz su cachorrito y abandonar la vida que tan mal lo había tratado iba a ser lo mejor.

Asíque con los minutos que pasaban minutos con los que sentía como todo se desvanecía al punto de ver todo borroso y mareado.

Sus oídos sonaron en un estruendo pitido al momento que sonó una explosión y sus ojos se fueron cerrando ignorando todo eso.

No le importaba, él se iría, los demás que si quieren que se maten.

Y aún en sus últimos momentos de lo que pensó que iba a ser su vida, presenció cómo la puerta que tantos años había visto, fue destruida dejando el paso a más de un Alfa.

— Oh mierda... ¡Ya, Llamen al equipo médico, YA!

Y con esas palabras cerró los ojos y su vida cambió completamente.

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