Transformación

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Quizá iba siendo hora de admitir que algo entre ellos estaba formándose. Aunque la palabra formarse no era exacta. Implicaba que antes no había una forma, cuando, en realidad, sí que hubo algo antes. Un algo indescifrable e impreciso, inefable aún. Sin embargo, fuera lo que fuere, no era ni siquiera un esbozo de esto.


La muchacha posó los pies en la superficie de la pequeña terracita, desactivando su poder. Encontró su figura en pijama reflejada en el cristal —el uso lo hacía parecer más viejo de lo que realmente era—, sus cabellos desordenados de dar vueltas en la cama y sus ojos, dulces esferas de color mocca, se miraban a sí mismos con determinación.


Formarse tampoco pronosticaba que Ochako Uraraka fuera a presentarse en su balcón a las 4 de la mañana en busca de una explicación. Una explicación que pudiera apaciguar su conciencia, que le diera razones para seguir respetándose a sí misma, que agotara el fuego de su vientre hasta darle paz de una vez por todas.


—Bakugo.


Desde luego, formarse no era en absoluto el término adecuado. Ya había algo antes, mucho antes de anoche.


Otra vez susurró su nombre a la madrugada; otra vez, respondió el silencio. Cuando sus pomposos labios dejaron el rastro del vaho en la ventana, notó el calor que su cuerpo desprendía.


—Bakugo, ¿estás despierto?


Con todo, Ochako intuía que su murmullo despertaría a toda la residencia. En realidad, lo escandaloso en su mente era la naturaleza de su desvelo, de sus intenciones. Ni ella misma podía reconocer el temblor, como del agua al rozarla el viento, de su voz. Su vista repasaba una y otra vez el interior del cuarto, tratando de descifrar el mínimo movimiento.


Al otro lado de la pared, Bakugo apretaba los puños. De reojo, comprobó la hora en su despertador. Pensó que su corazón latía con demasiada fuerza, que las piernas le flaqueaban y que no podía respirar. Sintió que el edificio iba a derrumbarse, que le ardían las pupilas y que hacía demasiado calor en la habitación. Ideó miles de excusas para lo de anoche; para explicar su comportamiento sin decir —sin dejarse decir— la verdad. Por supuesto que se hallaba despierto. Había tenido que ocultar su sobresalto al descubrir que la responsable de su insomnio lo buscaba. A él y a nadie más.


Sólo yo puedo darle lo que quiere.


—Bakugo, necesito hablar contigo. 


El rubio respiró hondamente. Hay que echarle huevos fue lo que le inspiró a levantarse por fin. Su gesto, retorcido y hosco, recibió a Ochako sin pudor. Se sabía fuerte, más que ella y que su complejo de salvadora; se sabía capaz de tener la situación bajo control; se sabía inapelable por sus verdaderos impulsos; se sabía el mejor de esta institución de héroes profesionales y de todo el país; se sabía lo suficientemente inteligente como para resolver cualquier situación; se sabía...


Al ver el modo en el que ese pijama descubría los hombros de Ochako —dunas de cera caliente— Katsuki se sintió tan indefenso como un conejito delante de una loba. Y pudo descifrar en aquellos ojos el hambre y la sed más salvajes, el instinto desbordando el cuerpo, el miedo y la adrenalina transpirando por cada poro de su piel.

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