Por la comisura de sus labios resbalaba una sustancia camersí, que a su vez hacía una combinación armónica con el blanquecino tono de su piel. Por un momento se permitió mirar hacia el frente y sonrió con dulzura a la bella mujer que se encontraba al otro extremo de la mesa.
-No has probado ni un solo bocado de la comida... - replicó con preocupación al ver la cena intacta de su esposa - Entiendo que por tu enfermedad no te sientas bien, pero si no comes todo empeorará.
La mujer permanecía en silencio y su mirada estaba estática en algún punto de la oscura sala. El hombre esperaba pacientemente alguna respuesta por parte de su esposa, pero claramente esta no llegó.
-Por lo visto hoy también vas a negarte a comer – afirmó con clara desilusión – De acuerdo, tampoco voy a forzarte.
Se levantó de la mesa y con una servilleta limpió los restos de comida que pudieran haber quedado en su rostro. Llevó su plato vacío a la cocina junto al de su esposa y se dijo a sí mismo que se encargaría de lavar y acomodar todo después. Siempre era así, él hacia lo posible por hacer que su esposa comiera algo pero le era imposible, hacía ya aproximadamente cinco meses que ella rechazaba probar cualquier tipo de alimento, y eso le desesperaba. Desde que ella había enfermado nada era igual, él siempre debía encargarse de hacer todo por ella; bañarla, vestirla e incluso peinar su cabello, lo único con lo que no tenía éxito era con su trabajo de hacerla comer. Se acercó a ella y con delicadeza acarició su mejilla, la cual estaba fría. Ellos raramente salían a tomar el sol debido a que su esposa no le gustaba y él tampoco quería exponerla a salir sin su consentimiento, para ser sincero le aterraba lo que la gente podría decir acerca del deteriorado aspecto de su amada, por lo que siempre esperaba a que anocheciera para poder sacarla a dar un paseo.
-Hoy te ves más bonita que nunca – musitó con suavidad mientras depositaba un beso en su mejilla – Es cierto que tu aspecto no es tan saludable como el de hace un par de años, pero... para mí sigues siendo la mujer más hermosa de todo el planeta, Ariadna.
Inmóvil, Ariadna siempre era testigo de lo que José, su esposo, sufría por tratar de hacerla sentir bien. Cada una de las palabras, acciones, e incluso gritos y llantos producto de la desesperación del pobre hombre. Ella siempre estaba ahí, sin emitir ningún sonido, sin mostrar expresión alguna, solo dependía de lo que su esposo hiciera con ella. Claramente era una situación agotadora, pero José estaba tan entregado a ella que no le importaba, sencillamente se negaba a perderla.
-Sabes, alguien me dijo de un remedio para que te cures –José nuevamente tomó asiento junto a su esposa y agarró sus rígidas manos entre las suyas; cada vez era más difícil hacer que se moviera –Hace unos días he estado poniéndolo en tu comida, pero lo hace complicado si tú ni siquiera haces el intento, y tampoco quiero obligarte. En caso de que sientas que no es confiable, yo también lo he estado consumiendo y me encuentro perfectamente. De seguro a ti te va a hacer mucho bien... por favor, intenta comer la próxima vez.
Se fue a la cocina para verificar la cantidad de la milagrosa "medicina" que iba a curar a su esposa, y pasó una mano por su nuca al ver la poca cantidad que le quedaba. Últimamente había estado bañándola en aquel rojo y espeso líquido, pero según él haría un mayor efecto si lo bebía, tal como él venía haciéndolo. La frustración se apoderó de él, la gente del pueblo comenzaba a sospechar, las desapariciones se volvían cada vez más frecuentes y eso no le convenía en nada. Impedirían que siguiera cuidando de su esposa y eso no lo permitiría jamás.
-Ellos no lo entenderían... jamás lo entenderán –susurró al aire. A veces parecía que nada tenía sentido, pero cuando miraba a Ariadna todo era distinto. La amaba y había hecho hasta lo imposible para tenerla junto a él. No la iban a alejar de él, no ahora.
Entre sus manos empuñó un cuchillo de cocina, se lo guardó en el bolsillo del pantalón y se puso el cubrebocas. Se acercó a su esposa para despedirse y le indicó que volvería pronto, no podía tardar ya que debía volver para sacarla a pasear, además ella odiaba quedarse sola.
Este era un característico día a día en la "vida" de Ariadna, una apacible mujer que un día fue bella, llena de vida y felicidad, y José, un hombre que no superaba que la persona que más ama haya muerto de cáncer hace cinco meses.
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Les agradecería si me dejaran un comentario haciéndome saber su opinión, de verdad sería de mucho valor para mí. Un abrazo para aquel/aquellos que lean esto ¡!
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Historias contadas por una luna.
TerrorHay algunas cosas de el ser humano que se alejan del razonamiento y lo moralmente correcto, entrando al reino de lo oscuro, lo tenebroso, y lo que muchos llegarían a llamar "inhumano", contando con un testigo intachable, la luna. - Esta historia con...