Si te hubiera creído la primera vez...
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Era un verano lluvioso.
Alguien casualmente te preguntó de quién estabas enamorado y tú tranquilamente diste tu respuesta.
Al cabo de semanas, el rumor se esparció, llegando también a mis oídos.
Dijiste mi nombre. Mi nombre y mi apellido.
¿Tú?, ¿Un chico guapo y popular, habías dicho mi nombre? No hubo lugar para dudas en mi cabeza, y tan pronto como escuché aquellos chismes, rápidamente creí que se trataba de una broma.
Decidí hacerme el tonto e ignorar todo lo que tuviera relación contigo, pues creí que solamente querías burlarte de un chico bajo, débil y feo como yo.
Meses pasaron y pese a las muchas veces que evité estar en una misma habitación contigo y por más evidente que fuera el hecho de que yo no quería saber nada de tus palabras, persististe y no te rendiste nunca.
Una carta llegó a mi locker un día en abril.
Era tuya, pues traía tu firma al final. Me invitaste a charlar bajo las escaleras del campo de fútbol al terminar las clases y me pediste por favor que asistiera sin decirle a nadie.
Lo pensé durante todo el día y al final, no se cómo ni cuando fue que terminé aceptando ir a verte.
No había nadie a kilómetros, el ambiente era frío pues la lluvia recién había cesado. Me introduje bajo las escaleras, siendo recibido por un baño de gotas de agua que caían por las aberturas de la vieja y podrida madera.
Pensé en que tal vez no estarías ahí y de hacerlo, que un montón de personas estarían contigo justo para burlarse de mí y de mi ingenuidad.
Pero no. Ahí estabas tú, con el cabello y la ropa mojada, jugando con tus dedos nervioso yendo de un lugar a otro, mientras tus mejillas se ponían cada vez más rojas.
- ¡Ah! - Diste un respingo al percatarte de mi presencia. - Estas aquí... - Sonreíste aliviado.
- Tú... ¿Querías verme? - Pregunté, aunque ya era sabedor de la respuesta.
- Si... Yo, quería poder hablar contigo... - Se rascó la nuca con algo de nerviosismo. - Imagino sabrás quien soy...
- Si, sé quien eres, Jack Sallow... - Te pusiste aun más nervioso cuando dije tu nombre.
- Bien, yo... Lamento si te causé algún problema con esos estúpidos rumores. - Reíste. Te mostrabas bastante ansioso.
- Está bien. No me importa. - Respondí con indiferencia.
- ¿De verdad... No te importa en lo más mínimo? - Negué con la cabeza. - Oh... - Estabas decepcionado por eso, lo sé.
- ¿Debería importarme? - Te sobresaltaste un poco ante mi pregunta.
- Si, eh, quiero decir... ¿Qué.. opinas respecto al rumor? - Te acercaste a mí con cautela.
- Creo que... es sólo eso, un rumor. No es de gran importancia. - A ese punto, me sorprendió que aún siguieras ahí parado, tratando de confesarme tus sentimientos.
- No es sólo un rumor, Naib. - Tu timidez se había marchado casi por completo y ahora sólo te quedaba el coraje. - Me gustas... - Dijiste, y al escuchar esas simples palabras, juré que había sentido a mi corazón latir de nuevo...
- ¿D-Disculpa? - Titubeé, sin saber exactamente por qué.
- Dije que me gustas y me gustas demasiado. Desde la primera vez que te vi no he podido dejar de pensar en tí y es que yo... realmente estoy enamorado de tí, aún sin conocerte, Naib, estoy profundamente enamorado de ti. - No supe que responder ante tus palabras y simplemente me quedé con la boca entre abierta.
Tus ojos se mostraban sinceros. Tenías el ceño fruncido pero no te veías molesto... Tenías las mejillas rojas, las manos hechas puño. Me mirabas directamente a los ojos, haciéndome sentir intimidado pero, extrañamente, seguro...
- No lo entiendo... - Dije sin saber por qué estaba sucediéndome eso.
- ¿Qué no entiendes? - Me preguntaste, acercándote más a mí, haciéndome retroceder en consecuencia.
- ¿Por qué te gusto? No tiene sentido. - Al menos para mí no lo tenía.
- ¿Quieres que te cuente un secreto? - Preguntaste con una pequeña sonrisa en los labios. - Yo... Soy daltónico. Jamás se lo había dicho a nadie, pero, yo no puedo ver los colores. - Me confesaste y yo te miré anonadado. - Al menos eso pensé, hasta que vi tus ojos... ¿Recuerdas el primer día de clases?.
- Lo recuerdo, pero yo no recuerdo haberte visto en ese entonces. - Tu me sonreíste con dulzura.
- Pues yo si... Ventajas de ser muy alto, supongo. - Luego de reírte un poco, suspiraste con ilusión. - Realmente me lo estaba pasando mal, era una lástima para mí el no poder ver aquellos actos culturales los cuales, supuse, debían ser muy coloridos. Desde chico me dijeron que jamás podría ver más que gris, blanco y negro, pero, ése día... Cuando menos lo esperé y volteé a ver a otro lado por mero aburrimiento, te ví... Te vi reír con tus amigos, te vi pasar un buen rato; aunque eras tan pequeño, tu belleza era lo único que resaltaba en aquél maldito lugar y cuando te vi abrir los ojos, Naib, jamás pude sacar tu imagen de mi mente...
Temblé. Temblé y tambaleé. Me sentí el corazón latir con fuerza mientras mis mejillas se teñían en rojo carmesí.
Esperé a que me dijeras que todo era mentira, yo realmente quería creer que era mentira, de verdad que sí.
- Tus bonitos ojos, más verdes que las esmeraldas y más brillantes que las estrellas. - Pero entonces, al escucharte hablar, me di cuenta de que decías la verdad y que realmente me querías... - ¿Crees en mí?...
No respondí.
El peso de tus palabras me abrumó, pues nadie nunca me había querido tan bonito como tú lo hacías y eso me asustó...
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Jack...
¿Qué hubiera sido de nosotros, si te hubiese dicho que sí?