Cuando Bauti, mi hijo mayor, cumplió su primer añito, junto a mi esposa decidimos mudarnos del departamento céntrico de pasillo donde vivíamos, a una casa en un barrio, para que él tuviera un patio para jugar. Pero no elegimos cualquier barrio... nos mudamos a Arroyito, un barrio emblemático de Rosario, lugar de pertenencia del club de fútbol del cual somos hinchas: Rosario Central.
Para reforzar esta característica, la casa quedaba a un par de cuadras del estadio, así que los días que había partido se nos llenaba de autos la cuadra y de choripaneros las esquinas; mientras las veredas eran testigos de una marea auriazul que venía a paso firme desde la Avenida Alberdi hacia la cancha.
Inmerso en ese ambiente cotidiano, y a pesar de que yo no acostumbraba a ir seguido a la cancha, me carcomía por dentro una sola idea:
"Estando tan cerca del estadio, Bauti tiene que ir a ver un partido".Lo cierto es que pasaban los meses y por una cosa o la otra, nunca se daba la ocasión. Hasta que, en el verano de 2016, nuestro director técnico, Eduardo Coudet, dispuso que Central jugaría un amistoso para presentar el nuevo plantel previo al inicio del torneo; y al enterarme, yo sentí que me estaba enviando una señal.
Ese año teníamos un equipo que generaba grandes expectativas. En el plantel estaban: Walter Montoya, Damián Musto, Franco Cervi, Marco Ruben, Giovani Lo Celso, Gustavo Colman, César Delgado y Germán Herrera; entre otros jugadores importantes. Por lo cual, sabía que el encuentro iba a tener mucha convocatoria.
Ni bien escuché que estaban a la venta las entradas, lo llamé a mi viejo y le dije que pensaba llevarlo a Bauti.
- Para mí es muy chiquito todavía, pero si lo vas a llevar igual, yo quiero ir también – me contestó entusiasmado.
Sin más vueltas, al otro día volví más temprano de la oficina y me fui de una escapada a comprar las entradas.
Recuerdo que estábamos en enero, entonces el partido tenía horario de inicio a las 21hs. Valiéndose de su experiencia, mi viejo vino temprano a casa para conseguir un lugar donde dejar el auto en la cuadra y un par de horas antes del inicio, salimos los 3 caminando para el estadio. Comimos unos sándwiches de paso y encaramos directo para la entrada con Bauti a cocochito.
Como era un amistoso, todo el trayecto fue una fiesta pero muy tranquilo; con mucha gente, pero sin ningún apretón, ni corridas, ni nada.
Llegamos caminando por Bv. Avellaneda porque ingresamos por la puerta 5 del estadio, la que da acceso a las plateas del lado del río Paraná, y subimos hasta la segunda bandeja los 3 tomados de las manos. Desde allí arriba, en una hermosa noche estrellada de verano, Bauti vio por primera vez personalmente a su equipo. Se maravilló con la lluvia de papelitos y se dejó contagiar por esos cantos alocados que enmarcan la salida del primer equipo al campo.
Una vez que pasaron esos minutos de euforia inicial y volvimos sentarnos, me tiró de la manga para hacerme una consulta:
- ¿Ya llegaron todos los jugadores?
- Sí – le respondí.
- Bueno, vamos entonces! – me dijo agarrándome de la mano.
- ¿"Vamos" a dónde?
- Vamos al pasto, a jugar! – me dijo con esa inocencia que solo se puede tener a los 2 años de edad.Luego de largar una pequeña carcajada por lo sorpresivo de su propuesta, le explicamos junto al abuelo, que nosotros no veníamos a jugar, solo íbamos a ver el partido. Que los que iban a jugar eran los jugadores.
No le gustó nada la respuesta, él había venido a ser protagonista del juego, no a ser un mero espectador. De lo que no se daba cuenta, era que estaba siendo protagonista de algo mucho más grande, estaba escribiendo una nueva página, un recuerdo imborrable en el corazón de la memoria familiar.
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Espectadores
Short StoryCuando Bauti, mi hijo mayor, cumplió su primer añito, junto a mi esposa decidimos mudarnos del departamento céntrico de pasillo donde vivíamos, a una casa en un barrio, para que él tuviera un patio para jugar. Pero no elegimos cualquier barrio... no...