Intermission

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Besó las mejillas de sus pequeños, dejándolos a cargo de la vieja bruja, que se mecía suavemente en la silla mecedora puesta en la habitación.

La bruja ofreció una sonrisa pícara, viendo como Guillermo arropaba a los dos infantes — ¿Seguro de que no quieres la poción? — preguntó entre risas. Guillermo cerró los ojos, aguantando un bufido de molestia e ignorando el comentario de la bruja.

Se colocó la capa, saliendo de la habitación.


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Tomó la garra de Vegetta, adentrandolo en el túnel. Era otro eclipse más, el tercero desde el nacimiento de sus hijos. Pero esta vez, el lugar de disfrutar con el aire frío de la noche, entre pequeñas risas y aullidos, con la fogata cocinando la carne de la criatura que Vegetta había cazado esa noche.

Abrió la puerta a una de las habitaciones, oculta, apenas decorada pero con lo esencial para los dos. Guillermo sintió un pequeño deja vú, cuando la capa cayó al suelo, Vegetta se acercó a él para olfatear todo su cuerpo, asegurándose de que nadie más había intentado marcar lo que le pertenecía. El corazón palpitaba rápido, el aleteo de mariposas generado por las cosquillas provocadas por el aliento húmedo del licántropo chocando contra su piel.

Pasó sus pálidos brazos alrededor del cuello de la bestia, Vegetta lamiendo su cuello. Cerró los ojos, sus dedos aferrándose al grueso pelaje azabache, ahogando un grito al sentir los colmillos de Vegetta hundirse en su piel.

Era doloroso, pero era un dolor menor a estar esperando todo un año para obtener una muestra de cariño. Estaba mal, porque no era posible que esa bestia realmente le quisiera, pero cuando intentaba dejar de pensar en Vegetta, en intentar algo con alguien más, en su cabeza escuchaba aullidos que no lo dejaban en paz.

Relajó su cuerpo, controlando su respiración. Vegetta no tenía control, mordía y usaba su cuerpo como lo hacía desde hace años, pero a Willy esto ya no le importaba tanto.

Estaba de humor para eso, humor de imaginar que esto no era algo que tuviera que ocultar, humor para sentirse querido. 

Amado.

Los dedos de sus pies se retorcían sintiendo como Vegetta entraba tan profundo en él, descargando su semilla repetidas veces. Ya era temporada, y Vegetta deseaba tener más cachorros. Willy no estaba preparado para dárselos de nuevo, y no creía estar preparado para volver a pasar por una experiencia como esa de nuevo, pero podría dejar que lo intentara.

 ¿Estaba siendo egoísta? A decir verdad, ya no lo sabía. Si esto lo hacía porque su mente se había retorcido en un extraño síndrome de Estocolmo, o realmente llegó a amar al lobo.

___

Con el tiempo, Willy había aprendido a despertar antes que Samuel. Deseaba quedarse dormido, ser cubierto por el calor que emanaba el lobo; pero una ve que el grueso pelaje desaparecía dejando expuesta piel rosada, las garras se volvían en uñas desafiladas y los colmillos en perfectos dientes blancos, ya no había nada por lo cual Willy quisiera quedarse.

Tomó la capa, cubriéndose con ella y dejando atrás un cambio de ropa para Samuel, al igual que un pequeño mapa para mostrarle la salida de ahí, y que este no intentara investigar más. Apoyó una mano en el marco de la puerta, mirando sobre su hombro a la figura durmiente de su mejor amigo. Cerró la puerta con cuidado, no queriendo despertarlo, pues le vendría bien descansar.

Samuel, en cambio, llevaba ya un rato despierto, incapaz de moverse por otras dos horas.

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⏰ Última actualización: Apr 12, 2021 ⏰

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