Fases

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"Negro.

Todo está negro.

Me gusta el negro.

Es precioso."

En medio de las tinieblas un cuerpo engalanado de noche oscura se mecía suavemente.

Adelante....atrás.... sus estrellas plateadas fijas en algún lóbrego rincón de su recóndita mente, en la que sólo la locura y el odio tenían cobijo.

Eternidad.

Eso era lo que había sentido en aquella inmunda prisión. Al principio se había sentido furioso, derrotado, humillado...y había intentado luchar contra esa derrota, creer que de verdad no habían perdido... pero después, paulatinamente, cuando su alma se fue evaporando y dejando su mente como el hielo, su orgullo se esfumó. Y tal como había hecho en ese colegio, (qué lejano estaba ya) había logrado mantener una máscara de impasibilidad. 

  Pero esta vez no tapaba su rostro, sino su interior. Lo poco que le quedaba de alma. Y lo que le faltaba lo llenó con el odio hacia el vencedor, al que lo había humillado. Le odió. 

  Le odió tan profundamente que sangró. Pero al cabo de un tiempo, decidió que sus manos mordidas no tenían culpa alguna, y dejó que el odio que su mente ejercía se disipara con el movimiento rítmico del cuerpo. 

  Avanzar, retroceder, siempre en equilibrio, nunca parando. Y así, se mecía suavemente, al ritmo de la dulce sonata de su odio, convirtiendo sus días en noches, su realidad en sueño. Un movimiento que se repetía constantemente y acabó siendo mecánico, igual que respirar. 

  Ya no notaba cuando lo hacía ni cuando no. Solo cuando se acordaba, comía, pero todo adquirió ritmo y compás, todo sucedía con un orden...día tras día...sin pensar, por puro instinto. 

  Y durante todo ese tiempo, los dementores lo dejaban en paz. No encontraban alma, no encontraban felicidad que chupar. Todo se había reducido a un autómata, que no pensaba, que no sentía...que no chillaba. Así, sus visitas acabaron reduciéndose y el rubio, poco a poco fue fortaleciéndose. Comía en sueños, dormía con los ojos abiertos, siempre con el ritmo constante, siempre la misma posición. Y en su mente, sus neuronas, rítmicamente sólo pensaban en una cosa, segundo tras segundo, repitiendo la misma escena: Potter sufriendo. Sufriendo de dolor. Sufriendo de angustia. Sangrando, desgarrando el aire con sus aullidos de agonía...


Y lo había conseguido.

Sonrió en una mueca maligna. Lo de anoche le había gustado. Le había gustado torturarle, debilitarle hasta ese extremo, vencer sobre él, dentro de él, humillarlo tal como el moreno había hecho con su persona.

 Un escalofrío de placer lo recorrió, (pero sin alterar el ritmo), al recordar la sensación de satisfacción que sintió al oírlo gritar de tal forma. Cuando lo hacía sangrar, cuando lo hacía llorar (en realidad le había violado para eso, no porque lo deseara, pero había cumplido su función). Y él pensando que no lograría excitarse lo suficiente. Nada más golpearlo por vez primera en la cara, sintió cómo el calor inundaba su cuerpo, cómo la furia desatada se iba disipando, y (la oscuridad) el placer (se deshacía) con cada nuevo golpe. Después fueron los cruciatus, pero eso ya no le llenaba, así que había optado por la vía más humillante y dolorosa que sabía que destrozaría a su rival, y había funcionado. Lo único que esperaba era haberle herido lo suficiente como para debilitarle en extremo, pero no para matarle, no. 

  Lo quería vivo. Vivo para oírle gritar, vivo para oírle gemir, para destrozarlo poco a poco y al final, lo que tanto había esperado se cumpliría. Harry Potter a sus pies, suplicándole. Sabía que lo conseguiría. 

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⏰ Última actualización: May 05, 2022 ⏰

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Síndrome de EstocolmoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora