Capítulo 2: Llegamos

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Después de un largo camino en auto y Lucas durmiendo y despertando, mientras yo me moría del sueño, llegamos al pueblo de Edelsteine a las ocho de la mañana

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Después de un largo camino en auto y Lucas durmiendo y despertando, mientras yo me moría del sueño, llegamos al pueblo de Edelsteine a las ocho de la mañana. Para mi sorpresa no era nada parecido a como lo describían. Tenía muchas personas, bastante serias a mi modo de ver, muchos hombres fuertes, pero las calles tenían gran colorido.

Las casas se distribuían por toda la manzana luego de hacer un gran redondel en la increíble fuente que iluminaba el lugar. Tenían hamburgueserías, restaurantes, teterías, moteles, bares y raramente se veía al pasar en el auto por la ventanilla, a un hombre trabajando en esos lugares. Los hombres estaban sentados consumiendo y las mujeres eran las trabajadoras. Una distribución un tanto extraña y poco equitativa, pero no puedo juzgar al pueblo el primer día, a lo mejor sencillamente era una enorme casualidad.

La dirección que me había dado Edgar en un papel arrugado y con muchos garabatos de nombres tachados y cuentas, estaba un poco alejada del bullicio de los establecimientos aunque el pueblo tampoco era tan grande.

Por suerte todas las calles estaban señalizadas, de una forma muy interesante por cierto, y no hubo que preguntar dirección. Tenía cada calle un color y cada casa una figura, era muy divertido buscar en esa zona.

Lucas se percató de una casa pintada de verde la cual era la única que no tenía una figura en su puerta sino una palabra: Esperanza y adivinen el color de la calle…

Exactamente aquella era la casa que buscábamos. Parquee el carro pegado a la acera, estaba loca por bañarme y descansar, saqué las llaves que me había puesto Edgar en una bolsita en la esquina de la maleta y me dirigí a abrir la puerta cuando en ese mismo instante la abrían por dentro.

– Pensé que no había nadie – dije mirando desorientada a aquella muchacha rubia y alta, con ropa deportiva y unos brazos bien marcados.

– Si aquí vivo yo, mi nombre es Patricia y ustedes son…– Nos dijo en un tono entre amable y autoritario.

– Nosotros… somos familia de Edgar, nos dijo que nos podríamos quedar aquí y nos dio esta llave – le dije levantando la llave y mirando a Lucas con cara de preocupación. ¿Sería que nos estaban esperando en aquel lugar?

– Ah sí, pasen, están en su casa. Edgar no me aviso que vendrían – dijo mostrándonos el camino que llevaba a la sala.

Una casa muy sencilla pero que relucía el verde por doquier, me acordé de mi padre, le encantaba el verde, le daba tranquilidad al igual que a mí en cuanto entré.  Los muebles estaban bien cuidados y por el televisor tenía una mesita con libros sobre ella, pero mi vista no acompañaba a mi curiosidad. Las habitaciones estaban al fondo del pasillo y cada una tenía un olor a hogar. Los baños eran intercalados entre los cuartos; la cocina y el comedor eran pequeños pero muy limpios, como si nunca hubieran freído ni tan siquiera un huevo entre esos azulejos. 

Nos dejó solos en  la habitación y Lucas sólo se viró y me dijo: – Está Buena, pero es un poco extraña –.

– No te ilusiones que se pasa de tu alcance, es muy mayor para ti –.

Se encogió de hombro y me miró de refilón murmurando algo donde sólo entendí 25, pero no le di importancia.

Entré rápido a la ducha y sólo dejé que el agua fría me recorriera el cuerpo, me dolían los brazos de conducir y las nalgas de tanto tiempo sentada, así seguro estaba Lucas con su cuello. Después de que cayera bastante agua me dispuse a enjabonarme cuando en ese momento entra ella con una toalla, la ducha no tenía cortina así que podía verme desnuda y enjabonada.

– Ay perdona es que no tiene cerrojo, le traigo una toalla – y se fue.

Me quedé un poco confundida, pero volví a bañarme. Terminé, Lucas entró detrás de mí al baño y yo caí como piedra en la cama.

No sé cuántas horas dormí, solo sé que parecían tres días enteros. Me desperté y me reubiqué en el lugar y la situación, por un momento se me había olvidado toda aquella pesadilla.

Saqué el móvil desechable de la maleta y lo puse arriba de la mesita del cuarto por si sonaba y me dirigí a buscar a Lucas. Estaba en la sala con Patricia, los dos sentados en el piso, un poco más pegados de lo que me gustaría y él anonadado mientras ella hablaba. No era una chica desagradable, pero desde que la vi algo en ella me pareció extraño.

– Lucas, vamos a por comida –. Lucas me miró rápidamente, no se había percatado de que yo estaba ahí y se paró de forma torpe, como asustado.

– Si – solo dijo. Ella sonrió e hizo un movimiento con la mano como simulando un adiós.

Salimos de la casa a explorar un poco, fuimos caminando, confiados de que en un lugar tan alejado no habría nadie buscándonos y entramos a una cafetería donde trabajaba una chica muy simpática que nos ofreció la especialidad de la casa. Pero sentía las miradas de todos los hombres que estaban en el lugar y no precisamente eran miradas de deseo, era un ambiente extraño donde solo las sonrisas de las dependientas le daban un poco de vida.

– Ves, más o menos como ellas son las chicas para ti, jóvenes – le dije a Lucas dándole con el codo en el brazo en un absurdo intento por quitarle a Patricia de la cabeza.

– Shui, si mira aquella como tiene el ojo tapado y la otra parece que esta media coja –. Las palabras de Lucas eran duras, pero ciertas, cada una tenía un defecto físico, cosa rara.

Terminamos de comer y volvimos  a la casa por el mismo camino para no perdernos y a Lucas se le iluminaba el rostro mientras más se acercaba. Aquel carro rosado en la puerta de la casa era como la X del mapa de un tesoro marcando el lugar, desentonaba por completo a pesar de los colores de la calle.

Llegamos a la casa y en cuanto subimos las escaleritas del frente me percaté que había dejado la llave dentro. Toqué el timbre y escuché una voz desde la parte trasera de la casa.

– Está aquí atrás mamá – me dijo Lucas caminando ya por el costado de la casa. Fui tras él y encuentro a Patricia en un pequeño huerto donde plantaba muchas rosas encima de una enorme loma de tierra que no le hacía homenaje a aquellas rosas tan rojas.

– Las favoritas de mi padre – le dije sin mencionar la desproporcionada tierra.

– A mí también me encantan – me dijo ella con una gran sonrisa. – Las he querido plantar desde hace tiempo y ahora fue que encontré el lugar perfecto –.

– Igual que yo, me encantan las rosas –. Y ahí estaba mi iluso hijo, tan espabilado como siempre. Diciendo que fan de las rosas cuando es alérgico a morirse.
Me agaché para ayudarla en lo que Lucas se echaba un poco para atrás por la coriza y por miedo a estornudar.

– ¿Vives hace tiempo aquí? – dije con voz calmada y con una media sonrisa en los labios, mostrándome tranquila y en confianza para poder sacar cualquier información que pudiera servirme y para saber si podía confiar en ella.

– No, hace pocos meses, dos o tres, no más. Me mude aquí pues es un lugar muy tranquilo y supe que podíamos venir.

– ¿Podíamos? ¿Viniste con alguien más? –. Me miró sorprendida y Lucas la miró con dudas.

– ¿Dije podíamos? Ah disculpa es que me refería a mi mamá que siempre viajábamos juntas pero decidió quedarse allá –. Dijo con la voz temblorosa y un poco más lenta que anteriormente, como pensando que decir de cada palabra, no me lo creí.

– ¿Y vivías dónde? ¿Cerca de Andlich? ¿Eras clienta de Edgar? – le pregunté mientras dejaba un poco de lado las rosas y la miraba buscando una respuesta.

– A Edgar lo conozco hace mucho tiempo, de… de la prepa, éramos del mismo salón de clases, de ahí lo conozco –. Dijo exhalando un poco de aire y metiendo su mirada de nuevo en las rosas.

– ¿Y ustedes? Cuéntenme de ustedes –. Ahí entró mi hijo en acción congraciándose cada vez más, contando su versión de la historia y queriendo estar cada vez más cerca, pero la coriza lo ponía cada vez más lejos. Por lo menos no estornudó ni un minuto, todo un campeón.

Sus ojos mostraron gran sorpresa y me miró pasando una mano tibia por mi espalda, no reparé en la tierra que embarraba mi pullover pues fue un gran gesto por su parte.

– Sí, más menos así fue como sucedió, no he querido pensar, no he querido reparar en ningún tema, no he querido…– y una lagrima corrió por mi mejilla en lo que Patricia nos invitaba a pasar y Lucas me ayudaba a pararme y me recorría la mano por la espalda en forma de abrazo. Al pasar por el rosal, estornudó.

Entramos, nos lavamos las manos y yo me lavé la cara como si así pudiera borrar todo lo que había pasado.

– Mamá el móvil, el móvil de papá.
Corrí enseguida hasta el cuarto y efectivamente estaba sonando el móvil, lo cogí.

– Edgar, Edgar – no oía nada, solo ruido – ¿Edgar estás? –

– No digas mi nombre, escúchame. ¿Llegaron al lugar?

– Si ya estamos aquí. ¿Dónde estás tú? ¿Estás bien?

– Si estoy bien, no vuelvas a la casa, quédate ahí hasta que te avise.

– ¿Qué está pasando Edgar? ¿Dime qué es todo esto?

– Que no digas mi nombre joder! No puedo explicarte ahora. Ese lugar es seguro, no te preocupes. Después te explicare todo con más detenimiento, confía en mí. Dentro de dos días en la pública de la calle marrón, misma hora. Te quiero.

Colgó.

Me quedé igual, desorientada, confundida, sin respuestas.

– ¿Ma qué te dijo? Ma reacciona – decía mi niño y lo oía lejos, mi mundo había cambiado y Edgar no podía ni decir donde estaba.

Me levanté rápido y camine hacia Patricia.
– ¿Qué sabes tú? ¿Qué sabes de todo esto? Dime. ¡DIME! –. Busqué respuesta en aquellos ojos marrones como si fuera mi única opción para entender.

– Andrea, estás muy alterada, cálmate –. Dijo con voz tranquila.

– No puedo calmarme, estoy en un pueblucho lejos de mi hogar, mi madre murió y mi esposo no tengo ni idea de dónde está ni de en qué lio anda metido, dime lo que sabes.  ¡Dime! – le dije agarrándola del brazo y forcejee un poco con ella. Lucas se metió, pero lo aparté. – Lucas ve al cuarto. ¡Ahora! –.

Nos quedamos a solas en la sala mirándonos fijamente sin parpadear. Ella bajó la cabeza y se dirigió al sofá.

– Ven siéntate aquí – puso su mano sobre el sofá y la movió.

– Te voy a contar, es una historia larga y grave, no tenía ninguna intensión de contarte, te había visto en fotos y era mucho mejor que Edgar te contara antes que yo, pero no pensé que esto se fuera a desatar de esta manera –. La miré con los ojos grandes, deseosa de saber y no pronuncié una palabra.

– Edgar no es mecánico, ni nada que se le parezca – bajó la cabeza y se encogió de hombros. – Él es… asesino… asesino a sueldo –.

Mi cara era un poema, mi boca quedó abierta y no supe que decir, tartamudeé. – Pero cómo, cuándo, desde cuándo él es… ¿Desde cuándo él es un asesino? – Me alteré.

– Andrea calma, te contaré todo, pero calma. Edgar esta en ese negocio desde hace muchos años, era el más destacado por sus trabajos. Nunca tuvo fallos, nunca la policía lo encontró, no dejaba rastro, era el asesino más discreto del rebaño junto con Damián. Empresarios, diputados, ministros, policías… todo el que tuviera un precio en su cabeza, nunca había un no con él.

– Pero cómo, pero qué es esto, me… me estás engañando, estás jugando conmigo. Eso no puede ser, no por Dios. Él vive conmigo, él come conmigo, él duerme conmigo, él se acuesta conmigo joder! Y no me di cuenta, no lo sabía. ¿Cómo no lo sospeché?…– Quedé con los brazos en la cabeza, con los ojos aguados, la cabeza baja y sin llorar porque era rabia lo que me consumía por dentro. – Cómo no me dijo,  cómo no confió en mí. ¿Por qué Patricia? Yo lo hubiese entendido –. O eso creía, no estaba segura ya de nada.

– Teníamos un pacto, un pacto de silencio, no podíamos contar nada a nadie sobre lo que hacíamos, corríamos el riesgo de ser descubiertos –.

– ¿Descubiertos? ¿Hacíamos? Tú también… ¿Tú también eres una asesina? – Me quedé en shock con aquella noticia, por eso tan fuerte, por eso conocía a Edgar, por eso tenía esos brazos-.

– Sí, yo también pertenezco al clan, soy la más pequeña del rebaño. Tengo 25 años y me entrenan desde los 17. Eran otras circunstancias las que me llevaron hasta allí, no me arrepiento. Pero sucedió algo terrible –. Bajó la cabeza y se le aguaron los ojos.

– ¿Qué pasó? ¿No cumplieron un trato? ¿Hubo problemas? – Pregunté insistente al verla tan decaída.

– Mataron a nuestro jefe y todos vinimos aquí o al menos la gran mayoría, todos estamos refugiados aquí en Edelsteine mientras otros terminan trabajos pendientes.

– ¿Lo querías mucho? – Iba a preguntar por Edgar, pero me contuve al verla.

– Fue un padre para mí, yo era como las muchachas que trabajan en este pueblo, todas son víctimas de las circunstancias, o como dirían, serían daños colaterales, cosa que el jefe no permitió y las refugió dándoles trabajo en este pueblo. Yo me uní a ellos a toda costa y me enseñaron todo lo que sé –.

– Y si todos están refugiados o saldando cuentas pendientes… ¿Qué está pasando con Edgar? ¿Por qué lo persiguen y quién lo persigue?

– Perdona Andrea, eso no puedo respondértelo ahora, estoy cansada y recordar ese momento, no me hizo sentir bien, voy a acostarme. Mañana hablamos –. Me dejó con las mismas dudas del inicio, pero me aclaró el inicio de las dudas.
Me quedé sola en la sala, recostada al sofá mirando al techo. Ahí me dormí. Ahí desperté.

***

Me despertó la risa de Lucas al hablar con Patricia en la cocina ya preparando el almuerzo. Ya era otro día y yo había dormido en el sofá toda la noche. Patricia me agradaba un poco más, la sentía más cercana, pero asesina… era asesina… igual que Edgar.

Me levanté frotándome la cara y con mi habitual combo bostezo-estiramiento. Me dirigí al baño para enjuagarme la cara y asearme sin intervenir en la conversación del niño con Patricia, sabía que no le haría daño y que el tema hablado ayer era mi deber contárselo a Luquitas.

Volví luego del baño hacia la cocina para ayudar un poco con la comida, pero estaba todo listo, solo era sentarse a comer. Nos sentamos cada uno al lado del otro con Lucas en el medio. La comida estaba exquisita.

– Bueno… como no pude acompañarlos en la elaboración los invito a un postre. ¿Hay helados por aquí?

– No venden helados, pero sé de un lugar donde hacen exquisitos postres de todos los tamaños y sabores-.

A veces podía olvidarme que era una asesina, su sonrisa se ampliaba por cada bobería que se parecía a mi hijo cada vez que le regalaba un chupachus. Antes, claro está, ahora su sonrisa sería por una revista con muchas mujeres…

– Pues vamos.

Después de fregar cerramos la puerta y salimos en dirección a aquella hermosa fuente que hacía de rotonda e iluminaba toda la calle azul. Unas cuantas cuadras después de la cafetería en donde habíamos comido el día anterior estaba la dulcería. Parecía la casa donde Hansel y Gretel se metieron con curiosidad y allá iba Lucas con toda la curiosidad de la faz de la Tierra y se le encendió el rostro con la sonrisa de los chupachus.

Entramos y aquello era un cuento de hadas. Todas las vidrieras llenas de dulces de diferentes tipos y colores como había avizorado Patricia horas antes. Cada uno pidió algo distinto, algo increíblemente increíble.

Lucas pidió una torta de tres pisos de chocolate con nata, bañada con caramelo y una cereza en la parte más alta de su estructura, volvía a ser mi niño. Patricia pidió un pastel de almendras y moscatel acompañado por un tiramisú de limón. Yo no sabía qué pedir y esperé a que me sorprendieran y vaya que me sorprendieron y doble… ya verán porqué.

Aquella tarta estaba dividida en dos columnas de dos pisos cada una con capas de chocolate negro, glaseado de fresa y chocolate blanco, con un crocante de galleta y una bola de caramelo en el medio. Era asombroso. Estaba a punto de dar el primer bocado cuando de la nada todo quedó en silencio y se aparecieron policías por todos lados amenazando a todos con una pistola.

Estábamos en la última mesa alejados de la puerta, no nos veían y un disparo se hizo escuchar a lo que correspondió un segundo disparo convirtiéndose en una balacera enorme. Mi dulce se quedaba solo en la mesa mientras los asesinos del lugar se peleaban con los policías y yo corría por la puerta de atrás.

Por la parte de atrás también habían policías, imaginé que venían por mí, tenía la pistola en la guantera del carro y no tenía nada para defenderme. Patricia tenía una pistola, pero no la usó, solo corrimos entre los pasillos. Corrimos tanto como pudimos y nos separamos, me querían a mí y Lucas debía estar seguro, Patricia podía cuidarlo. Corrí por toda la calle hacia unos arbustos pero me atraparon con fuerza, me pusieron una pistola en la cabeza y me tiraron de frente arriba del carro de policías con las manos en la espalda.

Estaba perdida, estaba sin salida y ni siquiera sabía que hacia allí.

* Patricia *

* Patricia *

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Andrea Maldivas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora