Yo no creo en el amor romántico. Fue lo primero que pensé al despertar esta mañana. No creo en el amor y no por alguna especie de moda, ni tampoco por despecho, ni por creer que no lo merezco. Despertaré a Paris ahora mismo, sus palabras no dejaron de asecharme toda la maldita noche, como si no bastara lo fría que están las noches de este Octubre poco primaveral y el ruido de la intensa marejada.
—Paris! Despierta, ya es medio día, no sé cómo puedes seguir durmiendo a esta hora. Harás que me arrepienta de haberte dado ese celular—Noté de inmediato por su voz y en su rostro que había pasado toda la noche jugando con ese aparato.
—¡Ay Máximo! eres el único idiota de 23 años que no se muere por usar un celular.
Su grito me dejó claro que podría haber seguido durmiendo horas. No es algo que me importara mucho la verdad, pero necesitaba sacarme este peso de adentro que significa nuestra conversación inconclusa de anoche.
Esperé paciente el ritual matutino de Paris al levantarse. Debemos ser las personas más aseadas de la calle, o eso es lo que dicen. Creo que no tenemos cara, nombre ni modales de una persona en situación de calle, nos llaman "los pitucos del hotel", las pocas personas con las que tenemos comunicación, y es que eso es otra cosa que tenemos en común, y de seguro es lo que nos trajo a vivir de esta forma, detestamos a la gente y su sociedad de falsa moral. Hemos sido solo nosotros por los últimos 5 años. Aunque es verdad que tenemos a la Señora Beauvoir y al Alfredo que ha sido un gran amigo todo este tiempo.
—Oye ¿A qué hora se fue el viejo marica?—su forma afectuosa de referirse a la que posiblemente sea la única persona que le importamos. Bueno, de todas formas Alfredo la trata peor.
—No lo sé Paris, sabes que no le gusta despertar a nadie.
Por fin pudimos reiniciar la conversación, esto me tenía más ansioso que de costumbre. Comencé por aclararle que nadie me había roto el corazón. Y que si yo no creía en el amor era por la misma razón que no creo en la sociedad. Aunque estoy seguro de que sabía la respuesta, la desagradable pregunta salió de inmediato de su boca
—¿en que se parecen Máximo?—era evidente su incredulidad.
—La gente vive quejándose de la sociedad—titubee.—y cuando tiene la oportunidad de generar el más mínimo cambio, prefiere la comodidad que le brinda lo que ya conoce. —La respuesta salió tan automatizada como poco creíble.
—Entonces... si te estoy entendiendo, la gente se queja del amor, pero no está dispuesta a cambiarlo. ¿Esa es tú brillante hipótesis? Haces bastante filosofía de Facebook para no tener uno.
Nunca me demoro en darme cuenta cuándo Paris tiene razón y estoy divagando o totalmente equivocado. Lo bueno de nuestra confianza es que tampoco me tardo en reconocerlo.
—Bueno sí, en realidad tienes razón, no tengo claro al cien porciento porqué dije que no creía en el amor, y la verdad no he dejado de pensar en eso.
Luego de reírse por unos largos segundos de mí, sonrió con ojos de esperanza, no sé si en mi bienestar o una nueva oportunidad de burlarse. Me comentó que ella igual había pensado bastante en aquello y que tenía una solución. Entró en su carpa y salió de inmediato con el celular en la mano.
—Yo estoy en busca de trabajo, tú ya encontraste uno, yo estoy conociendo gente...
—El tipo que viene todas las noches a preguntar por droga, ¿a él te refieres? —interrumpí antes de que terminara y aproveché el momento para devolverle la mano y reírme un poco de ella.
—Bueno ese no es tu problema, y hablando de problemitas, tengo la solución al tuyo Romeo sin Julieta. Mira, ven.
Su brillante solución era inscribirme en una aplicación de citas para conocer personas, y según su turbia manera de ver las cosas, enamorarme de una, o varias de ellas.
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Construyendo Desamor, en medio del Caos.
RandomMáximo y su inseparable amiga Paris mantienen una linda relación dentro de sus atormentadas vidas. Actualmente viven en la playa junto a un antaño amigo de ambos, Alfredo, quien les recibió en su improvisada morada, luego de que ambos fueran expulsa...