1. El nacimiento

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Capítulo 1. El nacimiento

El profesor Leroy se encontraba perturbado desde que recibió la noticia. Traer un bebé a este mundo era especialmente doloroso y a la vez afortunado. Sus sentimientos se dividían en dos: por un lado era el hombre más feliz del mundo, por el otro, era un hombre con la mente atormentada.

Ni siquiera sus prácticas clandestinas le causaban tanta incertidumbre como el de ser padre; esconder un laboratorio de la percepción de los vampiros vigilantes era tarea fácil, pues ser un maestro de ciencias lo justificaba y de ahí que no surgía la necesidad de que lo confiscaran. Sin embargo, un bebé era difícil de ocultar, en especial por el ritual del vigésimo día que dictaba textualmente lo siguiente:

"Por estatuto, todos los nuevos habitantes de Sango deben pasar por el ritual de reconocimiento, por medio del cual se establece la especie del niño o la niña.

Artículo 2 del Estatuto Real de Sango".

Tener un bebé no se podría pasar por alto. Pero, ¿cuál era el problema tan grave que podría generar tener descendencia? Pues simplemente era aquello que atormentaba a cada habitante de la especie más baja de vampiros, aquellos que rozaban la maldición eran más propensos a procrear seres malditos e indignos.

Aun así, Zafira alentaba a Edmund a no perder la esperanza, pues su linaje era de los mejores y según lo poco que sabía de ciencia sangana los cromosomas femeninos eran más fuertes en los vampiros. Existía un porcentaje muy bajo en la herencia de cromosomas masculinos, sería un evento desafortunado el que su hijo fuera maldecido.

Las palabras de Zafira eran certeras, pero había algo, una voz que perturbaba de todos modos a Ed, la voz del destino cruel que podría enfrentar su preciado linaje al no ser digno de los vampiros. Trató de no demostrar su ansiedad, pero su esposa podía olerla.

De igual modo la mujer no decía nada porque aunque quería ser fuerte para no afectar al bebé era consciente de que su esposo tenía razón.

Es por eso que dejó que continuara con su experimento, fingió ignorar sus desvelos en el laboratorio, sus salidas continuas, los paquetes que entregaba Caleb Tower, su aprendiz; paquetes que sabía eran productos químicos ilegales. Mas no preguntó nada, ni aunque fuerzas oscuras estuvieran implicadas en sus experimentos.

Transcurrieron ocho meses, todo el pueblo esperaba en nuevo nacimiento. Edmund decidió por fin hablar con Zafira sobre lo que tenía planeado. Era una noche de tormenta, la tomó de los brazos y la llevó hasta el laboratorio.

-¿Qué haces? - Preguntó la mujer, quien portaba una panza enorme y perfectamente redondeada.

-Te contaré la verdad, sobre lo que estuve preparando todo este tiempo.

-Antes de eso, me urge contarte algo- interrumpió Zafira, mientras se acariciaba la panza-. Es una niña.

Lo dijo con una sonrisa dulce, de aquellas que dan indicio de lo buena madre que sería. Edmund dibujó de igual modo una sonrisa enorme en su rostro, sería una pequeña. Se acercó a su esposa, la abrazó y le dio un beso.

-¿Cómo sabes que será una niña? -Interrogó Ed, sin dejar de abrazar a su esposa.

Esta de repente lo apartó, forjando una mirada seria. Edmundo la miró confundido ante su repentino cambio de expresión.

-Pues, promete no enojarte- Zafira se frotaba los brazos, con una clara pena en su expresión.

-No me asustes, Zafi, ¿qué has hecho?

-Consulté con una ocultista.

Edmund se sorprendió de sobremanera, no era propio de Zafi frecuentar lugares poco seguros.

La maldición de los ojos negrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora