Sara reacciona y lleva una de sus manos al borde del vestido de Isabel. Lo sube poco a poco bajo la mirada atenta de la contraria, y como ve que ésta no pone resistencia, le baja como puede las bragas también.
— Córrete sobre mi piel — e Isabel gime. Se asusta por lo que le pide la chica, le da vergüenza, pero su cuerpo le pide que le haga caso y se mueve ondulando sus caderas.— No te van a ver, pégate a mí —le dice mientras se desabrocha el pantalón y lo baja a medio muslo.
Isabel se lo piensa; pueden irse a cualquiera de las habitaciones, pero estar ahí, expuestas a los ojos ajenos, le pone mucho. Mete sus manos en la americana de la contraria y acaricia sobre la tela de encaje blanco, muy lento, desquiciándoles. Sara sonríe, sabe que lo va a hacer, lo ve en el destello de sus ojos. Por eso lleva su mano a la entrepierna contraria, envolviéndola con sus dedos.
— Mmm... — jadea.
— ¿Te gusta? — la castaña sonríe e Isabel asiente, pegándose contra ella, atrapando su clítoris, palpitante y rosado, entre las dos.— Ahora muévete.
Isabel lo hace. Crea fricción entre los dos cuerpos, sintiendo la piel contraria y la propia arder y lame los labios de Sara. Ondula su cintura en movimientos lentos que presionan su culo contra la ingle de Sara. Se agarra a la espalda contraria, pegándose bien, notando las manos de la castaña arañarle la piel por debajo del vestido.
Jadean, se mueven más rápido, tocan más piel. Sara atrapa la piel fina de su clavícula entre sus dientes y lo siente contra su bajo vientre: la humedad de Isabel impregnándose en su piel.
— Me voy a correr — gime la morena contra su boca.
— Y eso es lo que queremos, ¿no? — dice con la respiración agitada.
Y sí, Isabel se corre sobre su piel.
Permanecen unos segundos quietas, abrazadas e intentando que sus respiraciones se acompasen, se calmen. Acaban de follarse sobre la ropa sin reparos, calientes, guarras. El calor de su fluido resbala por la ingle de Sara, que solo quiere lamer.
— ¿Cómo salimos de aquí? — pregunta la morena, un tanto sonrojada por la situación.
— No lo sé — responde escondiendo su cabeza en el pecho contrario. Sara lleva su mano a la ropa interior contraria y le pide que se mueva un poco para poder subirla hasta donde toca, recolocando el vestido después y lamiendo sus propios dedos también.— Sabes bien— le dice, e Isabel suspira al tiempo que guarda su corrida bajo la ropa de Sara, que abrocha con avidez.
— Vámonos — le pide.
— ¿Arriba?
— Sí.
Como pueden, e intentando pasar desapercibidas, se levantan de la cama y recogen sus prendas de ropa. Se observan, se recorren la una a la otra. Sara incómoda por lo pegajoso en sus pantalones y bajo la chaqueta e Isabel avergonzada por la escena de sexo que acaban de protagonizar, pero dispuesta a más, a lo que dé de sí esa noche.
Se dan cuenta de que nadie les mira, que hay más personas dando rienda suelta a sus deseos, y es que de eso se trata, de encontrar y disfrutar sus deseos más ocultos, y por eso los nervios se templan y el valor y la osadía aparecen.
Se dirigen a la barra, Isabel pregunta al camarero si pueden utilizar una de las habitaciones y Sara se sonroja, pero le sigue cuando el barman les indica que vayan a la planta superior y accedan a la tercera habitación.
— Disfruten — les dice entregándoles las llaves, y ambas asienten sonrojándose de nuevo.
Suben el tramo de escaleras, Sara delante e Isabel detrás, agarrada con dos de sus dedos a la cinturilla del pantalón de la contraria, quien lleva hasta allí su mano izquierda y la posa sobre la suya.