Todo comenzó un seis de julio del 2020, en pleno auge de la pandemia, cuarentena y tardes libres sin tanto qué hacer en casa. Una llamada, más bien, un mensaje: mi amiga quería que fuera a verla a su casa. Ya habíamos acordado vernos desde hace tiempo, pero no se concretaba la ocasión. Ese día tomé una ruta larga y casi recta que bordeaba las vías del tren: el llamado Eje Vial. Tenía mucho sin salir, y decidí ir pedaleando en bicicleta. Contemplar el paisaje, las vistas a la Sierra Madre al oeste, el Sol derramándose por las calles de cemento hidráulico vestido por las sombras de esa tarde que intuía alegre a pesar de las restricciones de salud. Mi amiga estaba esperándome luego de cruzar un puente, antaño, Puente Negro, vestigio formidable de la ciudad antigua. Recuerdo haberme detenido para apreciar la escena. Saqué mi celular y disparé para guardar el momento presente. Nunca había imaginado que esa ruta se volvería con el tiempo una de mis favoritas. Ni tampoco un recuerdo de la misma. Seguí pedaleando con la confianza de mi aliento. Patricia, mi amiga, me recibió con mucho cariño. Aún recuerdo su vestido largo azul con figuras de piñas. El sol de la tarde reflejándose en sus gafas mientras platicábamos largo y tendido hasta que nuestros estómagos comenzaron a charlar entre ellos. Ordenamos pizza por Uber Eats y comimos en la terraza de su casa. Las rutas de aquella plática nos llevaron por senderos que, hasta entonces, desconocíamos. Rutas que hablaban de desamor, de rupturas, de experiencias, de anhelos, de amigos que se había distanciado, pero todas y y cada una de ellas con Dios en el camino. Mi amiga es una gran mujer Cristiana, de carácter fuerte y decidido, algo que reconocí en días después cuando concretamos más salidas a comer, a tomar fotos y charlar. Pero ese seis de julio fue lo que marcó la diferencia del resto de los otros días pedaleando hasta su casa para ir a verla. Allí, ya noche, supe que debía externarle todo el cariño que sentía por ella, y que aún siento, a pesar de que nos separen rutas más lejanas. Sabía por lo que estaba pasando: un dolor latente que residía en el corazón y solo podía ser tratado por la presencia de Dios, y por un abrazo. No un abrazo simple y fugaz, sino uno que sirviera de medicina, como diría un tal Diego Ojeda: "hay abrazos que curan y no los receta un doctor". La envolví entre mis brazos en silencio y besé su frente. Mi amiga me dijo que yo era un hombre importante en su vida, que me quería siempre cerca y hablar de todo aquello que nos preocupara. Pero a pesar de llegar a ser mejores amigos, nuestras rutas nunca fueron las mismas. Yo me desvíe de algunas que, poco a poco, fueron mermando la amistad que había entre nosotros. Aún así, no dejamos de ser amigos. Hoy en día sólo me queda el recuerdo de mí mismo apunto de cruzar aquel puente. El puente entre los dos y que ahora nos separa por cientos de kilómetros. Luego de ese primer abrazo, regresé por la misma ruta pedaleando a casa. En mi mente resonaba su voz y sus palabras. En mis manos, el cálido sentimiento de sus lágrimas. En mi alma, la esencia de la suya transferida por el mutuo abrazo, el primero de muchos donde convergieron todas las rutas de las que Dios fue testigo. Ahora sólo quedan recuerdos que brillan con luz propia. Fotografías incontables de momentos en que fuimos una vez, palabras atesoradas en corazones que aún les falta mucho por sanar, mucho por vivir, mucho por sentir; y rutas escritas a pie que guardan la melodia de nuestros pasos...
...Y aún en la distancia, ella suele platicarme de sus nuevas rutas por Tuxtla Gutiérrez. La Ciudad donde se hallaba el trabajo que más había anhelado y el cual me había platicado una vez hace ya dos años. Yo le hablo también de mis rutas, muchas de ellas comenzando por un saludo de buenos días bastante temprano. A veces ella me gana y a veces yo le gano. Seguimos en contacto a través de la ruta de mensajes que nos provee WhatsApp. Como toda amistad de amigos, hemos tenido altas y bajas, discusiones, pero no hemos perdido el contacto. La ruta de nuestra amistad sigue siendo fuerte gracias a las rutas del Buen Pastor.
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Mis letras
Non-FictionRecuerdos que fueron y otros tantos de aquello que aún no ha ocurrido.