La llegada inesperada en Dustland

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En un pueblo al norte de Italia del año 1754, existía una aldea en el bosque llamada Dustland. En ella vivían hadas y duendes con distintas tareas por realizar, ya que, se clasificaban por hadas del invierno, de animales, hadas del lago y hadas del jardín. Los duendes eran ayudantes de las tareas de las hadas y se les asignaba cada uno en la categoría preferida. Pero, de esto no va la historia. Lo importante es que, aunque las hadas parecen más importantes al estar encargadas de cada categoría, no había mucha diferencia entre ellas y los duendes. Ambos poseían una apariencia física de rasgos humanos muy interesantes, las hadas tenían unas piernas largas y un rostro muy delicado, atuendos sorprendentes de tela hecha de algodón, colores relucientes, cabello sedoso y alas brillantes, que se alzaban con un movimiento lento pero irreal. Mientras tanto, a diferencia de los hadas, los duendes tenían piernas más cortas, un rostro más robusto y atuendos mucho más sencillos, algunos solían asustar con su mirada vacía y pupilas rojas. Aunque, había alguien entre los duendes que se le distinguía por su vanidad y belleza en general. José era muy egocéntrico, pero sus facciones eran magníficas, tanto que, por si fuera poco se le había subido a la cabeza. No muchos en la aldea poseían sus ojos color verde avellana y sus pecas diminutas esparcidas como las estrellas en una noche cálida a la puesta de una luna llena. Sus atuendos eran increíblemente bien elaborados y sus rulos dorados oscuros se posaban entre sus mejillas rosadas ese atardecer al llegar la primavera.

Cada primavera, todos se reunían a discutir las próximas tareas a realizar en su aldea, cuando de pronto, al caer la noche, una intrusa se encontraba entre ellos, lo notaron y el alcalde Gabriel inmediatamente ordenó a todos a permanecer en su hogar. José fue el primero en llegar a su hogar, ya que le aterrorizaba el hecho de que pudiera ser un humano o una bruja que pudiera dañar su hermoso rostro, los detestaba, hace años que no conviven fuera de su aldea por el hecho de que los humanos decretaron con destruir a cualquier criatura mítica que vieran, debido a que pensaban que traían maldiciones al mundo exterior y a los pueblos, entonces, no podían mostrarse. Pasaron horas y horas, mientras todos se preocupaban de qué podría ser, José se preocupaba en qué atuendo usaría mañana. A José no le interesaba enamorarse, consideraba que las damas entre los duendes no eran ni un poco bonitas para él y evitaba cualquier tipo de contacto con ellas, aunque él era muy detestable, aún había algunas duendes o elfas que le guardaban cariño, aunque claro, era por su belleza, sin ella no sería más que un duende muy insensible. En cuanto a las hadas, tampoco le interesaban a José, le parecían ordinarias por el hecho de que su belleza se parecía entre sí. El cabello de las hadas siempre era de un color desagradable para él, ya que odiaba el rosado o el cerúleo. Él quería experimentar algo con una dama que tuviera una belleza irreal, si no era el caso, prefería morir solo.

Exactamente a las 2 de la madrugada, el alcalde Gabriel de forma discreta contactó un par de hadas para que vinieran a ayudar a asignarle un nuevo hogar, no era una bruja o una humana tan siquiera la intrusa que llegó esa noche, si no un hada, pero no era cualquier hada, su belleza era incomparable a las hadas de la aldea Dustland, un poco más alta, lo que la hacía destacar entre ellas, tenía un brillo en su aura como al final de un arco iris o de la forma en la que brilla una perla al fondo de un océano en completa oscuridad, su silueta era muy fina, sus piernas se notaban suaves al igual que su rostro, muy angelical. Su cabello era largo y rubio, además, sus ojos eran oscuros pero profundos.

Al siguiente día, José se levantó de su cama y escogió su atuendo pensando que sería un día como cualquier otro, salió de su choza y se dirigió directamente al lago captando la atención de elfas y hadas por su gran belleza, como cualquier día él l...

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Al siguiente día, José se levantó de su cama y escogió su atuendo pensando que sería un día como cualquier otro, salió de su choza y se dirigió directamente al lago captando la atención de elfas y hadas por su gran belleza, como cualquier día él las ignoraba. De pronto, su atención se captó por primera vez en una dama, era la hada que recién había llegado ayer, quedó cautivado por su rostro y de inmediato pensó en enamorarla, pero no de una forma simple. Él pensaba que al verlo de un instante a otro ella estaría perdidamente enamorada de él, aunque prefirió ir por el estilo romántico. Dejó sus herramientas de trabajo e inmediatamente corrió a la casa de su mejor amigo Henry, él cocinaba emparedados cuando de repente José azotó la puerta con una cara de asombro por lo que acababa de percibir. Henry le preguntó con un tono asustado "¿Qué sucede?" ya que jamás había visto a su amigo así, era tan pero tan arrogante que hace mucho que no lo veía sorprenderse por algo.

-Ha llegado una hada, es hermosa y planeo que se enamore de mí, aunque claro, para mí ya es un hecho, de seguro con solo mirarme quedará cautivada.- Dijo José con una voz engreída.

-Claro, de seguro que sí. -Exclamó Henry con una carcajada- Debes de dejar de ser tan altanero, que con esa actitud lo que harás solo será ahuyentarla. Bueno, ¿deseas un pastel? -ofreció con los brazos abiertos.-

José se sintió avergonzado pero ofendido, así que solo salió de la choza de su amigo y se dirigió a donde estaba ella, para probar mal a su amigo, convencido que con solo mirarlo ella se enamoraría, se acercó y preguntó su nombre

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José se sintió avergonzado pero ofendido, así que solo salió de la choza de su amigo y se dirigió a donde estaba ella, para probar mal a su amigo, convencido que con solo mirarlo ella se enamoraría, se acercó y preguntó su nombre.

-Hola, me llamo José

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-Hola, me llamo José. ¿Cuál es tu nombre? -preguntó de forma ingenua, pero amable.-

-Mi nombre es Elena. -Dijo con una sonrisa y nada más, se dio la vuelta y siguió con sus actividades asignadas la noche anterior.-

José se mostró sorprendido porque no parecía mostrar interés en él. Miró hacia abajo metiendo sus manos en sus bolsillos y siguió caminando, pensando en que haría lo posible para que ella se enamorara de una forma obsesiva de él. Lo que lo había aferrado más a cumplir dicha promesa es que ella no mostraba interés absoluto.



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