Parte Unica

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Cristo. Ayudame.

A Jon las cosas no podían salirle peor. Simplemente no podían. Era imposible.

De alguna forma, sabrá Dios cuál, había quedado atrapado en medio de una investigación policíaca sobre varios criminales que habían usado como fachada una gala de caridad para esconder sus negocios ilícitos.

¡Él sólo había asistido ahí por trabajo y como civil, pero en cambio, ahora no podía ni siquiera salir del maldito salón social!

¿Lo peor? Tenía delante de él a su mejor amigo, Damian, prácticamente follándolo con la mirada... dedicándole una de esas pequeñas sonrisas maliciosas que siempre usaba cuando estaba planeando algo 'malo'.

Sin embargo, si Damian hubiese lucido un poco menos atractivo y atrayente, su noche estaría siendo mucho más fácil de sobrellevar.

Jon ni siquiera podía mirarlo fijamente por la vergüenza, y porque el moreno no llavaba su ropa habitual, si no, un vestido verde oscuro bastante escotado, que era parte de su 'atuendo de encubierto' para atrapar a los criminales que habían estado traficando animales exóticos mientras se llevaba a cabo la gala de beneficencia...

Así que si, los nervios se lo estaban comiendo vivo. Porque la verdad es que no podía dejar de mirar las bellas y largas piernas de su mejor amigo, que sobresalían de la brillante seda del vestido. Mostrando descaradamente sus increíbles muslos. Y sus delgados y perfectos dedos envueltos alrededor de la copa de champán que tenía en su mano, relamiéndose los labios después de cada trago.

Jesús...

Jon nunca había deseado tanto empujar a alguien contra una mesa para besarlo. Quería meter sus manos debajo de ese atrevido vestido y averiguar qué se necesitaba para hacer que Damian Wayne gimiera, fuerte y audible.

A él nunca le había gustado mucho lo elegante, pero Damian lo volvía loco.
Y la idea de saber qué tan rápido se desmoronaría el gran ego de su amigo en las manos adecuadas, le fascinaba.
No podía aguardar para despeinarlo, estropearlo y hacer que se sonrojara y temblara debajo suyo, viendo cómo intentaría recomponerse después de que Jon conociera todos sus bonitos y lujuriosos secretos.

Seguro que hasta temblaría contra él, sofocado en jadeos, arañando su espalda como si nunca hubiera tenido sexo de esa forma con nadie; completamente duro debajo de su bonito vestido verde. Sin pudor.

Porque Damian no solo era elegante. También era alguien demasiado restringido. Controlador, rígido y exigente. Y Jon había querido hundirlo desde hace mucho en su propia necesidad humana sólo por eso.

Porque ¡por el amor de Dios! ¿quién diablos había sido el encargado de elaborar a Damian Wayne, que lo había dejado de esa forna tan exquisita... ?

Jon lo sabía, siempre le habían gustado sus ojos con carácter. Esos que ahora estaban maravillosamente adornados con un maquillaje que sólo les hacia resaltar más su belleza. Sus hombros perfectos, que justo ahora se escontraban a la vista por el revelador vestido que portaba. Su rostro. Su voz. Las bonitas cicatrices que le cubrían el cuerpo y que lo hacían soñar despierto... Todo de él le encantaba.

Aún así actuaron como si no quisiesen comerse el uno al otro sobre la mesa allí mismo. Y siguieron hablando como si nada. Ambos acompañando su charla con cada vez más copas de vino y otros licores que Jon ni siquiera degustaba por estar tan ensimismado mirando a su acompañante. De lo bien que se veía en aquel atuendo. De los fascinante que le queda el maquillaje, pero sobre todo de como se movían sus labios. Y Damian por su parte, sólo disfrutaba de saber que justo ahora él era el centro de atención de su amigo, aún cuando habían otras mujeres por ahí en el salón que se morían por charlar aunque fuera un poco con el Kent. Porque, vamos, Jon era bastante atractivo, ahora, y siempre.

Noche De GalaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora