La noche del lamento

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La noche del lamento

Hoy despierto con el susurro de un llanto, con la paz de un lobo estepario y con la astucia de los demonios que habitan incesantes hasta donde nuestro entendimiento alcanza.

No habito en el clímax, e incluso citaría mis penas como corrientes de aguacero que guarecen mi alma de las tentaciones del suicidio.

Yo sólo guardo y aguardo ese silencio impresionista casi indescriptible que dé génesis a posteriores distopías sonoras -que no del ruido-, donde el Bosco especula impasible ante el rostro de madre sin jamás nombrarla (porque sabe que si lo hace, algún día dejará de existir).

Quien algún día muera será porque alguna vez lo deseará, y antes de que su mente le permita pensarlo, el orden actuará para no perturbarlo de lo que unos llaman vida.

¿Cuándo somos sino polvo cósmico que alegoriza la idiosincrasia de aquel que jamás existió a milímetros de nuestro cuerpo y años luz de nuestra consciencia?

Padre no es sólo; padre nació en mayúsculas de un anciano Isaac que surgió bajo las flores de las ametralladoras, junto a los cantos aromáticos de quienes portaban sus balas.

No hay disparo tan cruel como la vida; no hay vida tan cruel como el disparo que, involuntario de sus acciones, nace cuando algo muere.

¿De qué sirve ya todo esto?

Supimos desde el primer instante que las piedras son la corteza de nuestro movimiento, y aun así acostumbramos a pegarle la patada que corresponde cuando cruza con nosotros, sin pensar que quizás fuimos nosotros quienes se hicieron daño por creer que la inercia domina a la voluntad y por desterrar a las hormigas de su nido.

Alabada seas nada, que nunca cometiste el error de existir para algún día mancharte las manos por tu propia voluntad -ya que lo hacemos los humanos en tu nombre.

Me lavaré las manos con tu ocre y avistaré los confines de la existencia en el sempiterno cauce que yace allá donde jamás nadie haya pensado: en el pensamiento común y vulgar; moriré por y para ti, arrodillándome cuando nuestras miradas coincidan y esperando con lascivia que algún día consigas mi «no haber existido jamás».

Puedes llamarme como quieras pero en el fondo sólo seré el reflejo de tus lacrimosas pupilas que se miran infinitamente como buscando algo, sin advertir mi presencia; siempre supiste que soy el clamor en la noche y que cuando amanezca, dejarás de verme arrepentido por lo que una vez hiciste.

La noche del lamentoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora