Carta número 1.

6 0 0
                                    

De: sir Thomas Roland.
A: lady Elizabeth Hyde.
Asunto: Despedida.

22 de diciembre de 1875, Liverpool, Reino Unido.

Sólo le concedo un año para que me olvide. Sólo le concedo estos 365 días para que borre mi imagen de su mente.

Se lo imploro: por favor, olvídeme.

Yo no soy sólo más que un tenebroso juego de sombras que por siempre, vivo o muerto, besará el suelo que usted pise.

Porque no soy bueno para su persona, mi señora. Jamás he sido una buena influencia para nadie, ni siquiera para mí mismo. Odio tener que decirle esto. Aborrezco tener que darle yo mismo la noticia, sabiendo el cariño que usted me procesa desde nuestra más tierna infancia.

Pero sí, mi querida Elizabeth, esto es un adiós. Por mi parte, y espero que por la suya. Un adiós que no tendrá un reencuentro. De eso, el destino de ocupará personalmente.

Sin embargo, quiero que conste, en este pobre escrito, lo mucho que la aprecio. He de incluir la gratitud que embarga mi corazón para con su persona, no tiene cabida en mi pecho.

Declaro que me honra haber conocido a una mujer tan maravillosa como es usted, tan elegante, tan segura de sí misma, tan osada, tan inteligente, y ante todo, tan valiente. Le agradezco estos últimos años de mi existencia con usted. Le estoy más que agradecido, pero ese sentimiento no sabría describirlo por puño y letra.

¿Sabe qué? Aunque no lo crea, salvó la vida de este pobre bardo inútil que le escribe esta carta. De pobres yescas prendió usted en mí una hoguera. Encendió dentro de mí las ganas de volver a vivir, de dejar de contemplar cómo la vida pasaba rápidamente ante mis ojos para poder disfrutarla y vivirla desde perspectiva. Además de que es inigualable el trabajo que realizó al solicitar a su abogado la defensa de mi querida hermana Jocelynn. Ella le envía mucha suerte de su parte. Estoy seguro.

Bien. Llego a casi el final de mi carta. Siento la expansión del texto, pero debía alabar los muchos logros y las buenas acciones que a realizado para conmigo y mi familia.

La parte difícil de relatar: mi condena. Verá, señorita Hyde, me han dado la opción de condenarme a cien años de garrote en la prisión de París o una muerte instantánea a manos de la horca. Por supuesto, puede imaginarse cuál ha sido mi elección: la horca. No aguantaría ni un día más en ese calabozo frío, oscuro, sin alma, en el que me retienen. No podría.

Me ahorcarán dentro de dos días, en pleno día, y, si mis cálculos van bien, el día de Nochebuena.

Oh, Elizabeth, lo lamento tanto... sé la estima que me tiene, lo mucho que veló por verme nuevamente chispeante, lo mucho que hizo por recuperar al ya sepultado muchacho jovial que fui. Y ahora, supongo que será consciente, como yo, de que sus esfuerzos fueron en vano. Mis disculpas, mi señora, pero prefiero morir a no volver a ver la luz del sol. Mas no se culpe, amiga mía, no se culpe, y tenga la conciencia tranquila, la mente fría siempre.

Los pecados de este joven ingenuo y atolondrado la han martirizado durante años, mientras que jamás han sido de su incumbencia las trifulcas en las que me veía envuelto. No obstante, usted seguía insistente, con la confianza de la posibilidad de cambio, siempre junto a mí, en las duras y las maduras... como mi ángel guardián personal, un ángel que jamás me he merecido.

Sepa usted que no me debe nada, ni a mí no a mi pobre familia. Ya ayudó demasiado con la liberación de mi inocente Jocelynn. Y repito, una vez más entre millares: se lo agradezco.

Comprendo que al principio sienta culpa, culpa por haber fracasado para conmigo; luego, el odio y la repulsión hacia mí la cegarán: por ser un vanidoso, un descuidado y un hombre con demasiados sueños que no se llegarán a cumplir nunca. Y luego llegará la nostalgia. Quiero que esté preparada para ello: cierre los ojos, piense en mí, en mis mejores momentos, en mis momentos de gloria, en nuestros tiempos de chiquillos inocentes en la esplendorosa ciudad de Londres, no conocedores de la crueldad de este amargo mundo... y luego, vacíe su mente. Así conseguirá que el dolor sea menor. Logrará de esa forma evitar que yo le cause aún más daño que cuando estaba vivo y coleando.

Aspiro su perdón, más que nada en este mundo.

PD: Pese a que sé que dentro de unos años estaré sumido en el olvido... le ruego que aunque me olvide, me lleve de algún modo en su corazón. Es una humilde pedida que me gustaría que llevase a cabo.

Me despido finalmente.

Con grandes esperanzas, siempre suyo...

Thomas Roland

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Aug 08, 2020 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

Cartas de un amigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora