—Ah, ahí debe estar papá por fin —dijo Shelley levantando la cabeza del libro de cuentos que estaba leyendo cuando sonó el timbre de la puerta—. Debe haberse olvidado la llave.
Emma agarró su oso de peluche y Shelley bajó las escaleras para abrir la puerta con el ceño levemente fruncido. No era muy habitual en Colin llegar tarde a casa ni olvidarse la llave. En las siete semanas que llevaban casados siempre había sido tan puntual que se podía poner el reloj en hora con sus entradas y salidas.
Pero eso era lo que ella había querido entonces, se dijo a sí misma; alguien en quien se pudiera confiar. Ya no podía permitirse pensar sólo en ella, tenía a Emma. Los locos que se mataban en accidentes de moto no eran los mejores padres.
—¡Ya voy! dijo cuando el timbre volvió a sonar.
Eso tampoco era muy propio de Colin. Era el hombre más plácido y tranquilo del mundo.
Pero no era la silueta de Colin la que se veía por la mirilla. Era alguien mucho más alto y ancho. Dudó por un momento y luego puso la cadena de seguridad.
—¿Señora Clarke?
El corazón le latió rápidamente. Conocía esa voz profunda y, mirando por la rendija de la puerta reconoció inmediatamente a Saúl Rainer, el jefe de Colin. Lo había conocido una vez, dos semanas después de casarse con Colin. Había sido en el décimo aniversario de cuando él se había hecho cargo de la empresa y había alquilado una de las mejores salas de fiestas de Londres para celebrarlo. Había bailado con él, sólo un baile y sólo porque era eso lo que se esperaba que hiciera, ya que él había bailado con todas las demás esposas presentes. Había sido un encuentro breve y formal que, probablemente, él habría olvidado inmediatamente. Pero ella no lo había hecho, por mucho que lo hubiera intentado.
Entonces, ¿qué estaba haciendo él allí ahora, delante de su puerta y aguantando la lluvia?
—¿Puedo entrar, señora Clarke? —dijo con la voz de alguien que estuviera acostumbrado a ser obedecido.
Ella volvió a dudar, con Colin fuera de casa, hubiera preferido no dejarlo entrar. Pero después de todo, era su jefe, uno de los hombres de negocios de más éxito en toda Gran Bretaña y parte del extranjero, así que no podía dejarlo allí fuera, mojándose.
Cerró la puerta, quitó la cadena y la volvió a abrir para dejarlo entrar. Luego retrocedió instintivamente.
Su presencia parecía dominar todo el espacio a su alrededor. Era algo más que su altura, que era bastante, ya que ella que también era alta, tenía que mirar hacia arriba, lo que era poco habitual. No, era algo en él, algo que bordeaba la arrogancia, de poder masculino que ella habría preferido ignorar.
También habría preferido ser capaz de ignorar la atracción prohibida que sintió, pero era demasiado sincera consigo misma como para pretender que no la sentía. Quizás más poderosamente que la primera vez que lo había visto.
El no era clásicamente atractivo, pero tenía algo... impresionante en sus rasgos. Su cabello era liso y muy oscuro, y destacaba sobre una frente que denotaba inteligencia. Sus ojos eran también oscuros y brillantes. Unos ojos que parecían traspasar a la gente. Su nariz era aguileña y a los lados de la boca tenía unas arrugas rectas, una boca que era de lo más dura y, al parecer, poco dada a sonreír.
Él miró a su alrededor y su expresión seca le causó a ella un estado de alarma.
—¿Pasa algo malo? —le preguntó ella—. ¿Le ha pasado algo a Colin?
—Esperaba que usted me pudiera responder a esa pregunta, señora Clarke. ¿Sabe dónde está su esposo?
—No —respondió ella agitando la cabeza, extrañada—. Normalmente llega a casa del trabajo a las siete.
Miró su reloj y vio que eran casi las ocho y media.
—Hoy no ha ido a trabajar... Ni ha llamado para decir que estuviera enfermo.
—No lo estaba. Por lo menos... Sé que ha estado trabajando mucho últimamente. Desde que el jefe de contabilidad está en el hospital, él se ha estado haciendo cargo de su trabajo, además del suyo propio. Se ha traído trabajo a casa todas las noches y, a veces se queda despierto hasta medianoche para terminarlo.
Él levantó una ceja y le preguntó sarcásticamente:
—¿Sí? No me ha dicho que tuviera ninguna dificultad.
Algo en su tono de voz hizo que ella lo mirara más extrañada todavía. —¿Qué quiere decir con eso?
Él pareció dudar por un momento antes de responder.
—Falta algo de dinero de una de las cuentas. Bueno, en realidad, un buen montón de dinero. Por supuesto, bien puede ser un error... Como dice, ha estado trabajando mucho...
Pero la inequívoca acusación indicaba que él dudaba seriamente de esa explicación.
Pero, ¿era posible que Colin le robara a su jefe? ¡Era ridículo! Por supuesto, tenía que ser un error. Lo miró llena de indignación.
—Seguramente usted no pensará que...
Entonces sonó un llanto y añadió:
—Perdone... Mire, será mejor que se siente en el salón un momento. Póngase cómodo. Veré qué le pasa a Emma y enseguida estaré con usted.
Lo dejó allí y se apresuró escaleras arriba, agradeciendo el momentáneo respiro. Se dijo a sí misma que no debía permitirse sentirse tan afectada por él. Después de todo, él era sólo un hombre, y ella una mujer casada con una hija pequeña. Pero eso era algo que ella no podía controlar.
La habitación de la niña estaba en la segunda planta. Todavía recordaba muy bien cómo la habían decorado entre ella y Luke hacía dos años, mientras el gran motorista con su chaqueta de cuero fruncía el ceño ante su elección de la decoración.
Emma estaba de pie en su cuna y sus lloros se transformaron inmediatamente en una gran sonrisa en cuanto la vio. Luke no había vivido lo suficiente como para ver crecer a su hija, pensó ella con un destello de amargura. Ella sólo tenía seis semanas cuando un idiota se había saltado un semáforo y había enviado a la moto y su jinete al otro lado de la calle. Luego lo único que dijo fue que lo sentía, que no lo había visto.
Ella había vivido desde entonces con esa carga de soledad dolorosa casi dieciocho meses más antes de conocer a Colin. No había sido exactamente amor a primera vista, pero él había sido amable con ella, era divertido y se portaba bien con Emma. Se quedó muy sorprendida cuando él le pidió que se casaran, tan pronto después de conocerse. Incluso había admitido riéndose que nunca se hubiera imaginado de sí mismo que tuviera un noviazgo tan corto.
Para ser sincera, en su momento ella no había estado muy segura de que fuera una buena idea, incluso le había advertido que no sabía si sentía lo mismo por él que lo que había sentido por Luke. Pero la había convencido de que no importaba, de que podían construirse un buen matrimonio basándose en la amistad, el respeto y la confianza mutua. Y así, sólo seis semanas después de conocerse, se habían casado.
Muy pronto habían llegado a una rutina muy agradable... Una rutina que se había visto alterada de repente esa noche, cuando Colin debiera haber llegado hacía una hora y media y su jefe estaba ahí abajo diciendo que era posible que su muy predecible y prosaico marido estuviera involucrado en la desaparición de una buena cantidad de dinero.
Sacó a Emma de la cuna y le dijo:
—De acuerdo, chica, vas a tener que acostarte más tarde. Ahora vamos abajo a ver qué tiene que decir de tu padre ese horrible hombre.
Lo cierto era que ese hombre estaba acusando a Colin de sólo Dios sabía qué. ¿Dónde se podía haber metido él? Era de la clase de hombres que se tomaba cualquier pequeño error muy seriamente. ¿Estaría por alguna parte ahí fuera, temiendo volver a casa y preocupándose por lo que había hecho? Ella sólo podía esperar que no hiciera alguna estupidez...
Por lo menos, su preocupación por él le proporcionaba una especie de armadura contra el efecto que Saúl Rainer tenía sobre ella, se dijo a sí misma mientras bajaba con Emma, pero aún así tuvo que detenerse por unos segundos antes de enfrentarse con él.
Ese hombre parecía decididamente fuera de lugar, sentado allí, en su salón; el corte de su traje y sus zapatos negros hechos a mano denotaban lo rico que era. Colin no hablaba mucho de su trabajo, pero ella tenía una idea bastante clara del tamaño del imperio de Rainer, debía haber por lo menos uno de sus supermercados de electrodomésticos en cada calle principal y centro comercial del país, donde se vendían desde secadores de cabello hasta ordenadores. Los beneficios de la compañía debían contarse en millones de libras, así que era difícilmente sorprendente que un error se pudiera cometer de vez en cuando.
Emma debió darse cuenta de su tensión ya que, a pesar de que generalmente se llevaba muy bien con los desconocidos, nada más ver a Saúl Rainer, hundió el rostro en su hombro y se le agarró al cuello. Shelley se sentó en el sillón delante de la chimenea mientras la acunaba suavemente.
Saúl la estaba observando con un brillo sarcástico en los ojos. Debía ser toda una visión curiosa verla a ella, con minifalda negra, jersey del mismo color, con unos pendientes que le llegaban a los hombros, con una niña en brazos. La mirada de él era la misma que le dedicaban cuando caminaba por la calle con Emma en su carrito. Pero el aspecto no hacía que no fuera una buena madre.
—¿Es ésa su hija? —le preguntó él educadamente.
—Eso es. Emma, di hola.
Pero la niña ni se movió.
—Colin tiene una foto suya en su mesa... Y una de usted. —¿Sí?
—No es hija de él, ¿verdad?
—No —respondió Shelley sin querer extenderse más.
—¿Hace cuánto que están casados?
¿Era eso un interrogatorio?
—Siete semanas. No tuvimos una luna de miel de verdad porque él no quiso dejar el trabajo por tanto tiempo —dijo ella un poco ásperamente.
Él sonrió sin humor.
—Lo siento, no me di cuenta de que fuera el responsable de destruir una situación tan romántica.
Ella se encogió de hombros.
Para ser sincera, no había sido una boda muy romántica; no había parado de llover en todo el día y el juzgado era de lo más prosaico. El momento más brillante del día había sido cuando su madrastra había dado su aprobación a Colin, ya que ella siempre había pensado que Luke era poco menos que el Diablo en persona.
Saúl la estaba observando con sus oscuros ojos y ella se preguntó si podría leerle los pensamientos.
—Así que me dice que no tiene ni idea de dónde puede estar su esposo, ¿no?
—No, me temo que no sé dónde está. —¿Qué me dice de su familia, sus amigos? Ella agitó la cabeza.
—Colin no conoce mucha gente en Inglaterra. Se crió en Nueva Zelanda, su familia emigró allí cuando él tenía tres años y volvió este septiembre, cuando murió su madre.
—Ya veo. Entonces usted no lo conocía desde mucho tiempo antes de casarse, ¿no?
—No mucho.
—¿Cuánto?
—Unas... seis semanas.
Él levantó una ceja, sorprendido.
—¿Tan poco? No se me habría ocurrido que Colin fuera tan lanzado. Ella le dedicó una mirada helada.
—¿Qué quiere decir con eso?
La boca de él se curvó en una sonrisa.
—Bueno, él no me parece que sea de la clase de hombre que haga perder la cabeza a una chica. Sobre todo a una chica como usted.
Desgraciadamente, ella notó cómo las mejillas le ardieron. Él estaba muy cerca de la verdad... Pero no se admitía eso ni a ella misma, mucho menos lo iba a hacer con Saúl Rainer.
—Es usted... muy rápido sacando conclusiones.
—Tal vez. Bueno, tal vez él sea en la calle una persona completamente distinta a como es en el trabajo. Esa Harley Davidson que hay ahí delante, ¿es suya?
A ella se le formó entonces el habitual nudo en la garganta.
—No —respondió con dificultad—. Era de... Luke. Mi primer marido... el padre de Emma. La estaba... restaurando. Era el dueño de la tienda de motos de la calle principal, cerca de la estación del metro. Murió hará un par de años.
—Ya veo. Lo siento.
La inesperada nota de compasión en su voz casi la pilló con la guardia baja y se puso inmediatamente a la defensiva.
—¿Por qué tendría que sentirlo? No lo conoció. Fue alguien como usted quien lo mató... alguien respetable que conducía un bonito coche grande que lo mantenía seguro y así no se tenía que molestar en fijarse demasiado en cualquier cosa que sucediera en la carretera. ¿Sabe usted que el ochenta por ciento de los accidentes de moto son causados por conductores de coches? Sólo que, desafortunadamente, los motoristas se llevan siempre la peor parte.
Lo sé. Yo solía ir en moto hasta que tuve un accidente y me rompí una pierna. Luego le prometí a mi madre que no montaría más.
—Oh... Lo siento. No lo sabía.
Eso la había dejado anonadada.
—Y ahora, ¿quién se está precipitando en sacar conclusiones? —le preguntó él sonriendo.
De repente el corazón de ella empezó a latir mucho más rápidamente. No le extrañaba que él tuviera toda una reputación con las mujeres, pensó un poco mareada, si sólo una sonrisa suya era capaz de tener un efecto tan devastador.
Esos ojos oscuros la estaban mirando fijamente. —¿Por qué se casó con Colin?
La pregunta la pilló por sorpresa.
—Porque... Lo amaba, por supuesto. Además, también estaba Emma. Ella necesitaba un padre y... bueno, Colin siempre fue muy bueno con ella. No hay muchos hombres dispuestos a quedarse con la hija de otro.
—Eso es cierto. No me cabe duda de que fue algo muy noble por su parte.
A Shelley le brillaron los ojos y deseó no haberle contado tanto, debería haberse imaginado que él respondería con algo cínico.
—¿Está usted casado? —le preguntó educadamente. Él agitó la cabeza.
—Nunca estuve cerca de hacerlo.
A ella no le sorprendió esa respuesta. Por lo que sabía de él, no era del tipo de hombre que se pudiera acostumbrar a lo doméstico. Seguramente él preferiría una relación más sofisticada, sin nada que ver con las exigencias de una niña pequeña.
Emma, de todas formas, no tenía tales reservas. Durante los últimos minutos lo había estado observando detenidamente con sus grandes ojos azules y ahora, al parecer, había decidido que él no era, después de todo, un gran monstruo verde y peludo. Se bajó del regazo de Shelley y se le acercó para tontear descaradamente con él, agarrando sus inmaculados pantalones con sus manitas sin dejar de reír y dar saltos.
—Oh, lo siento —dijo Shelley acercándose rápidamente para apartarla—. Espero que no se los haya estropeado.
—No pasa nada —dijo él mirando a la niña con interés—. Se le parece mucho. —Eso es lo que dice mucha gente. Aunque ha sacado los ojos de su padre.
Él la observó en silencio por un momento y luego se levantó.
—Bueno, lamento haberla hecho perder el tiempo, señora Clarke. Esperaba que me pudiera dar alguna pista sobre el paradero de su marido, pero está claro que sabe tan poco como yo. Será mejor que la deje acostar a la pequeña.
—Sí, yo... Gracias.
El corazón se le volvió a acelerar locamente y pensó que tenía que decir algo para disimularlo, así que soltó lo primero que se le pasó por la cabeza.
—¿Cuánto dinero falta, señor Rainer?
La dura boca de él se curvó con una sonrisa.
—Yo... de verdad que no creo que deba preocuparla con eso en estos momentos. Bien puede no ser nada en absoluto.
Ella miró entonces el reloj. Ya eran casi las ocho y media.
—Es algo suficientemente serio como para que mi marido llegue tan tarde a casa. Realmente creo que preferiría saberlo.
Él dudó un momento y observó su esbelta figura. Ella le devolvió la mirada; sabía que parecía delicada, pero era tan fuerte como para pilotar una pesada Harley por el tráfico de Londres. Él pareció reconocer esa indefinible alma de acero, ya que asintió.
—Por el momento es un poco más de cincuenta mil libras, pero me temo que puede ser más.
—Ya veo.
Por un momento ella se sintió un poco mal; aquella era una gran cantidad de dinero como para perderla por error. Pero claro, teniendo en cuenta el movimiento de dinero del imperio Rainer...
—Supongo que no va a servir de nada que le diga que no se preocupe, señora Clarke —añadió él—. Le voy a dar el número de teléfono privado de mi oficina. Si su marido vuelve, a la hora que sea, por favor, dígale que me llame inmediatamente. Y si usted sabe algo...
Ella tragó saliva.
—Lo llamaré. Por supuesto, puede que él haya tenido un accidente o algo así. Tal vez debiera empezar a llamar a los hospitales y a la policía...
—Si hubiera sucedido algo así, ya la habrían informado. Seguramente él lleve encima alguna clase de identificación.
—Sí, supongo. A no ser que...
—No creo que sea de la clase de gente que se suicida —dijo él con un tono de voz sorprendentemente amable.
—No. De eso estoy segura. Pero aún así, creo que debería denunciar su desaparición.
Él agitó la cabeza.
—Espere a mañana. La policía no considera perdida a una persona hasta que han pasado veinticuatro horas.
—Pero ¿en estas circunstancias...?
—Sobre todo en estas circunstancias, señora Clarke. No quiero precipitarme a ninguna conclusión, y no quiero tomar ninguna acción potencialmente dolorosa hasta que no tenga más información... Pudiera ser que su marido apareciera y es posible que tenga una explicación perfectamente razonable para lo que ha sucedido.
Eso lo dijo como si estuviera empezando a tener en cuenta esa posibilidad, después de todo. Ella lo miró a los ojos y el corazón le latió más rápidamente, así que apartó la mirada rápidamente mientras se ruborizaba.
—Bueno, buenas noches, señora Clarke.
Ella se dio cuenta del leve tono de broma de su voz. Estaba claro que se había dado cuenta de lo que le pasaba y también de que no tenía que pasar.
—Me llamo Shelley —murmuró ella.
Todavía no estaba muy acostumbrada a que la llamaran señora Clarke después de siete años de ser la señora Krasinski. Y el que se lo llamara él la hacía sentirse extraña.
Él le extendió la mano y ella la aceptó. Esperó que atribuyera el leve temblor a su ansiedad por su esposo. Y así debía ser, se recordó a sí misma.
—Shelley, entonces. ¿Es una abreviatura de Michelle?
—No. Es Shelley, por Percy Bysshe Shelley —explicó por milésima vez en su vida—. Mi madre era una romántica.
—Ah. Me temo que esa clase de poesía es generalmente demasiado florida para mí.
—Así les gustaba en esos días —dijo ella apartando la mano y riéndose nerviosamente—. Buenas noches, señor Rainer.
—Saúl.
—Saúl. Y recuerda, no me importa si es de madrugada. Si Colin aparece, que me llame.
—Por supuesto. Buenas noches.
—Buenas noches.
Luego él se marchó y cerró la puerta, pero no antes de que ella viera de refilón el elegante deportivo que había aparcado en la calle. Ella debería haber supuesto que él conduciría algo como un Aston Martin. Ese era el coche que Luke habría querido si se lo hubiera podido permitir y alguna vez hubiera dejado su querida Harley. Era el coche de un verdadero conductor. Y debía ser por eso por lo que Saúl Rainer lo había elegido.
La extrañaba que le resultara difícil controlar la reacción que él le provocaba; nunca antes había conocido a nadie que ejerciera semejante efecto en ella. Por supuesto, mientras Luke estuvo vivo, no había habido nada de eso... Y tampoco debería haberlo ahora, se recordó a sí misma. Estaba casada con Colin.
Tal vez le sirviera de excusa pensar que seguramente le pasaría lo mismo a toda la población femenina. Y eso tenía poco que ver con el dinero de Saúl, aunque su reputación como hombre de negocios se añadía a la fascinación. No, era algo que había detrás de ese exterior urbano, un destello de poder masculino que era una parte intrínseca en él.
Había sido consciente de ello desde el primer momento en que lo vio hacía un mes en la fiesta de la empresa.
La habitación estaba un poco demasiado caliente y alguien había encendido un cigarro. El humo hizo que los ojos le escocieran a Shelley. Realmente había hecho un esfuerzo para ir a esa fiesta y para hacer como si se estuviera divirtiendo, pero no era fácil. Todo el mundo parecía mucho mayor que ella y se conocían entre sí. La sonrisa que llevaba en la cara le estaba empezando a parecer como si estuviera pegada a ella.
Estaba observando a los bailarines tratando de parecer relajada, pero una extraña fuerza parecía atraer sus miradas al hombre alto que estaba al otro lado de la pista. Saúl Rainer.
Contra su voluntad, tuvo que admitir que estaba intrigada por él. Su nombre parecía estar apareciendo en los periódicos todo el tiempo; si no era por alguno de sus negocios, era por el equipo de coche de carrera que patrocinaba o porque había sido visto con alguna modelo o actriz.
También la habían sorprendido los cotilleos que había oído en el tocador de señoras entre las empleadas de la empresa, muchas de ellas ya bastante mayores, y que hablaban de él como adolescentes con las hormonas alteradas.
Su reputación había hecho que ella tuviera prejuicios hacia él y lo miraba con ojo crítico mientras bailaba con todas las esposas, por turno. No le parecía que se estuviera divirtiendo, pero lograba hacer como si así fuera.
De repente se le ocurrió pensar que pronto le tocaría bailar con él. El corazón le dio un respingo y se aceleró. No podía negarse. Tomó su copa de vino con aire ausente. Apenas bebía alcohol, así que estaba teniendo mucho cuidado con lo que bebía esa noche, pero se la tragó de golpe. Saúl ya estaba acompañando a su pareja a la mesa.
La tensión le hizo un nudo en el estómago y, casi compulsivamente, tomó la botella de vino y se sirvió otra copa. Nadie pareció darse cuenta de su acción... excepto él. La miró con una especie de humor sarcástico y extendió la mano invitándola educadamente.
—Señora Clarke... ¿puedo tener el placer...?
Ella se levantó un poco insegura, esperando que las luces disimularan el rubor de sus mejillas.
Se dirigieron a la pista de baile y él la rodeó con sus brazos, sin acercarse demasiado. Pero aún así ella era muy consciente de su poderoso cuerpo, de su olor masculino. Todo aquello le estaba haciendo cosas raras a su pulso.
—¿Qué encuentra tan fascinante en mi corbata? Ella lo miró, sorprendida.
—¿Perdón?
—Yo creo que está muy bien.
Shelley se dio cuenta de que se estaba riendo de ella y le dedicó una mirada fulminante. Él levantó una ceja, sorprendido, aparentemente aquélla no era la clase de reacción a la que estaba acostumbrado.
—¿Así que es usted la esposa de Colin? —le preguntó con una extraña inflexión en su voz.
—Eso es.
—Hum, tengo que admitir que es usted... no lo que me había esperado de él. —¿Oh? ¿Qué se había esperado?
Él sonrió sarcásticamente.
—Una chica pequeña y dulce.
—Bueno, siento desilusionarlo.
—Oh, no estoy decepcionado. No lo estoy en absoluto.
Entonces dejó caer la mano que tenía en su espalda hasta que acomodó en la parte superior de su trasero y se aprovechó de la cantidad de gente que había bailando para apretarse más contra ella. Mucho más íntimamente que lo que cualquier hombre tiene derecho a hacerlo con la esposa de otro. Mientras ella trataba de controlar su pulso acelerado era consciente a cada respiración de que sus senos se apretaban contra el duro pecho de él.
Debería estar furiosa; él estaba utilizando su posición para obligarla a soportar sus atenciones. Pero sabía que no lo estaba haciendo. Era sólo culpa suya el que no pudiera controlar sus propias reacciones inesperadas. Ese hombre sólo estaba recibiendo las señales que le estaba mandando y respondiendo a ellas.
Lo único que podía hacer ella era concentrarse en la canción y esperar a que terminara ya que, seguramente, él no rompería su rígido protocolo y no le pediría que continuara.
Le pareció una eternidad, pero por fin terminó la canción y él la dejó ir.
—Gracias, señora Clarke —le susurró—. Para mí ha sido el mejor momento de toda la velada.
Luego la acompañó a su mesa, donde Colin los recibió sonriendo inocentemente. Shelley se quedó asombrada. ¿Es que no había visto nada de lo que había pasado? ¿O es que sólo era un inocente?
No, no era un inocente, se dijo a sí misma agitando la cabeza para apartar ese recuerdo. Sólo era demasiado decente como para sospechar que su jefe pudiera tener tan pocos escrúpulos como para jugar a juegos prohibidos con la esposa de uno de sus empleados. Y también demasiado decente como para sospechar que su reciente esposa ya estaba teniendo pensamientos lujuriosos acerca de otro hombre.
Shelley se preguntó entonces dónde se habría metido Colin. Debería haber vuelto hacía dos horas, por lo menos. ¿Estaría por ahí fuera, preocupado, temiendo llegar a casa y decirle que había perdido su trabajo? Como si a ella le importara eso. Ya saldrían adelante. A ella todavía le quedaba algo de dinero de la herencia de Luke y la casa ya estaba pagada. También estaba el dinero de la venta de la tienda de motos...
Pero Colin no era de la clase de hombre que pudiera soportar la idea de vivir con el dinero de su esposa... Era un tipo chapado a la antigua en eso.
Emma se había quedado dormida en sus brazos y la volvió a acostar tratando de asegurarse a sí misma que no le había pasado nada a Colin.
Pero en el mismo momento en que Saúl Rainer había aparecido en su puerta, un sexto sentido le había advertido de un posible desastre.
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Esposa de otro
RomanceArgumento: Shelley Clarke se había casado la primera vez por amor y la segunda vez por seguridad. Su primer matrimonio la había dejado con su querida hija, Emma; el segundo la había dejado sin casa, sin dinero, ¡y teniéndoselas que ver con la ir...