Parte I

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Syd, por favor, perdóname. Para compensarlo yo, como tu único hermano, te llevaré a la tierra donde nacieron nuestros padres. Y si pudiéramos nacer otra vez, viviríamos en nuestro hogar, donde no hay guerras ni odio. ¿No lo crees así, Syd?

Prometió llevarlo a la tierra de sus padres, pero no con ellos. Ellos ya habían tenido demasiado tiempo con él y Bud apenas ahora había podido tocarlo por primera vez. Esperaba que Syd lo entendiera y supiera disculparlo por no darle el funeral ostentoso que merecía y que en otras circunstancias habría tenido.

Cuando entraron a aquel bosque en el que se conocieron los pies comenzaron a pesarle. Comenzó a caminar más despacio, arrastrandolos. Deambuló entre los árboles y sus pasos lo llevaron a aquel peñasco, el lugar donde sus caminos volvieron a encontrarse. Se quedó observando el lugar, creyendo ver entre la nieve a dos niños. Uno empuñando una piedra, bajando la guardia ante la enternecedora visión de otro de su edad, abrazando a un pequeño conejo. Esta vez no había adultos estorbando. Sin pensarlo más, bajó a Syd para sostenerlo con un brazo, rodeando su cintura. Concentrando todo su cosmos en el puño del otro brazo, golpeó la piedra, creando la entrada a una cueva. Era un buen lugar para usar como tumba, alejado de los ojos curiosos y las inclemencias del tiempo.

Una vez adentro y habiendo acomodado a su hermano se arrodilló a su lado para acariciar su rostro, recorriendolo con detenimiento. Su hermano era apuesto. En teoría, eso significaba que él también lo era, pero Syd tenía algo que él definitivamente no tenía. Por algo las mujeres suspiraban y caían enamoradas al verlo. No quería enterrarlo. No se atrevía a cubrir ese bello rostro con tierra, dejándolo a merced de los gusanos y la descomposición. Y por más que fuera lo correcto, tampoco podía quemarlo. ¡No se animaba a destruir ese cuerpo, era todo lo que le quedaba en la vida! Desesperado, lo abrazó y se echó a llorar.

- Syd… ¡hermano!

El mundo era un lugar aún más oscuro ahora. Aún si Hilda hubiese logrado su objetivo y traído la luz del sol a Asgard, todo se sentía oscuro y frío como el mismísimo Helheim. Ahora estaba solo en el mundo. Nunca, ni siquiera cuando su padre adoptivo murió, se había sentido solo. Él sabía que había algo en el mundo que le pertenecía y lo completaba. Que alguien lloraba cuando él lo hacía, que cuando estaba postrado en cama por alguna enfermedad en algún lado alguien le estaba haciendo compañía. Y esos maravillosos momentos en los que de repente, sin motivo aparente, la felicidad lo invadía y no podía evitar echarse a reír. Esa tarde, mientras cazaba su comida, encontró a esa persona y en lugar de abrazarlo y darle las gracias por haberlo acompañado desde que su corazón latió por primera vez, decidió odiarlo y usarlo como chivo expiatorio a quien culpar por todas sus desgracias. ¡A él, que era una víctima más del egoísmo de los adultos!

Apretó aún más fuerte el cuerpo entre sus brazos, enredó los dedos entre sus cabellos, intentando aferrarse a él y, de ser posible, volverse uno con él. No podía estar solo, no podía esperar a que su vida terminara naturalmente para reencontrarse con él y ser feliz. Él no tenía nada en la vida, nada por qué luchar. Ya no.

- Seamos gemelos en la próxima vida también, Syd. Por favor, necesito una oportunidad para ser tu hermano mayor y compartir la existencia contigo. Luego podremos ser uno solo, como siempre debió ser.

Le llevó tiempo llorar todo lo que necesitaba llorar, pero nunca supo cuánto. De por sí no importaba demasiado el paso del tiempo en Asgard, donde nunca salía el sol, mucho menos importaba para un muerto. Porque él ya se había sentenciado, en el momento que su Syd se desplomó delante de él.

- Perdóname. Yo moriré en tus brazos. Y tú moriste creyendo que rechacé lo único que podías ofrecerme.

Se odiaba por eso. Por hacerle creer a Syd que lo detestaba, por darle a entender que su muerte era lo que lo haría feliz y, para colmo, que la había despreciado cuando éste se la ofreció como un regalo para finalmente hacer las paces. Le tembló la mano, no pudo matar a su hermano, pero tampoco pudo apartarlo de Fénix y hacerle saber que lo amaba. No pudo despedirse ni darle paz. Su hermano menor murió y tanto quedó sin decirse. El llanto se prolongó bastante más, Bud necesitaba sacarlo todo para tener la entereza suficiente para poder hacer lo que venía. Cuando consiguió serenarse, mientras acomodaba el cuerpo, una idea pasó por su cabeza. Su casa estaba cerca. Salió de la cueva, decidido a buscar las dagas que sus padres les obsequiaron. Él tenía ambas, quizás sería poético usar una para quitarse la vida. Algo que Syd pensaría.

Hermanos (Luz)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora