El Eterno Regreso al Caos

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Mis manos me enseñan sus cicatrices. Me dicen ser ajenas al tiempo, tanto como la historia que los punzantes narran en los cuerpos ahora fríos. Éstas moldean con forma de daga, un camino hacia mi espalda. Al pretender entenderlas, me atropellan imágenes que a mal augurio saben. No logro comprenderlas… me dan migraña, me dan terror. La carne y la soga y la madera son un mismo cuerpo. La morada que me aloja se desliga tanto de mí, como de mi historia… si es que alguna vez la supe.

     No soy el único: De las paredes afloran voces que braman con pavor. Logro cortar los nudos. Salgo de la casa y descubro un jardín gigantesco. En el patio trasero, una cerca con alambres de púas divide el final del terreno con extrema violencia.  Observo que ya no estaba solo en el gran verde: Éramos unas diez personas totalmente desconcertadas, con el corazón exaltado por el miedo y por una verdad latente. Del otro lado del vallado, se manifiesta un especie de grupo que nos incita a escapar, a destruir ese límite de tajantes metálicos que nos separaba. Suplicando lo piden, implorando.

     Entre la oscuridad que los bañaba, distinguí un rostro. Me era familiar (nebulosas imágenes como estampida insisten y lastiman). Ellos nos señalan un sector de la reja en la cual el alambre está viejo y oxidado. Se me cortan las manos. Se nos cortan. Y a pesar de los latidos escuchamos la muerte llegar.

     Comenzaron las balaceras. Veo gente caer. Otros, desisten al corte de la cerca para volver a la casa y esconderse, tal vez intentar defenderse. No miro quien dispara ni quiero hacerlo. Logro cruzar, soy el único. La sangre ya no sólo es de mis manos. Me cuesta ver. El desconocido me golpea el rostro. Posee mis rasgos. La carne parece cansada, la barba ya no conoce el color. La clepsidra ha jugado con él. Me dice que le diga. Qué le diga dónde está guardado el cuchillo. Con desesperación me lo dice, como si el cortante ultimara con su muerte la maldición de un abismo cíclico. Caigo tendido en el suelo. El verde se tiñe de rojo.

     Mis manos me enseñan sus cicatrices. Me dicen ser ajenas al tiempo, tanto como la historia que los punzantes narran en los cuerpos ahora fríos. Éstas moldean con forma de daga, un camino hacia mi espalda. Al pretender entenderlas, me atropellan imágenes que a mal augurio saben. No logro comprenderlas… me dan migraña, me dan terror. La carne y la soga y la madera son un mismo cuerpo. La morada que me aloja se desliga tanto de mí, como de mi historia…  si es que alguna vez la supe.

     No soy el único: De las paredes afloran voces que braman con pavor. Logro cortar los nudos…

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