La aciem judicandus, la gran batalla donde los punitores decidieron juzgar dando castigos, o en algunos casos bendiciones a quienes lo merecían a los ojos de dichos sujetos anteriormente nombrados. A cada recién nacido la maldición o bendición de sus progenitores era traspasada a su primer sucesor, dicho "regalo" podía ser retirado o no cuando alcanzas la mayoría de edad y ellos decidían si debían o no dejarte con dicho obsequio. Muchos de los que habían recibido aquello, habían intentado en el juicio del perdón retirar todo tipo de materia paranormal de sus vidas, la mayoría se iban de brazos cruzados y en los peores casos el castigo se incrementaba.
Después de aquella batalla y que los punitores se hicieran con el mando, todo se dividió drásticamente. Aunque ya no hiciera falta, como anteriormente, ocultar aquello tan mágico del resto de la población, de igual manera se hacía, ¿Por qué? Sencillamente porque se veía con malos ojos, aparte de ser algo tabú y casi algo imposible de contar con libertad sin sentir la gran discriminacion y temor de los simples humanos "normales".
Ikki Sasson, diecinueve años; castigado por la bendición de sanar.
Ese era yo.
En teoría las bendiciones son algo bueno, pues aquello significaba que eras de buen corazón a los ojos de los punitores, pero a ser sinceros yo lo veía como otro especie de castigo algo mezquino. Este "regalo" otorgado por uno de ellos hacía que, por obvias razones, pudieras hacer algo especial, poco normal, en mi caso podía sanar cualquier herida, pero aquello no terminaba así, la bendición tenía un pero, como no, podía sanar cualquier tipo herida pasando dicho dolor a mi cuerpo.
Desde fuera, algunos claro, les parecía increíble e inclusive envidiable que fueras bendecido, pero en realidad nadie sabia que dicha "bendición" tenía un pequeño "castigo" para que aquello no se subiera a la cabeza perdiendo así la razón por la que habías adquirido aquello tan especial.
En la población cada vez había menos bendecidos y mas malditos, ¿Por qué? Por la simple codicia y maldad que el ser humano que a cada año incrementa. La sociedad se podría, la pobreza aumentaba y junto a esta el vandalismo iba acompañado.
--Curioso --murmuró Leila sin retirar la mirada a un punto en concreto que se encontraba tras de mí.
Detuve mi paso observando de reojo hacia atrás, por los pasillos de aquel internado se veía una chica, sus muñecas, cuello, tobillos y cintura estaban rodeados por gruesas y pesadas cadenas evitando así la movilidad de dicha persona, otra cosa a la que destacar era que sus ojos se encontraban completamente vendados.
La chica de cabellos negros caminaba en silencio con el unico ruido del metal pesado chocar entre ellas. Tres satelles la custodiaban, estos solo se encargaban de agarrar cada extremo de las cadenas guiandola.
--Demasiado --admití al igual que mi fiel amiga posandome frente ella sin retirar la mirada de los pasos lentos que daba la desconocida.
Normalmente no solemos ver tanta tranquilidad cuando alguien llegaba, siempre había gritos, forcejeos, llantos… Pero en este caso al parecer venía en completa tranquilidad, como si aquello no le importase lo más mínimo.
--¿Qué bendición crees que tiene? --pregunto aun mas curiosa sonriendo con malicia.
--¿Bendición? ¿Por qué crees que está bendecida por los punitores? --con extrañez pregunté apartando la mirada una vez la desconocida fue metida en la sala donde se encontraban los punitores que custodiaban el lugar con mano dura, la observe atento a la espera de por qué una suposición tan precipitada.
--Alguien castigada por esos, no vendría en contra de su voluntad con tanta tranquilidad, tiene pinta de haber sido bendecida con algo potente --la emoción se filtraba por cada palabra que decía.
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𝔇𝔢𝔯𝔯𝔬𝔱𝔞𝔫𝔡𝔬 𝔩𝔬𝔰 𝔱𝔢𝔪𝔬𝔯𝔢𝔰 𝔡𝔢 𝔑𝔦𝔰𝔥𝔞
RomancePunitores seres superiores a los simples y débiles humanos, con tan solo chasquear los dedos podían solucionar o destrozar tu vida. Era tan sencillo para ellos que podía inclusive dar miedo. Bendecidos. Simplemente ángeles de guerra. Maldecidos. Los...