Las Dalias

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Siempre a la misma hora, ella camina por la calle principal del pueblo conversando y sonriendo con quienes la miran deseando ser más que solo amigos. Porque todos sabemos que más de uno en el pueblo le ha pedido salir con ella. Pero a todos los ha rechazado, y les pide distancia. Entonces todos se preguntan ¿Por qué? ¿Su corazón ya está tomado? Todos especulan, pero nadie todavía ha encontrado la respuesta.

Siempre recorre el mismo camino desde su casa, primero compra lo esencial, luego algunos dulces y finalmente camina por el campo abierto de dalias. Nadie nunca sabe que va hacer por ese lugar, pero algunos curiosos la han seguido hasta allí, sin obtener resultado o respuesta a su expedición. Cuando llega allí, camina por un lugar muy marcado seguramente por su propia caminata interminable. Todos la pierden de vista porque al parecer ella se arrodilla siempre en el mismo lugar, se queda unos cuantos minutos como perdida en sus pensamientos. Y luego como si nada regresa por el mismo lugar trazado y empieza su caminata hacia su hogar.

Como si fuera algún tipo de broma, uno de los recién llegados a quedado impresionado por la belleza y la elegancia de nuestra dama. Y con sigilo ha pedido que le traigan los mejores dulces que con un poco más de suerte consigue con los preferidos por ella.

Ha llegado con pompa y elegancia. Ha bajado de su Ford, y con la comitiva de sirvientes, que cargan los mejores manjares. Y envueltos en papel brillante con un lazo de color amarillo trae todos los dulces que había comprado. Los vecinos miraban expectantes a ver si este era el indicado. Y como era de esperar antes de que pueda entrar ella envía a sus sirvientes a impedirle la entrada y los rechaza amablemente.

- ¿No me permitirá ni siquiera saludarla? - El hombre parecía nervioso y frustrado de que su plan no hubiera funcionado como deseaba.

- ¡Lo siento mucho! Pero ella no le permitirá pasar, y pide que se retire sin ningún escándalo. El hombre corpulento miraba al hombre con indiferencia. Como si mirarlo le causara un asco profundo.

El hombre pidió que llevaran todo nuevamente al auto y lo guardaran. Mientras arrancaban el automóvil, el lazo amarillo de los caramelos que había estado envuelto en los dulces salió volando y se quedó abandonado en la entrada de la hermosa casa señorial de nuestra dama. El hombre enorme la tomo en sus manos y sonriendo se la llevo adentro consigo.

La semana que vino, todos cuchicheaban lo que los vecinos en buen grado se habían tomado la molestia de compartir. Y ella seguía caminando con la misma sonrisa, altivez y su acostumbrado trayecto semanal. Pero esta vez llevaba en sus manos el lazo amarillo que había dejado el hombre en las afueras de su hogar.

Unos niños la siguieron hasta el campo de Dalias, riendo y corriendo a su alrededor. Ella los vio y con su implacable sonrisa les regalo algunos de los dulces que llevaba y les dijo: "No deberían quedarse" Los niños miraron el rostro de la mujer y decidieron hacer lo que les había pedido, dicen que los niños pueden ver más allá, de lo que los adultos no pueden. Y como si les hubieran dado una orden se marcharon sin dejar de reír y jugar.

Ella llegó hasta el campo donde empezaban a florecer las pequeñas Dalias primero rosadas, blancas, naranjas, luego amarillas y finalmente las rojas. Decidió atar el lazo amarillo a una de las dalias amarillas, haciendo un elegante lazo.

- ¡Porque sé que un día volverás! - sus palabras fueron fuertes y seguras. Y como si fuera algo solemne saco del pecho una cadena con una esmeralda bastante brillante. Cerró los ojos y se arrodilló frente a las dalias rojas como rezando, evocando a su memoria los recuerdos de una vida pasada donde era feliz.

Si las personas del pueblo lo pensaban bien, nadie sabia de donde era o de donde venía. Siempre mantuvo su origen en secreto si alguien le preguntaba solo respondía -más allá del límite de las montañas-. Es cierto que el pueblo estaba en el centro de muchas montañas majestuosas que lo rodeaban, pero más allá del limite de las montañas podía significar muchos lugares. Pero nadie más insistía porque la mirada fría que se dibujaba en su rostro era incomoda de percibir.

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