𝟒│𝐅𝐔𝐋𝐋 𝐌𝐎𝐎𝐍 ❝seth clearwater❞

𝐈. 𝐓𝐇𝐄 𝐋𝐈𝐓𝐓𝐋𝐄 𝐅𝐎𝐑𝐊𝐒

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CAPITULO UNO;
LA PEQUEÑA FORKS

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EL HECHO DE VOLVER AL FRÍO y aburrido Forks no era algo que le animara mucho a la muchacha proveniente de la soleada y playera Miami. No era como si algo la pusiera feliz últimamente; Priya Mitchell había tenido una hermosa vida en Florida, con sus padres y amigos. Todo era perfecto, hasta que su padre falleció. André Mitchell había sido un gran hombre, un militar ejemplar y un maravilloso padre, pero sí, usualmente el deber de los soldados incluía la muerte prematura. Después del funeral de su padre, Priya no lograba dejar de llorar por las noches y se había alejado completamente de sus amigos, lo único que lograba consolarla era sentir el calor de su madre; quien, al igual que su hija, tenía el corazón destrozado, y tomó la impulsiva decisión de mudarse.

Priya y Eveline—su madre—no habían ido a Forks por casi ocho años. Por no tener tiempo, o alguna otra excusa, la mayor casi había parecido cortar lazos con el frío pueblo, y ello incluía a su familia.

El auto frenó frente al claro con casas de madera a su alrededor, en medio del bosque. La adolescente se mordió nerviosamente el interior del labio viendo la propiedad rural. Era capaz de recordar cuanto se divertía durante sus visitas; los días de lluvia, las historias de su abuelo alrededor de la fogata, las travesuras junto a su primo y como era la consentida del lugar debido a sus cortas estadías.

—Bien — Eveline soltó un suspiro algo incómodo al estar nuevamente en su antiguo hogar —. Llegamos — giró levemente para sonreírle de forma nerviosa a su hija. Priya sonrió levemente antes de bajar del auto y observó el lugar.

—No ha cambiado mucho — soltó la morena. Su madre asintió, de acuerdo con ella, al mismo tiempo que tomaba una maleta y se la pasaba.

La adolescente siguió a la mayor hasta una casa con paredes exteriores rojizas, no muy grande pero lucía bastante acogedora.

Tocó tres veces la puerta con sus nudillos y a los pocos segundos se abrió dejando ver a un hombre mayor en silla de ruedas.

— ¿Eve?

—Hey, Billy — la sonrisa del hombre se ensanchó al escuchar la voz de su hermana menor nuevamente.

—Te extrañé mucho — respondió él mientras le daba paso hacia el interior de la casa. Eveline se agachó para abrazarlo con los ojos cerrados y disfrutando del aroma de día lluvioso y madera que desprendía de él.

—Y yo a ti.

Una vez que se soltaron, la mirada del hombre se posó en Priya. La sonrisa del Black creció aún más, si eso era posible.

—Priya, mira cuánto has crecido.

Priya no pudo soltar una pequeña sonrisa divertida ante aquellas palabras.

—Han pasado ocho años, tío, por supuesto que crecí.

—Es que ya eres toda una mujer — la sonrisa de la joven comenzó a temblar —. Ven aquí, mi niña.

No tuvo que decirlo dos veces antes de que Priya se arrodillara y lo abrazara con fuerza, mientras su tío le acariciaba el cabello. Intentó regular su respiración, intentando no llorar y que la opresión en su pecho disminuyera.

Su tío Billy siempre fue el mejor para dar abrazos. Recordaba cuando era una niña muy torpe que vivía cayéndose o golpeándose con las perillas de las puertas, y su amado tito Billy estaba ahí para consolarla con un abrazo y diciendo que era una pequeña muy fuerte por soportar tantos golpes.

Permaneció abrazada incluso después de haberse calmado; el abrazo terminó unos momentos después cuando la realidad comenzó a apestar menos para Priya.

— ¿Por qué no vas a tu antigua habitación?

— ¿Todavía está? — ella preguntó ligeramente sorprendida, después de todo habían pasado años y la casa era demasiado pequeña como para desperdiciar un lugar vacío.

—Bueno, tenía esperanzas de que volvieran algún día.

Se giró a ver a su madre, quien obtuvo una expresión avergonzada. Incluso Priya se sintió mal por no haber insistido más en visitar a su tío cuando era niña.

—En ese caso... — le dio un beso en la cabeza al mayor antes de adentrarse por completo.

La casa seguía siendo justo como la recordaba; los mismos muebles de madera, la pared dedicada exclusivamente a fotos familiares y la alfombra vintage que nunca le había terminado de gustar.

Se acercó a la pared y observó cada una de las fotos. Obviamente en la mayoría se encontraban Jacob, Rachel y Rebecca, algunas otras se encontraba Priya o Eveline, y otras aparecían personas que no conocía. No pudo reírse ante el recuerdo que le produjo una de las fotos; ella y Jacob como niños y bañados de lodo, porque literalmente se habían tirado a un pozo de lodo.

Con miedo de explorar el pasado más de lo debido, se alejó y continuó caminando al pasillo en el que se encontraban las habitaciones. Cuando entró a la habitación con su única maleta en la mano no pudo evitar sentir una gran nostalgia, todo seguía igual. Desde el par de camas que ocupaban la mayoría del espacio hasta los dibujos mal hechos de su infancia pegados en la pared.

¿Es que todo este viaje le daría ganas de llorar?, pensó para sí misma cuando la nostalgia la volvió a invadir. Tan perdida estaba que no noto cuando su madre se posó a su lado.

—Hogar, dulce hogar — le escuchó murmurar a su madre mientras la rodeaba con su brazo por los hombros en un medio abrazo antes de terminar de entrar a la habitación.