Laura

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Mayo de 1950, las paredes del aula eran blancas, esto con el propósito de mantener un ambiente tranquilo para los estudiantes, e incluso también para los profesores. Los pupitres estaban casi perfectamente alineados en dirección hacia una pizarra verde, y al frente de esa pizarra estaba la profesora Laura. Llevaba una falda café claro que le llegaba hasta las rodillas; una faja le marcaba la cintura y una serie de botones bajaba por su pecho. Tenía su pelo recogido en el centro, y el resto le caía como una catarata hasta sus hombros; su cabello lacio era café como el chocolate. Pero más allá de estas cosas, probablemente lo primero que notaba la gente al ver a Laura no era su vestido, sino el parche azul oscuro que llevaba en su ojo derecho, el cual hacía un bello contraste con su piel de canela. Ningún estudiante en la universidad sabía qué fue lo que le pasó, lo único que sabían es que llevaba usando el parche desde hace cinco años, cuando empezó a dar clases. Pero aún con solo su ojo café, su mirada lograba imponer autoridad.

La clase parecía indiferente con respecto al tema del que hablaba la profesora, no solo por el poco interés que tenían sobre los indígenas costarricenses, sino también por el carácter de Laura. No obstante, había un estudiante que personalmente admiraba mucho a la profesora, su nombre era Andrés. Andrés dejó a su familia en el campo para estudiar en la capital, donde no conocía a una sola persona, pero terminó conociendo a Laura en una de sus clases. La profesora y él compartían varios intereses, pero el principal era la cultura cabécar. Laura había realizado diversos trabajos sobre los cabécares, e incluso tenía raíces de ese grupo, aunque pocos estudiantes sabían eso ya que no habían facciones indígenas en su rostro. Lastimosamente, no muchos llegaban a apreciar el trabajo de la profesora.

—Profesora —Dijo una alumna— ¿El trabajo puede ser sobre cualquier grupo o solo los cabécares?

—Solo los cabécares —Respondió Laura— En todo caso hay bastantes cosas que pueden investigar sobre ellos.

—Sí, pero es que los cabécares no me llaman la atención.

—¿Entonces por qué matriculó un curso sobre ellos?

—Porque era requisito para la carrera.

Al decir esto, los cuadernos que la alumna tenía en su pupitre cayeron al suelo, nunca los acomodaba bien.

—Pues qué dicha que lo tienen como requisito —Exclamó Laura— a ver si así aprenden a apreciar otras culturas.

La profesora continuó hablando sobre la migración de los cabécares mientras los estudiantes escuchaban en silencio, tomando notas en sus cuadernos.

La clase finalmente terminó y varias personas salieron del aula, pero Laura detuvo a Andrés.

—Andrés —Dijo la profesora— Espéreme en la oficina, llego en un rato.

—Bueno —Respondió el alumno

Para cualquier otro alumno, el hecho de que la profesora lo quisiera en su oficina era algo de qué preocuparse, pero para Andrés no. La oficina de Laura era uno de los lugares donde Andrés pasaba la mayor parte de su tiempo. Al principio comenzó como una forma de resolver dudas con la profesora, pero ahora iba más que nada para pasar el rato. La profesora y él tenían una buena conexión y de hecho la consideraba su amiga. Cuando Andrés pasaba por momentos difíciles y no tenía a nadie con quien hablar, Laura siempre estaba ahí para escucharlo; aunque siempre mantenía una cara seria y no decía mucho, Andrés sabía que le ponía atención y realmente se preocupaba, lo cual era suficiente para él. Además, muchas veces le daba consejos que parecían arreglar la mayoría de sus problemas. Sin embargo, se sentía un poco mal ya que la profesora siempre lo ayudaba, pero él nunca la había ayudado en nada. Laura no era una persona que parecía tener problemas, más bien daba la impresión de ser alguien que se mantenía firme ante cualquier adversidad.

LauraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora